Gandhi: la epopeya de un director que enfrentó el recelo del gobierno indio, se peleó con los grandes estudios y marcó un récord histórico en 125 segundos
Fue productor, actor y director. El gran público lo reconoce por uno de sus últimos papeles, en el que compuso al principal responsable del Parque Jurásico que Steven Spielberg convirtió en una de las franquicias más famosas de la historia del cine. Pero el versátil Richard Attenborough, de quien hoy se cumple el centenario de su nacimiento, fue además el realizador que entregó una compacta filmografía de apenas una docena de títulos, con películas de tanta relevancia como Un puente demasiado lejos, A Chorus Line, Grito de libertad o Chaplin. Pero entre todas ellas, seguramente por su enorme impacto, éxito y trascendencia posterior, su biopic sobre Mahatma Gandhi es una de las más grandes labores que legó para el cine.
Detrás de un sueño
Cuando el 26 de noviembre de 1980 dio inicio la filmación de Gandhi, Attenborough ya conocía el perfil del líder pacifista como ninguno. Había leído y releído desde 1962 alrededor de cien biografías, incluyendo la de Louis Fischer que lo acompañó durante su labor en la India. Nada menos que dos décadas tardó en concretar el comienzo de rodaje, desde aquel anhelo inicial a los nueve años íntegros de preproducción, y casi otro medio año tras las cámaras, donde convivió no solo con un líder convertido en mito sino también con todas las vicisitudes de un rodaje que movilizó a 300 mil extras. Para la investigación, además, el realizador contó con los pocos cortos y documentales rodados luego del asesinato de Gandhi y la profusa labor fotográfica que Kanu Gandhi, sobrino nieto del “apóstol de la no-violencia”, había realizado durante sus últimos diez años de vida.
Pero por sobre todas las cosas, Attenborough contó con la colaboración de un gobierno indio que quería dejar atrás a Nueve horas a la eternidad, proyecto en el que Mark Robson torció el destino de una biopic sobre Mahatma Gandhi a un delineado perfil sobre su asesino, que obligó al gobierno de Nehru a una prohibición sumida en el escándalo. Es por eso que, dos décadas más tarde, Indira Gandhi y otros funcionarios de la India tuvieron mucha injerencia en el desarrollo del guion que Attenborough presentó para dar inicio a un rodaje para el cual el gobierno de la India aportó un tercio de los 22 millones de dólares que necesitó la producción .
“Es imposible abarcar la vida de un hombre en una narración. No hay forma de dar a cada año su peso correspondiente, incluir cada evento, a cada persona que ayudó a formar una vida. Lo que puede hacerse es ser fiel en espíritu a lo ocurrido, y tratar de encontrar el camino hacia el corazón del hombre”, reza la aclaración impresa al comienzo del film. El espectador se sumergía entonces en un relativo presentado con enorme carga emotiva, desde el asesinato de Gandhi al funeral multitudinario que tuvo lugar en Nueva Delhi, para luego ir al comienzo de la historia pública del personaje, permitiendo en ese flashback conocer la estructuración del pensamiento del futuro líder y figura referencial de la independencia de la India.
Desafíos y epopeyas
Con el proyecto en danza, muchos desearon personificar a Gandhi. Alec Guinness, Albert Finney, Robert De Niro, Dirk Bogarde, Anthony Hopkins y Richard Burton fueron algunos de los nombres que fueron tenidos en cuenta para el protagónico; Dustin Hoffman luchó fuertemente por quedarse con el papel. Frente a ellos se impuso el perfil de enorme parecido de un actor nada famoso hasta entonces, Ben Kingsley, que además adelgazó para extremar su parecido. La apuesta por un protagónico verosímil antes que famoso también había alejado a los grandes estudios del proyecto: “Consideraron que no era un proyecto comercial. Algunas propusieron colocar un actor de renombre en el papel del Gandhi, pero me negué rotundamente. Hace poco la Paramount me dijo que me daba el dinero si Richard Burton actuaba como Gandhi”, confesaba el realizador.
