Gerardo Gandini, el maestro que cambió la música argentina, será recordado con un año de conciertos

Gerardo Gandini y su fino humor, en una entrevista con LA NACION en 1997
Gerardo Gandini y su fino humor, en una entrevista con LA NACION en 1997 - Créditos: @MARTIN LUCESOLE

Tras la muerte de un gran artista suele sobrevenir, pasadas las exequias, un eclipse, como si se hubiera pagado algo por adelantado: podemos desentendernos de los vencimientos ya saldados. Después llegan otros y la obra del artista revive. No pasó lo mismo con Gerardo Gandini. Nadie podría decir que hoy, cuando se cumplen exactos diez años de su muerte, la obra del maestro haya decaído: más bien, se agigantó. Esto sucede porque cuando se habla de él no se lo hace con la tibieza de la evocación: sigue siendo, por el contrario, una fuerza viva y artísticamente poderosa.

Una explicación probable de esta persistencia la dio Ricardo Piglia, amigo y libretista de su ópera La ciudad ausente: “Gandini era un gran lector, uno de los mejores que he conocido (hay lecturas renovadoras, como hay escrituras originales)”. Las palabras de Piglia se pueden leer en el prólogo de En el final de aquel verano interminable (Gourmet Musical), el libro con los escritos del compositor que compilaron Pablo Fessel y Ezequiel Grimson, y que resulta crucial para comprender, ya no solamente su música, si no el lugar -lugar cuantioso- del que esa música procedía, sus rechazos y sus apologías. La observación de Piglia permite sospechar que Gandini reunió las lecturas renovadoras y las escrituras originales; todavía más, se dio cuenta de que esas dos acciones eran inseparables: la lectura renovadora era la condición de la escritura original. Así compuso música Gandini.

Gerardo Gandini, un compositor de clave personal y melancólica
"Nadie va a inventar nada, ni siquiera un acorde: todo eso ya está hecho”, decía Gandini en la década del 70

Ya en la década de 1970, Gandini había advertido la extenuación histórica de los materiales musicales: “Pensar que a cada momento se descubre la pólvora: ser naíf o aparentar serlo, es nefasto. En estos momentos es muy difícil hablar de cosas nuevas en relación con los materiales. Nadie va a inventar nada, ni siquiera un acorde: todo eso ya está hecho”.

La consecuencia que extrajo Gandini de esta constatación -la constatación de un lector- rige casi toda la obra que escribió, pero se disemina además en otras zonas, como sus improvisaciones sobre tangos que muy significativamente llamó “postangos”, en su tarea de pianista en el sexteto de Astor Piazzolla hacia fines de los años ochenta, y aun en su colaboración con Fito Páez, a principios de los 2000, y en el dúo con el pianista de jazz Ernesto Jodos (fueron varias vidas musicales en una sola).

Esa consecuencia -la constatación del escritor- fue que la originalidad debía buscarse en la combinación de los materiales, es decir, en la sintaxis. Para nombrar esos materiales, Gandini recurriría a una formulación propia de la vanguardia: “objetos encontrados”, la técnica dadaísta que dotaba de una instantánea funcionalidad estética a una lata, un mingitorio o una cita. Lo que se haga sintácticamente con esos objetos es también un efecto de lectura, de cómo se los vaya a mirar.

FOTOS A LOS MUSICOS FITO PAEZ Y GERARDO GANDINI, QUIENES ESTRENAN UN DISCO JUNTOS. MODA Y PUEBLO, Y LO PRESENTAN EN EL TEATRO COLISEO.
Fito Páez y Gerardo Gandini, en la presentación en el Teatro Coliseo de Moda y pueblo

La punta de un iceberg

Pero ya antes de eso la experiencia tardíamente vanguardista del Centro de Altos Estudios Musicales (Claem) del Instituto Di Tella, con su crítica a la idea modernista de material, ejerció sobre la poética de Gandini un influjo indisimulable. Hay que ver las fotos de la segunda mitad de la década de 1960: Gandini frotando con un arco el pico de un bidón en el Grupo de Experimentación Musical; Gandini tocando la pieza Strobo I de alcides lanza en un contrabajo con un esqueleto pintado; Gandini con Alberto Ginastera y Olivier Messiaen.

