Usar Zoom le está pasando factura a tu cerebro

La fatiga por Zoom se debe a que estamos obligando a nuestro cerebro a funcionar durante demasiado tiempo en un entorno virtual nuevo. [Foto: Getty Creative]
La fatiga por Zoom se debe a que estamos obligando a nuestro cerebro a funcionar durante demasiado tiempo en un entorno virtual nuevo. [Foto: Getty Creative]

Las videollamadas se han convertido en nuestra arma secreta para luchar contra la soledad impuesta por el confinamiento. También han sustituido las reuniones en la oficina y para muchos incluso se han convertido en su nuevo entorno de trabajo.

Sin embargo, lo que parecía ser la solución perfecta para mantenernos conectados y recuperar algo parecido a la normalidad está generando un desgaste psicológico insospechado, hasta tal punto que ya se hace referencia a la “fatiga por Zoom”, un tipo de agotamiento peculiar que se produce debido a la sobrecarga cognitiva.

Las emociones se convierten en un acertijo para nuestro cerebro

La dificultad para captar y procesar las señales emocionales a través de una pantalla añade una carga a nuestro cerebro. [Foto: Getty Creative]
La dificultad para captar y procesar las señales emocionales a través de una pantalla añade una carga a nuestro cerebro. [Foto: Getty Creative]

No solo comunicamos a través de las palabras. También comunicamos con nuestros silencios, movimientos corporales y expresiones faciales. Cuando interactuamos con una persona, nuestro cerebro capta todas esas señales y las decodifica para indicarnos cómo debemos reaccionar. Es algo que hacemos de manera natural, sin esfuerzo.

En una videollamada no es tan fácil captar todas esas señales no verbales. Si la persona solo aparece en un primer plano, por ejemplo, perdemos la posibilidad de ver su lenguaje corporal. Y si la calidad del vídeo es mala, ni siquiera podremos captar las microexpresiones faciales, esos pequeños gestos que duran menos de 200 milisegundos y nos brindan una información muy valiosa sobre el estado de ánimo de nuestro interlocutor.

Al carecer de esos puntos de apoyo, nuestro cerebro tiene que esforzarse más para intentar comprender qué está sucediendo. Lo que antes hacíamos de manera automática ahora tenemos que hacerlo de manera consciente. Tenemos un rostro delante, pero no nos brinda toda la información a la que estamos acostumbrados. Entonces nos vemos obligados a prestar más atención a las palabras para realizar inferencias sobre lo que está pensando o sintiendo esa persona.

Todo eso representa una carga cognitiva adicional para nuestro cerebro. De hecho, las personas más intuitivas y sensibles emocionalmente pueden sentirse más exhaustas después de una videollamada ya que su cerebro depende mucho de esas pequeñas pistas extraverbales para conectar con los demás, como sugirió un estudio de la Universidad de Tubinga.

Prestar atención a muchas personas a la vez nos agota

Procesar tantos rostros resulta agotador para nuestro cerebro. [Foto: Getty Creative]
Procesar tantos rostros resulta agotador para nuestro cerebro. [Foto: Getty Creative]

Otro motivo por el que experimentamos la “fatiga por Zoom” - aunque en realidad puede desencadenarse por el uso de cualquier interfaz de videollamadas - es nuestra capacidad limitada para procesar las señales que nos llegan a través de las diferentes cámaras cuando nos encontramos en grupo.

En una interacción cara a cara, nuestra visión periférica va tomando nota de todo lo que ocurre a nuestro alrededor de manera automática. La visión periférica no es muy precisa, pero prioriza los rostros, como comprobaron investigadores de la Universidad de Lila, de manera que podemos darnos cuenta si alguien está aburrido o enfadado sin realizar un gran esfuerzo. Eso nos permite mantener cierto control sobre la situación comunicativa sin cansarnos demasiado.

