Frank Black celebró en vivo el aniversario de un álbum que suena ahora mejor que nunca
No le basta con ser el líder y el compositor principal de Pixies, una de las bandas ‘indie’ más celebradas de todos los tiempos. En la actualidad, sigue no solo al frente de la misma agrupación, que se presentará el 20 y el 21 de junio en el Hollywood Palladium, sino que mantiene en pie una carrera como solista que comenzó durante un receso de su proyecto principal, pero que cuenta con una identidad propia.
Tanto así que, además de haberlo llevado a grabar 16 álbumes en 32 años (es decir, seis más que los que ha hecho con Pixies en 38 años), le permite darse el lujo de ofrecer conciertos tan especiales como el que dio el fin de semana pasado en el Orpheum Theater de Los Ángeles, donde, en lugar de hacer un repaso de todas esas producciones individuales, se dedicó a presentar en su totalidad una de ellas, “Teenager of the Year” (1994), con motivo de sus cuatro décadas de existencia.
El álbum es largo (dura un poco más de una hora), pero como eso no es suficiente para cumplir los requisitos de una presentación entera, agregó al repertorio cinco temas de la placa epónima de 1993 con la que se inició su etapa personal, haciendo con ello que el show fuera una especie de homenaje a sus primeros tiempos de creatividad individual.
Pese a la especificidad del asunto, Frank Black (que se hace llamar Black Francis cuando milita en Pixies, y que nació con el nombre de Charles Michael Kittridge Thompson IV) cuenta con el suficiente número de seguidores para lograr que un asunto de esta clase resulte exitoso, como lo demostró el lleno total de un auditorio que no será inmenso (tiene capacidad para 2 mil personas), pero que es de todos modos amplio y definitivamente histórico.
Estamos hablando, además, de unos admiradores fieles que estaban conscientes de lo que iban a ver y que no se quejaron ni por un segundo ante la ausencia completa de las canciones pertenecientes a la banda más conocida, como suele suceder en cambio durante los recitales de artistas que ofrecen sus repertorios como solistas frente a audiencias a las que les interesa únicamente lo que más conocen o, simple y llanamente, los ‘hits’.
Una justa revalidación
“Teenager of the Year”, cuyo nombre se relaciona a un hecho de la juventud de Black pero es claramente irónico -no solo porque nuestro amigo tenía casi 30 años cuando lo lanzó, sino porque estamos frente a un autor que escribe constantemente letras surrealistas difíciles de descifrar-, está lejos de ser un disco cargado de éxitos.
El único tema que se podría adjudicar el título -y que tuvo además su respectivo videoclip- es “Headache”, un corte melódico con una plácida introducción de guitarra acústica que se inclina hacia el pop y que figura entre lo más accesible que ha hecho el vocalista y guitarrista bostoniano.
Pero lo cierto es que el álbum incluye piezas mucho más interesantes que, por supuesto, no faltaron en el Orpheum, como es el caso de “Thalassocracy”, un rocanrol acelerado, agresivo y fascinante; “(I Want to Live on an) Abstract Plain”, un ‘modern rock’ respaldado por una gran melodía vocal que adquiere de pronto insospechados aires progresivos; “Freedom Rock”, un fenomenal rock guitarrero que se convierte de pronto en un cadencioso reggae; “Olé Mulholland”, un eficaz coqueteo con los esfuerzos de Lou Reed y del post-punk; y “Bad, Wicked World”, que es puro punk del bueno.
Debido a su amplitud (tiene 22 canciones), es difícil esperar que la placa doble sea perfecta; de hecho, algunas de sus composiciones nos parecen prescindibles, y en otras circunstancias, hubiéramos preferido sin dudarlo que fueran reemplazadas por otras creaciones de Black, o incluso por esas joyas de Pixies que Black no ha dejado de tocar del todo aun cuando se presenta sin ese grupo.
Sin embargo, uno de los encantos principales de la velada fue la oportunidad que nos dio de apreciar en toda su complejidad el alcance de una obra que pasó un tanto desapercibida al momento de su publicación, pero que fue subiendo paulatinamente de estatus con el paso del tiempo, hasta el punto de que acaba de ser reeditada en una edición única de vinilo, debidamente remasterizada.
Los orígenes
En lo que respecta a los surcos de su primer disco, Black cambió un poco las cosas en relación a lo que había ofrecido un par de días antes en el Fillmore de San Francisco; no en cuanto a la presencia de los temas elegidos, sino en el orden que los presentó, porque en lugar de interpretar “Los Angeles” en la primera parte del concierto, antes de arremeter con el “Teenager of the Year” entero, dejó la pieza para el segmento de cierre.
Lo hizo con pleno conocimiento de que se trata de un corte que, por razones naturales, ocupa un lugar especial entre sus hinchas locales, pese a que la letra parece insinuar con cierta maldad que se está refiriendo a “otro Los Ángeles”.
Antes de tocarlo, el anfitrión de la velada, que mantiene intacta su distintiva voz, presentó a los músicos que lo acompañaban, provenientes casi todos de nuestra ciudad; y en otros momentos, hizo mención a algunas de las experiencias que ha tenido en el Sur de California, implicando con ello el aprecio que le tiene a un lugar en el que ha pasado mucho tiempo.
Pero no habló de los incendios actuales, lo que podría haber dejado anonadado a cualquier espectador casual, pero que tiene sentido cuando se trata de un artista poco inclinado a las manifestaciones sentimentales públicas e, incluso, al movimiento físico en los escenarios.
También resultó apropiado que terminara el concierto con “I Heard Ramona Sing”, otra canción de la placa de debut que llamó la atención desde su estreno por su carácter pegajoso, y que volvió a alcanzar notoriedad siete años después debido a su inclusión en la banda sonora de “Scott Pilgrim vs. the World”, una película con la que no tenía nada que ver (más allá de que el personaje principal estaba en una banda de ‘indie’), pero cuya protagonista femenina se llamaba justamente Ramona.
Conformada mayormente por el personal que grabó el “Teenager” -es decir, el bajista y tecladista Eric Drew Feldman (quien produjo además el trabajo), el guitarrista Lyle Workman y el baterista Nick Vincent-, y con la adición del multi instrumentista Rob Laufer, la banda de Black para la ocasión ofreció, naturalmente, una interpretación especialmente fiel de la placa; e hizo lo mismo con los cortes del primer disco que se escucharon, en el que participaron igualmente Feldman y Vincent.
Fuera de uno que otro error, los músicos establecieron una unidad impresionante que resultaba incluso más destacada en vista de que, fuera de las dos fechas anteriores en la ciudad de San Francisco, no habían tocado realmente juntos en mucho, mucho tiempo. Y no tuvieron que hacer más que dedicarse a lo suyo, sin aspavientos de ninguna clase, para darle vida a una noche inolvidable.
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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.