De ahí en más, ya nada lo tomaría, como suele decirse, por sorpresa a Gandini; nada, salvo las sorpresas implicadas en su propia faena; por ejemplo, su Sonata para piano n° 7. La música puede aprender también algunas cosas de la literatura. Hay una variación de la teoría narrativa del iceberg (variación enunciada no casualmente por Piglia) según la cual, en ciertos cuentos, se lee una historia hasta que, al final, se descubre que en realidad se leyó otra. Esa historia oculta que se lee en la Séptima sonata es la de preludio “Pasos en la nieve”, de Claude Debussy. Pero a diferencia de la deliberación que rige ese procedimiento en la literatura, el descubrimiento de “Pasos en la nieve” resultó una sorpresa para el propio Gandini: fue un alumno quien le reveló esa cita en una clase en la que él había sometido la sonata a la consideración de los discípulos.

Un colmo de la poética de Gandini fue Eusebius (cuatro nocturnos para piano o un nocturno para cuatro pianos), de 1984; desplegó ahí un método singularísimo de trabajo a partir de materiales preexistentes; en ese caso, uno de los números (“Zart und singend”) de las Danzas de la Liga de David, de Robert Schumann, es sometido a un razonado proceso de sustracciones, adiciones y filtrado de alturas.

Gerardo Gandini y su particular, e irrepetible, visión del tango
Gerardo Gandini y su particular, e irrepetible, visión del tango

Contrabandos

Pero esta poética de Gandini era anterior a Eusebius. Por ejemplo, en el origen de las cinco piezas para orquesta… E Sarà -escritas en 1976 y estrenadas ese mismo año– está una serie para piano del mismo nombre, fechada dos años antes. El título procede de una frase de Giuseppe Verdi: “Torniamo all’antico e sarà un progresso” (Volvamos a lo antiguo y será un progreso). Gandini se ampara en el beneficio de la duda sobre los alcances últimos del aforismo verdiano y opta solo por e sarà (y será), sin expedirse acerca de las posibilidades de progreso. Hay un homenaje a “los antiguos”, pero se trata de una variedad original del homenaje, que parte de los materiales ajenos sin que eso derive en ninguna inocencia servil al modelo.

Cada uno de los números tiene su propia historia. Por ejemplo, “Círculos sobre ‘L’enharmonique’ de J. P. Rameau” toma sus materiales del séptimo número (“L’Enharmonique”) de la Suite en sol de Rameau, una pieza sin tonalidad definida que Gandini somete a una suerte de desagregación. Y “Sarabande et Double (J. S. B.)” es una lectura de la Sarabande de la Suite para cello en do menor, de Johann Sebastian Bach, que empieza justamente con el cello solo. La “Sarabande” original es sometida a un proceso de “borrado” y luego, ya en el “Double”, aparecen en los huecos de las borraduras fragmentos de otras sarabandas. Más todavía, en otro de los maravillosos tráficos gandinianos en el interior de su propia obra, “Sarabande et Double (J.S.B.)” sería a su turno la matriz del segundo movimiento de su Sonata para cello, de 2006. Por último, “Homenaje a Domenico Scarlatti” se abre a la literatura. En el capítulo cinco de su novela Concierto barroco, Alejo Carpentier imagina una jam session, en pleno carnaval veneciano, en la que intervienen Vivaldi, Domenico Scarlatti, Händel y el criado del protagonista. Gandini había planeado escribir una obra sobre esa jam imaginaria; finalmente, quedó este homenaje, especie de quodlibet colosal con pasajes de obras de Scarlatti.

