Fito Páez celebró los 30 años de El amor después del amor ante 35 mil personas
Lo primero que se escucha en el Estadio de Vélez repleto con 35.000 personas es la batería programada de “El amor después del amor”, que suena fechada en 1992, tal como suena en el disco del mismo nombre y sonó también en Vélez hace 30 años. Y Fito Páez de sobretodo violeta (en conjunción de dos príncipes: El Principito y Prince) a un costado del escenario entonó los primeros versos antes de que su banda entrara por completo a hacerse cargo de casi todo el show con sonoridad plena. Pero si iba a haber algún gesto de nostalgia, sería apenas ese. Las dos horas y media de show estuvieron marcadas por la celebración de un cancionero que hace rato es parte del imaginario popular argentino.
Nathy Peluso en “La Verónica”, Fabiana Cantilo en “Te aliviará”, Hernán de Mala Fama en “Hey You”, Alejo Llanes en “Circo Beat” y David Lebón en “A rodar mi vida” fueron el puñado de invitados que pasaron por el escenario y de alguna manera demostraron lo amplio del recorrido de Fito entre influencias, compañeros e influenciados. Algunas de las caras en las primeras filas, extendían aún más el espectro: Juanse de los Ratones Paranoicos bien adelante, Julián Kartun un poco más atrás. Entre los saludos y dedicatorias, por supuesto hubo mención a Luis Alberto Spinetta luego de “Pétalo de sal” y más tarde a Charly García “que lo está mirando desde su casa”. La cita a “No bombardeen Buenos Aires” como cierre de un popurrí funk-pop que incluyó “Solo los chicos”, “Tercer mundo” y “Gente sin swing” fue el otro homenaje a su ídolo máximo.
Con una banda sonando a pleno y atenta a las indicaciones de Fito para ajustar las dinámicas según el show y la participación del público lo requerían, el set mantuvo siempre la intensidad. La versión de “Cable a tierra” con música de “Boys Don’t Cry”, de The Cure fue el mash up inesperado (y no del todo bien logrado) de la noche.
Pero si hay algo que une a las canciones de Fito Paéz como factor común es el melodismo con el que conduce una alegría que para él se da de forma natural. Como si del rock se hubiese quedado con aquella máxima de que “Mañana es mejor”, Fito fue capaz de cantar con una sonrisa sobre “la melancolía de morir en este mundo y de vivir sin una estúpida razón” a bordo de ese power pop indeleble que es “Mariposa Tecknicolor”. “A rodar mi vida”, “Dar es dar” y toda la celebración del amor que encierra El amor después del amor se resumen en esa frase final que dejó como mantra: “El amor es la única fuerza que al final paga”. Sentado al piano o parado en frente del escenario, Fito cantó con su estilo de siempre: la cabeza inclinada hacia atrás que por momentos lo hace cantar corrido del micrófono, las manos marcando las alturas como si estuviese dándose una clase de solfeo a sí mismo y una afinación que nunca es del todo precisa. Fito Páez canta como si lo desbordaran sus propias melodías. Un desborde que a veces es de alegría y otras veces es de bronca, pero que siempre se supone poptimista.
Tal vez nadie haya hecho en el rock argentino una obra tan transparente en relación con su vida privada como lo hizo Fito Paéz. Un diario íntimo traducido en versión revista Canta Rock. Así y todo, esas letras que él mismo se encargó de quitarles el misterio gracias a tanta explicación y exposición (el show comenzó con el trailer de su serie autobiográfica, por ejemplo) nunca perdieron el poder de interpelar y sobre todo de ser apropiables para un público al que Fito parece cantarles todo el tiempo eso de querer dejarles una suerte de señal y hacerles más liviano el peso de sus cruces. Y puede sonar en exceso altruista o ególatra, pero es música y nunca tiene que ver con la verdad sino con lo verosímil, y aquí se cumple en cada entrega.
Para bajar ese mensaje, un momento particular del show funcionó como ejemplo . “Ahora se pudre todo”, dijo Fito después de “Te vi”, y en lugar de explotar en volumen y distorsión, ensayó solo y a capela “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Y entonces el estadio entero hizo silencio para que pueda cantar una de sus tantas melodías que se sotienen como un documento inalterable y en las que buena parte de un país aún cree y se apropia, aunque sea por ese instante.