Kingsley, que era la mímesis exacta de su personaje, sorprendió a los pobladores que pensaban que el espíritu de Gandhi deambulaba por Nueva Delhi luego de sesiones diarias de siete horas de maquillaje . Para el actor, además, era el papel de su vida porque se entroncaba con la saga familiar: hijo del gujarati Rahimtulla Harji Bhanji y de la inglesa, Anna Lyna Mary Goodman, su nombre real antes de adoptar el artístico era Krishna Pandit Bhanji.
Pero para el realizador, contar con el protagonista casi idéntico al personaje original no iba a significar el fin de los problemas. Confiado en Billy Williams, un experimentado director de fotografía que tenía en su haber trabajos con directores como Tony Richardson, Ken Russell y John Schlesinger, Attenborough sabía que buena parte del encuadre de Gandhi estaría resuelto. Pero a las seis semanas de rodaje, Williams se lesionó y el director decidió convocar al director de fotografía de sus films anteriores, Ronnie Taylor, para avanzar con un rodaje que aún enfrentaba su mayor reto: la filmación de los funerales de Gandhi que involucraban a 300 mil extras y una única posibilidad de jornada de rodaje coincidente con el día de las auténticas exequias de Gandhi, el 31 de enero de 1981 . No había manera de fallar, de extender ese rodaje y de convocar a semejante movilización otra vez.
Para que todo tuviera un margen de seguridad, y además evocara la magnificencia de una enorme movilización popular, Taylor resolvió hacer la escena con nueve cámaras. El impacto visual resultante confirmó su ingenio y además permitió a la dupla ganar uno de los ocho premios Oscar con los cuales Gandhi finalizó su recorrido internacional luego de su estreno. La escena contaba con una figura de cera con el rostro de Gandhi, pero el aspecto no quedaba bien ante las cámaras. Así, Attenborough pidió a Kingsley que se recostara en ese lugar. La secuencia solo dura 125 segundos pero alcanzó para ingresar en el libro Guiness de los Récords por la enorme cantidad de extras jamás reunida.
Dentro de las centenares de cuestiones que movilizaba a diario el rodaje de Gandhi, debe contarse que se importaron hacia la India 650 trajes para vestir el período de 1900 a 1940, 250 pares de zapatos y cientos de uniformes militares y policiales de tiempos del Imperio Británico para deambular por los 136 decorados construidos por Dick Firt, experimentado diseñador conocido por su trabajo en Star Wars. Si de números se trata, la producción ocupó 100 habitaciones del hotel Ashoka en Nueva Delhi, 20 mil kilos de equipamiento se transportaron para ser utilizado en un rodaje que culminó el 10 de mayo de 1981 y finalizó con un enorme elenco que secundó a Ben Kingsley con los dorados nombres de Candice Bergen, Edward Fox, John Gielgud, Martin Sheen e incluso un joven Daniel Day-Lewis acompañando a notables actores indios.
Con un presupuesto de 22 millones de dólares, Gandhi recaudó más de 127 millones en su impactante recorrido internacional de la mano de Columbia Pictures. Se quedó, un año después de Carrozas de fuego, con el Oscar a la mejor película, añadió el propio para Kingsley y se llevó el de los rubros de vestuario, dirección artística, fotografía, montaje y guion original. Con enorme merecimiento por la titánica tarea y el loable resultado, Attenborough alzó el propio como mejor director, coronando el sueño que había acariciado durante dos décadas.
“Hace dieciocho años yo era un próspero actor y coproductor: una existencia cómoda”, decía el realizador antes de comenzar el rodaje y añadía: “Tenía suficientes papeles. En el cine, mi dinero estaba bien invertido. Luego Motilal Kothari me entregó la biografía de Gandhi escrita por Louis Fischer, y puedo decir sinceramente que cambió mi vida. Me quedé boquiabierto. Desde aquel día en Cannes no he vuelto a pensar en todo lo demás: todo lo que he hecho desde entonces, desde dirigir películas hasta rechazar papeles de actor y hacer casi 40 viajes a la India, ha sido poder hacer esta película ”, así definía el gran Richard Attenborough la materialización de los sueños que parecen imposibles.