Los extraños: Capítulo 1 tiene trampas, tensión y pocas respuestas a la hora del terror
Los extraños: Capítulo 1 (The Strangers: Chapter One, Estados Unidos/2024). Dirección: Renny Harlin. Guion: Alan R. Coen, Alan Freedland, sobre una historia de Bryan Bertino. Fotografía: José David Montero. Edición: Michelle Harrison. Elenco: Madelaine Petsch, Froy Gutiérrez, Ben Cartwright, Stevee Davies, Richard Brake, Ema Hovath. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: BF París. Duración: 91 minutos. Nuestra opinión: buena.
El inesperado éxito de Los extraños (2008), la ópera prima de Bryan Bertino, fue una puesta a prueba del potencial del cine de terror. Una idea austera -una pareja de vacaciones en una casa aislada recibe la visita de tres extraños enmascarados- llevada al límite de la tensión a fuerza de estilo e inteligencia. Bertino demostró su perfecta sintonía con el género, hecho que se confirmó en la excelente The Dark and The Wicked (2020), ignorada en el contexto de su estreno en pandemia. Ahora bien, el disparador de Los extraños permaneció en el tiempo como un hallazgo (y de hecho tuvo una segunda parte, Los extraños: Cacería nocturna, menor en comparación y sin la dirección de Bertino) hasta que la tentación de una saga se hizo realidad en este tiempo de escasez de ideas y abundancia de desmemoriados.
Los extraños: Capítulo 1 es la primera parte de una trilogía en ciernes que supone la actualización de aquella fórmula, sin demasiadas variantes narrativas, con menos desparpajo en la puesta en escena del ahora director Renny Harlin, aunque efectiva en la definición de sus modestas aspiraciones. Todo comienza de manera similar: una pareja de jóvenes enamorados tiene un accidente camino a Portland y debe hacer una parada de emergencia en un pequeño pueblo de la región de Oregón. La idea de los tortolitos es celebrar su quinto aniversario de novios, sin vistas todavía de casamiento, y el pecado original parece perseguirlos desde su llegada al pintoresco pueblito llamado Venus: lugareños con ceños fruncidos, reuniones religiosas admonitorias, y un mecánico oportunista que les arregla el auto con la condición de pasar una noche en ese inquietante paraíso. La suerte no está de su lado: una simpática mesera conoce una cabaña de troncos en los alrededores, con su chimenea y su decoración autóctona, que deparará a los visitantes la noche más agitada de sus vidas.
En el universo de Bertino (cuya responsabilidad en esta versión acaba en el germen de la historia), el asedio de los extraños recogía algo del horror rural que hizo eclosión en los 70, desde sus versiones más líricas como Badlands (1973) de Terrence Malick, hasta las más salvajes, como La masacre de Texas (1974) de Tobe Hooper. La excursión al mundo bucólico de las afueras de la ciudad, como escapatoria del bullicio y el trajín urbano, propiciaba el encuentro con la irracionalidad de una matanza que hundía sus raíces en un mal inexplicable, sin motivos ni justificación. En esta nueva versión, esa idea se amalgama con cierto espectro del rencor, que puede rastrearse en los relatos afectos a explicaciones en el orden del trauma, las tensiones raciales o la desigualdad social.
Lo que queda es un juego, perverso es cierto, pero que esquiva mayores profundidades sobre la raíz de su manifestación. Tiene algún eco de la condición folletinesca del cine de los 80 y cierto regocijo en el ingenio de las trampas, como bien nos enseñó ese cine de la angustia que es la galería de El juego del miedo. Pero la película va de mayor a menor: cuando los extraños camuflan su presencia en el fondo del encuadre, como una sombra en el revés del plano, la inquietud es efectiva; sin embargo, a medida que muestran sus cartas, la película se hace más predecible y dependiente de sustos y distracciones convencionales en un espacio menos favorable como el del bosque, lejos del encierro. Es posible que este solo sea el preámbulo y algunas ideas se magnifiquen en los capítulos que vienen -ya filmados-: habrá que esperar a la próxima entrega.