El flamenco tuvo una noche histórica al amparo del Latin Grammy

Al desarrollarse en la capital andaluza, era natural que la ya proverbial semana del Latin Grammy, realizada anteriormente en los Estados Unidos de manera continua, tomara en cuenta de manera amplia y comprensiva al flamenco.

A fin de cuentas, estamos hablando de un género folclórico de renombre mundial que surgió a fines del siglo 18, que es el motivo máximo de orgullo para quienes viven en esta región de España y que, en 2010, tras mucho batallar, fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Rosalía, una de las estrellas más notorias de la escena iberoamericana en la actualidad, lo ha empleado con frecuencia en sus canciones, pese a no ser andaluza; pero eso no quiere decir que se trate de una vertiente que goce de difusión masiva en diferentes partes del planeta, sobre todo en su modalidad más pura.

Ante todo esto, es curioso que haya sido una compañía transnacional tan abocada al ‘mainstream’ como Universal Music la que haya asumido la responsabilidad de organizar un espectáculo masivo completamente centrado en el flamenco, mayormente en su forma tradicional, y protagonizado por las figuras más relevantes del género que se encuentran vivas, como la misma Linares, Sara Baras, Luis el Zambo, Rafael Riqueni, Tomatito y José Mercé.

No se trató de una actividad menor, sino de un concierto -“Flamenco Universal”- con capacidad para 5 mil asistentes que se desarrolló en el centro de la emblemática Plaza España, bajo una carpa gigantesca, y que además de agasajar a los numerosos invitados con tapas de todo tipo y bebidas a discreción, fue antecedido por una alfombra roja que sirvió no solo para el paso de incontables celebridades vinculadas a la escuela musical homenajeada, sino también para el recorrido de artistas internacionales como Juanes, Anitta, Majo Aguilar, Poncho Lizárraga, David Bisbal y otros.

El espectáculo en sí no fue ni por asomo un asunto menor, empezando por su duración, ya que se extendió a lo largo de más de cuatro horas y ofreció un panorama particularmente amplio de los diferentes estilos del flamenco, conocidos popularmente como “palos”, mientras celebraba frecuentemente la obra de iconos de la talla de Camarón de la Isla y Paco de Lucía. No había que tomarle la palabra a Jesús López, presidente de Universal Music Latinoamérica, quien nos dijo en la alfombra que este iba a ser un evento histórico y probablemente irrepetible, para darse cuenta de que lo que se veía y se escuchaba frente a nosotros era algo memorable.

No todos parecían entenderlo de ese modo. Motivados por el consumo de alcohol -que no dejaba de circular- y por sus propios temperamentos, los integrantes de un vasto sector de la audiencia se dedicaron a conversar en voz alta durante todas las actuaciones, obstaculizando con ello la apreciación de la invaluable experiencia que se ofrecía. Se trató de una circunstancia generalizada, como lo noté al desplazarme en hasta cuatro ocasiones a lo largo y ancho del auditorio con la finalidad de evitar el bullicio.

Claro que esta apreciación viene de un visitante extranjero. Al conversar con la empleada de un café local a la mañana siguiente, descubrí que esa verborrea es típica de los shows de esta clase, por lo que mi disgusto podría ser confundido con desconocimiento cultural. De acuerdo. Pero los “ssssshh” que empezaron a escucharse de manera creciente con el transcurso de los minutos demostraron que yo no era el único afectado por el asunto, que se producía incluso durante la interpretación de las piezas menos ruidosas (porque, claro, el flamenco puede llegar a ser muy ruidoso, lo que puede conducir también a la saturación auditiva).

A fin de cuentas, cada quien asumía a su modo la trascendencia de un concierto que no fue siempre perfecto (algunas de las experimentaciones presentadas no terminaban de cuajar y el sonido no fue siempre ideal), pero que, además de contar con la participación de más de 100 artistas de diferentes generaciones (muy pocos de ellos firmados por Universal, como lo dijo López), estuvo lleno de momentos sobrecogedores.

Habría que contar entre ellos la temprana intervención de Linares, receptora actual del Premio a la Excelencia por parte de la Academia, quien abrió el telón con una imponente interpretación de “Toma ese puñal dorado”; la soberbia sesión de ‘guitarra y cante’ a cargo de José Mercé, Tomatito y Manuela Carrasco; el dúo entre el mítico pianista Dorantes y la cantao’ra Alba Molina para la rendición de la emotiva “Todo es de color”; el sublime solo del maestro de la guitarra Rafael Riqueni en las postrimerías del concierto; y el contundente zapateado por parte de uno los integrantes de la compañía de El Farru, ya al final, durante un merecido tributo a los tablaos, recintos donde se exhibe de manera pública el género.

No pretendo ser un experto en esto, ni mucho menos, pese a que la sangre andaluza corre de algún modo por mis venas debido al origen de mi familia materna. Pero, ya desde la alfombra roja, se notaba la emoción de los participantes, así como de sus conocidos y familiares, ante un evento que no era cosa de todos los días y que les iba a permitir dejar en alto lo que para ellos es una forma de vida y una expresión artística digna de cualquier elogio. La próxima vez, intentaré hablar también en voz alta mientras los veo, a ver cómo me va.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.