Feli Colina: vino a los 20 de Salta al cumpleaños de una amiga y se quedó, tocó en el subte y se consagró como revelación
Para la sesión de fotos que ilustra esta nota, Feli Colina eligió ir a una iglesia. No como un acto de herejía ni como un acto de devoción ciega, sino como un acto estético. Como si allí se concentraran el sincretismo entre religión y paganismo que tanto definen las costumbres argentinas y también el sincretismo musical que la define: el indie pop de un lado y el folklore del otro. Con la mística del Noroeste delineó El Valle Encantado, el disco que el año pasado le valió reconocimiento desde todos los costados de la escena, y con la síntesis de la música urbana le puso su propio color a LXS INFERNALES (del Valle Encantado), el disco que hace las veces de lado B y que cuenta con clásicos del folklore argentino.
“El sincretismo ahora es total, es explícito”, le dice Feli Colina a LA NACION antes de su show este 9 de julio en el teatro Vorterix, a propósito de este disco que nació de la necesidad de volver al estudio sin tener que esperar a tener una colección de canciones nuevas. Para ello, el punto de inflexión a la hora de explicar las diferencias es la Roland 808, la batería electrónica que está presente en hits que van desde Phil Collins hasta el reggaetón. “En El Valle Encantado, si quería un bombo con mucho grave y pensaba en una 808, lo que hicimos fue buscar algo orgánico que suene a la 808, y encontramos que para eso lo mejor era una huancara, que es un bombo típico del folklore. Con LXS INFERNALES fue todo lo contrario, quería pasar las composiciones del Cuchi Leguizamón por una 808. Acá la idea fue exponer las influencias”.
Tan explícita es la intención que “Carnavalito del duende”, compuesta por el Cuchi Leguizamón, a quien Feli Colina reconoce como su norte, tiene como base un ritmo de reggaetón bien mecanizado, casi gélido en su automatización, con una batería sacada de un banco de samples y cuyo sonido la cantante define como “vacío y duro”. Para “Chakaymanta” la búsqueda de sonidos, siempre con carácter lúdico, la llevó a ella y su equipo a desembocar en YouTube. “Por supuesto que en el banco de samples no había un sapucay”, se ríe. “Así que terminamos sacando uno de un concurso de sapucays del programa de Guido Kaczka”.
El ida y vuelta entre los gestos art pop y el folklore norteño tienen su correlato también con el recorrido biográfico de Feli Colina, nacida en Salta. En uno de sus viajes a Capital Federal, cuando rondaba los 20 años, decidió quedarse a vivir acá sin muchas vueltas. Empezó a tocar en el subte y emprendió un camino que la llevaría mucho más allá de las cabeceras de las líneas A, B, C, D y H: los estudios Abbey Road de Londres, aquellos en los que los Beatles grabaron todos sus discos. ¿Cómo fue eso? Se anotó y ganó el concurso Camino a Abbey Road y allí grabó su primer álbum, Feroza. Por aquellos días también integraba la banda de Mateo Sujatovich, Conociendo Rusia.
“Me vine al cumple de una amiga y decidí quedarme. ‘Ma, me quedo’”. La respuesta de su mamá fue igual de simple: “Bueno, amor, chau”. Esa libertad le sacó presiones a la hora de hacer música y también de buscar su sonido. “A mi familia materna no le importa la música, les gusta para bailar pero de manera funcional, no son apasionados. Por parte de mi viejo, no muchos me fueron a ver, no sé si escucharon el disco. Mi viejo es súper folklore. Ya le voy a preguntar, por ahí ni lo escuchó. Me re bancan ¿eh? pero no les importa. Soy la tercera hija de cuatro, ya está, libre”.
Así las cosas, si de chica el folklore no le llegaba tanto por una reacción adolescente natural, el distanciamiento la hizo amigarse con esas canciones que sonaban en su familia. “A dos cuadras de la casa de mi vieja había una plaza en la que se hacía un pesebre viviente”, cuenta. “Así que todas las navidades sonaba el Gloria de la Misa Criolla, de las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche. Es un temazo”. La versión incluida en el disco retoma arreglos vocales de la versión de Mercedes Sosa y el Coro de Buenos Aires.
Pero esa conexión se dio “estando acá” dice. “Fue como un retorno. Mi viejo es el más músico de la familia, siempre tocó folklore y tiene una capacidad de transmitir impresionante. Pero si nos íbamos de viaje eran dos horas de Los Chalchaleros y yo odiaba eso. Me gustaba el pop, el rock, estaba negada también porque la música se llena de significados y significantes. El hombre rural es todo un espécimen y lo asociás a cierta gente, tratos y ambientes. Con la distancia escucho la música y ya”. Por eso, aunque tiene conocimiento de los festivales de folklore, siempre se mantuvo al margen. No fui tanto porque el ambiente es fulero. Es muy heavy y yo siempre fui cuidadosa”.
Con la cabeza puesta en la música como ocupación de tiempo completo, Feli Colina no pierde de vista la idea de que todo siga siendo un juego. Su curiosidad la llevó a estar presente en la post-producción de los discos para asegurarse de que todas sus ideas estén plasmadas. “Hace unos cuantos años abrí el oído de productora”, cuenta. “Entonces presto atención al efecto de una guitarra o el teclado o las voces. No sé cantar perfecto, toco la guitarra a duras penas y no sé usar la compu como un productor. Como no soy experta en nada, me gusta hacer el completo”.
Desde ese no saber técnico nace buena parte de la fantasía que atraviesa su música. “A veces les digo a mis músicos que toquen como si un lobo entrara al bosque. Mi acercamiento a la música es así, también pienso mucho en texturas de telas. El Valle Encantado es tornasolado, sensual. LXS INFERNALES es sintético, sexual, es el golpe de un machete”. Y en medio de esa descripción encuentra una conexión familiar que ahora sí es directa: “Vengo de familia de artesanos, las artesanías forman parte de mi vida y creo que eso es lo que soy yo como música, una artesana de las canciones”.
Pero lo artesanal no significa amateur. Y Feli Colina está en un camino de perfeccionamiento técnico, tanto de instrumentos como de producción. “Mi sueño es ser una vieja instrumentista de 60 años que toca en su casa”. Lo dice con una sonrisa y extendiendo sus manos como si tocara un piano infinito, que une Buenos Aires con el Noroeste Argentino y se extiende hasta Cuba, en un recorrido por el cancionero latinoamericano que tiene tanto de Rubén Blades como de Cazzu.