En una videollamada la visión periférica no nos sirve, de manera que su función se traslada por completo a la visión central. Obligamos a nuestro cerebro a ampliar la visión central para intentar captar las señales que envía cada interlocutor, pero nuestros recursos atencionales conscientes son limitados, por lo que ese esfuerzo se vuelve agotador con el paso del tiempo.

Como no podemos procesar muchos rostros a la vez, nos vemos abocados a un proceso de atención parcial continua en el que prestamos atención de manera simultánea a las diferentes cámaras, pero a un nivel superficial.

De hecho, un estudio publicado en la revista Human-Computer Interaction concluyó que “las personas tienen una conciencia detallada solo de un pequeño subconjunto del entorno visual”. Si la información que recibimos supera nuestra conciencia visual, no podremos procesarla y nuestro cerebro terminará abrumado por el exceso de estímulos.

Vernos en la pantalla tampoco es una buena idea

La visión de tu cámara en la pantalla aumenta la autoconciencia, haciendo que tu cerebro tenga que dividir sus recursos atencionales. [Foto: Getty Creative]
La visión de tu cámara en la pantalla aumenta la autoconciencia, haciendo que tu cerebro tenga que dividir sus recursos atencionales. [Foto: Getty Creative]

Las videollamadas suman otro elemento novedoso a nuestras interacciones: la posibilidad de vernos en la pantalla a través de nuestra cámara. Cuando estamos hablando con alguien de manera presencial no somos tan conscientes de nuestros gestos y expresiones, nos comportamos de manera mucho más natural.

La vista de nuestra cámara nos genera la misma fascinación que sentimos cuando estamos delante de un espejo. Llama nuestra atención. Queremos proyectar la mejor imagen posible y tenemos la tendencia a monitorizar nuestros gestos y movimientos.

Ese nivel de autoconciencia añade una carga cognitiva adicional a un cerebro que ya está trabajando a marchas forzadas. Obviamente, las personas que tengan un crítico interior muy desarrollado sufrirán más este fenómeno.

De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Basilea sugirió que enfocar la atención en nosotros mismos durante las interacciones sociales puede generar más ansiedad e inseguridad. Esa cámara termina generando una discrepancia porque intentamos conectarnos con los demás mientras nuestra conciencia redirige nuestra atención continuamente hacia nosotros.

Las claves para que las videollamadas no nos agoten

Espaciar las videollamadas y hablar con menos personas a la vez es clave para no terminar saturados. [Foto: Getty Creative]
Espaciar las videollamadas y hablar con menos personas a la vez es clave para no terminar saturados. [Foto: Getty Creative]

Nuestro cerebro tiene una gran plasticidad, por lo que es probable que a medida que nos adaptemos a los entornos virtuales vayamos experimentando menos fatiga mental en las videollamadas. Mientras tanto, es conveniente tomar algunas medidas para reducir ese cansancio:

  • Programa descansos entre una videollamada y otra. Si por tu trabajo necesitas estar conectado con otras personas, es conveniente que programes periodos de desconexión. Esa pausa le permitirá a tu cerebro recuperarse.

  • Invita a menos personas a las videollamadas. Como regla general, cuantas más personas participen, más exigente será la videollamada desde el punto de vista cognitivo. Por tanto, invita a conectarse al menor número de personas posible. Así todos podréis mantener una conversación más fluida y os agotaréis menos.

  • Oculta tu cámara. Para que una interacción sea fluida y auténtica es necesario que estés plenamente presente, algo difícil de lograr si estás demasiado pendiente de ti. Si el software que utilizas no cuenta con la opción de ocultar tu cámara, puedes cubrirla colocando un post-it en la pantalla del ordenador, una idea particularmente útil si eres una persona muy preocupada por su imagen.

  • Recupera las llamadas tradicionales. Otra alternativa consiste en recurrir a las llamadas de teléfono convencionales o no utilizar el vídeo, una opción que incluso podría ser invasiva en el entorno laboral cuando las personas no se conocen muy bien. Si no hay rostros que procesar, tu cerebro se centrará únicamente en la voz y te cansarás menos.

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