Aquí: una flagrante renuncia al cine en nombre de los artificios técnicos

Tom Hanks y Robin Wright, jóvenes otra vez
Tom Hanks y Robin Wright, jóvenes otra vez

Aquí (Here, Estados Unidos/2024). Dirección: Robert Zemeckis. Guin: Eric Roth y Robert Zemeckis. Fotografía: Dan Burgess. Música: Alan Silvestri. Edición: Jesse Goldsmith. Elenco: Tom Hanks, Robin Wright, Paul Bettany, Kelly Reilly. Duración: 108 minutos. Distribuidora: BF Paris. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: mala.

Hubo un tiempo en el que Robert Zemeckis era reconocido con justicia en Hollywood como un realizador de extraordinario talento para crear mundos de fantasía a través del cine. Podían surgir de la realidad y a partir de ella cobrar vuelo inesperado (Volver al futuro, Forrest Gump, La muerte le sienta bien) o apoyarse directamente en una materia prima fantástica y explorar todas sus posibilidades (¿Quién engañó a Roger Rabbit?). También mostraba en sus comienzos un extraordinario timing para la comedia (Autos usados), la aventura (Tras la esmeralda perdida) y la ciencia ficción (Contacto).

Zemeckis se había forjado en el cine junto a Steven Spielberg, a quien le proveyó el guion de 1941. A cambio, Spielberg le produjo su ópera prima (Locos por ellos) y siempre estuvo cerca de su carrera. Pero después de Náufrago, la carrera de Zemeckis se desbarrancó (con la honrosa excepción de El vuelo) en la misma medida en que el director empezaba a hacer experimentos con la tecnología digital, la captura de movimiento, las posibilidades de la animación y toda clase de efectos visuales.

Lo primero que sacrificó en esa búsqueda obsesiva de perfeccionamiento técnico fue la narración, como si su talento para contar historias fuese un obstáculo infranqueable para alcanzar ese aparente ideal de innovación. Y sin el sostén narrativo, la técnica resulta insuficiente. Puede deslumbrar o provocar asombro por algunos minutos, pero una película es mucho más que eso. Se hace muy difícil que pueda emocionarnos durante una hora y media la mera activación del mecanismo que pone en funcionamiento a un artefacto.

Desde hace dos décadas, casi todos los proyectos de Zemeckis están marcados a fuego con esta impronta. Y en su obra más reciente, las dos líneas paralelas con las que viene trabajando (una narración subordinada al alarde tecnológico entendido como fin en sí mismo) superan cualquier límite. De tan exacerbadas, terminan anulándose recíprocamente. ¿Conclusión? Lo que vemos es una historia sin alma, alimentada por una maquinaria que no sorprende a nadie después de revelar tempranamente su único truco.

Zemeckis se apoya en una novela gráfica de Richard McGuire para contar de un modo bastante pretencioso y de manera no lineal la historia completa de Estados Unidos desde un único escenario: la habitación principal de una casa. Allí, adaptando a las técnicas digitales del siglo XXI, el modelo clásico del tableaux vivant, vemos a personajes típicos de distintos momentos históricos (de los tiempos coloniales a la actualidad) que entran y salen alternativamente representando distintos momentos de sus respectivas vidas.

No hay nada de cine allí: solo una sucesión interminable de cuadros montados y actuados como en un teatro que quieren ser vistos como enseñanzas y lecciones simbólicas de lo que supuestamente nos pasa a lo largo de nuestra existencia. La “proeza” se completa con otra demostración de los avances de la tecnología digital para rejuvenecer a sus intérpretes. Solo a algunos, porque otros reciben el consabido maquillaje para simular el envejecimiento.

Quienes aparecen jóvenes otra vez son Tom Hanks y Robin Wright, que se reencuentran con Zemeckis 30 años después de Forrest Gump para compartir con todo su profesionalismo una nueva experiencia bastante menos feliz. Aquí es un artefacto edulcorado (la banda sonora hace un gran aporte en ese sentido) que no va más allá de la demostración de que es posible poner en movimiento sobre una pantalla un álbum fotográfico.

La emoción es otra cosa, muy lejana y ajena a lo que quiso hacer Zemeckis. Aparece, por ejemplo, en el maravilloso relato animado y sin una sola palabra (con la ayuda de la inspirada partitura de Michael Giacchino) de la vida en común de Ellie y Carl Fredricksen en el comienzo de Up, una aventura de altura. La película de Pixar alcanza allí en cinco minutos una perfección que está a océanos de distancia de la última obra de Robert Zemeckis, un artista audiovisual que hace tiempo renunció al cine en nombre de la técnica.