'First Dates' nos recordó cuánta verdad hay en que las apariencias engañan

¡Joder! Estoy un poco impresionado, en shock. Ahora me explicas esto... ¡Madre mía!”. Esas fueron las primeras palabras que anoche dijo Carlos Sobera en First Dates, al recibir a un comensal vasco de nombre Ramón.Un hombre que quiso mandar un mensaje muy claro a la audiencia, y es que las apariencias engañan, que no hay que fiarse de las primeras impresiones. Y para demostrarlo, decidió acudir a su cita oculto tras una máscara de látex de gran realismo, que mostraba su rostro y su cabeza llena de arrugas. Una estampa que al que aquí escribe le recordó, por un momento, al terrible Freddy Kruegger, el asesino de las películas de Pesadilla en Elm Street cuyo rostro estaba lleno de quemaduras.

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Durante un segundo, me pregunté qué es lo que estaba viendo. First Dates se había tornado de manera temporal el programa de Netflix Sexy a lo bestia, ese en el que varias personas tienen citas, pero ocultan su identidad tras vistosos disfraces de animales o de monstruos. Sin embargo, en este dating show del gigante de streaming al final siempre se esconden personas de belleza normativa, y se notaba a leguas que el mensaje de este soltero iba por otros derroteros muy dferentes.

Ramón se presentó como un artista multidisciplinar, que vive en Bilbao. Le gustaba jugar al despiste, a que viésemos más allá de lo que tenemos delante de nuestros ojos, y quizá por ello prefirió no decir cuántos años tiene. No es que fuese coqueto; me da la sensación de que solo quería que le conociésemos tal cual es, sin etiquetas. De ahí que dijese que tiene una edad indefinida. No quería que midiésemos su forma de ser por patrones de belleza ni datos marcados por un calendario.

La máscara que llevaba este soltero no es algo que se haya hecho a propósito para lucirla en el programa, como quien va a comprarse un traje nuevo para dar bien en cámara. O mal, en su caso. Según no explicó, es una performance callejera que lleva haciendo desde hace ya 20 años. “Es una crítica al culto a la belleza y a la juventud eterna. Me hice una máscara de mi propia cara de viejo”, explicó, dando así ya una pista de que alguna similitud habría entre la careta y su imagen real. Luego, continuó explicando cuánto detesta la gerontofobia que hay actualmente. “El odio al viejo y a la gente mayor respecto al culto a la juventud”, explicó el artista a Sobera, y de paso, a toda la audiencia que no estuviese familiarizada con el concepto.

Imagen promocional de 'First Dates' de los programas de verano de 2022 (Mediaset)
Imagen promocional de 'First Dates' de los programas de verano de 2022 (Mediaset)

No todo el mundo habría tenido narices de tener una cita con una persona con semejante máscara. Era desagradable de ver, y como dije anteriormente, a mí me trasladaba más a una película de terror que a un apacible anciano que denuncia la discriminación hacia las personas de su edad. A quien le tocó tener a Ramón por pareja fue una mujer llamada Amparo, que no ocultó que lo primero que pensó es que quería que la tierra le tragase; tal era el realismo de la prótesis del vasco que ella pensó que su compañero de mesa había tenido un accidente o había sufrido alguna clase de quemaduras.

Natural de Valencia, Amparo resultó también ser artista, y al igual que Ramón se salía de la norma; en su caso, es fotógrafa erótica, y le enseñó a su cita algunos de sus trabajos a través de su teléfono móvil. Con curiosidad y naturalidad, más tarde le preguntó a Ramón que por qué llevaba a cabo esa protesta a través de su arte, y una vez lo supo, con mucha generosidad le explicó que ella misma había sufrido un accidente de tráfico que le destrozó la cara. Entonces, el vasco le dijo que a él también le había pasado algo similar; ella chocó contra una farola, y Ramón salió disparado por la ventanilla de un coche. El recuerdo que el de Bilbao tiene de su rostro lleno de sangre le hizo apodarse a sí mismo el Monstruo Analógico.

A pesar de tener una barrera de látex entre ellos, Amparo supo ver con los ojos del corazón, y quiso tener una segunda cita con Ramón. Fue ahí cuando él, al más puro rollo Mask Singer, desveló su verdadera identidad… Y resultó ser un hombre normal y corriente, como cabría esperar. El amor acabó triunfando, y ambos volvieron a sus hogares con la promesa de una segunda cita que no sabemos si llegó a producirse. Y Ramón se fue, además de muy fresquito al no tener ya prótesis, con el gusto de haber denunciado el edadismo en la sociedad actual. Porque, como tantas veces nos dijeron en La Bella y la Bestia, no podemos olvidar de que la belleza está en el interior.

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