La ciudad ausente, su ópera de 1995 basada en la novela de Piglia, organiza por su lado su estructura a partir de “microóperas”, una forma que alude, sorprendentemente, a la ópera Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach. La Mujer Pájaro de la ópera de Gandini no puede disimular su parentesco con Olimpia, la hija mecánica de Spalanzani, alguien que fue humano y ya no lo es, como Elena, la mujer de Macedonio de Fernández convertida aquí en máquina que canta. Las cosas enajenadas son los fantasmas desterrados de la vida y confinadas a una existencia mecánica. Hay una afinidad entre los objetos encontrados de la música de Gandini y esos fantasmas. La ciudad ausente fue, a su vez, la primera ópera argentina con tema verdaderamente moderno. No es una “anti-ópera” ni una parodia. Gandini tenía como horizonte las óperas de Alban Berg, Wozzeck y Lulu, pero el alcance es más amplio. No hay ningún telurismo: todo es urbano, pero el realismo es vulnerado por una fiebre que viene de más lejos, del romanticismo y sus autómatas.

Gandini se definió alguna vez como “músico en general”, pero más frecuentemente solía hacerlo como “pianista”, lo que fue en el principio, antes de que su maestra de piano Pía Sebastiani lo presentara a Alberto Ginastera, su maestro de composición. Como pianista, tocó piezas de prácticamente todos los compositores argentinos de su tiempo, y nadie que lo haya escuchado olvidará su integral para piano de Arnold Schönberg. Desde el Instituto Di Tella hasta el Centro de Experimentación del Teatro Colón (Cetc) que creó y dirigió en 1990 a instancias de Sergio Renán –director entonces del teatro– Gandini fue prodigándose. La deuda con él de la música argentina es impagable, y los deudores no son únicamente los músicos clásicos y contemporáneos. Quienes lo trataron y conocieron su amistad, extrañan la lealtad, la inteligencia acerada, su temible manera de decir todo con una o dos palabras; quienes no, descubren eso reservado a poquísimos artistas: la integridad del hombre puesta en la obra.

Cómo serán los homenajes

  • Con el nombre de “Foco Gandini”, el Teatro Colón ha organizado una serie de conciertos que se extenderán todo el año. Para empezar, hoy y mañana, y el sábado y el domingo, a las 20, el Cetc programó “Gandini en escena”, un homenaje que implicará que a partir de ahora esa sala tendrá el nombre del compositor. Con la coordinación de Haydée Schvartz, se escucharán piezas de cámara y primeras audiciones de bocetos pertenecientes al Fondo Gandini de la Biblioteca Nacional, y se estrenarán los “responsos” escritos por Marcelo Delgado y Pablo Ortiz, encargos del Cetc.

  • En diciembre, el 5 y el 7, podrá verse en la sala principal del Colón una nueva producción (la puesta será de Valentina Carrasco) de La ciudad ausente. Por el lado de la Filarmónica de Buenos Aires, se escucharán, el 1° de julio, Diarios VI, y, el 25 de noviembre, sus Canciones tristes (con la mezzo Adriana Mastrángelo y dirección de Pablo Druker) en un programa que se completa con otras piezas muy queridas por Gandini: las Variaciones sobre un tema de Haydn, de Brahms; las Cinco piezas opus 10, de Webern, y la Tercera sinfonía, de Schumann.

  • Habrá además un concierto extraordinario (el 16 de octubre, día del cumpleaños del maestro): Páez/Gandini, en el que Fito Paéz volverá a tocar los arreglos de su amigo para el disco Moda y pueblo. Además, el 7 de octubre, la Orquesta Académica hará el Concierto para viola, y se estrenará Homenaje a Gandini, de Eva Lopszyc, con dirección de Ezequiel Silberstein.

  • En el CCK, el 7 de julio, la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Christian Baldini tocará Eusebius, en su versión para orquesta, y el 17 de noviembre Santiago Santero va a dirigir… E sarà. Por su parte, el Auditorio ArtHaus será el lugar en el que, el 15 y el 16 de abril, se oirán los Estudios para violín y piano.

  • Por último, en el Centro Cultural Borges, el 26 de abril a las 19, Ricardo Zanón y Sebastián Gangi presentarán Postangos (Melos), un volumen con transcripciones de las improvisaciones de Gandini.