Gonzalo Vega, el actor que sufrió una gran decepción cuando se sentía el Marlon Brando de México

Gonzalo Vega tuvo en 'Nosotros los Nobles' su última participación en un largometraje. (Photo by Omar Rivas/Clasos.com/LatinContent via Getty Images)
Gonzalo Vega tuvo en 'Nosotros los Nobles' su última participación en un largometraje. (Photo by Omar Rivas/Clasos.com/LatinContent via Getty Images)

Un año después de haber cumplido su década de estreno, Nosotros los Nobles conmemorará su décimo aniversario con un reestreno en cines bajo el lema: "Festejamos los 10 años en el 11 y PUM, tenemos un año más que todos". Y este nuevo lanzamiento es especial por la ausencia de Gonzalo Vega.

Una de las espectadoras más conmovidas con el regreso de la película a las salas es Marimar Vega, actriz que heredó de su padre la pasión por la actuación. Ella sintió y vivió la historia de una manera distinta. En 2013 su papá aún estaba vivo, ahora la realidad de su piel erizada le recordó que él ya no está, pero que perdura a través de su legado actoral.

"Ayer volví a ver a mi papá, fue tan conmovedor verlo de nuevo brillando en la pantalla grande, haciendo lo que más amaba. Qué privilegio esta profesión que nos da esta oportunidad de 'quedarnos' de cierta manera aquí para siempre", escribió la actriz en su cuenta de Instagram.

Marimar reafirma en sus palabras algo que Gonzalo Vega procuró demostrar en cada momento de su trayectoria, amor por lo que hacía, y eso era actuar. Tanto así que se mantuvo activo hasta que su salud empeoró. De hecho, Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013) fue su último largometraje.

Su último trabajo cinematográfico fue el cortometraje Hasta decir corte (Alejandro Méndez Rojas, 2014). Allí interpreta a un adulto mayor deteriorado en su salud cuyo pasado está ligado al cine y empieza a sentirse invadido de culpa ante el reclamo de su expareja por la muerte de un hijo. Dos años después de esa aparición falleció a consecuencia del síndrome mielodisplásico.

El romance con la actuación duró hasta que el cuerpo se lo permitió. No se trató de un idilio color de rosa a lo largo de su carrera. Por el contrario, el amor que tuvo por los sets y los escenarios se forjó en la etapa más crítica que vivió como actor: sentirse como una estrella y perderlo todo de inmediato.

El año 1969 fue primordial. Había ganado todos los premios que se otorgaban a los actores revelación. Tanto en teatro como en cine había sobresalido por sus interpretaciones. Su aparición en Los recuerdos del porvenir, de Arturo Ripstein, le llevó a ser reconocido como talento joven de la cinematografía mexicana. También le concedió el descubrimiento a la pantalla grande, de la cual se enamoró tras haberse visto en ella como el capitán Damián Álvarez. Sin embargo, las puertas recién abiertas se cerraron a la brevedad.

"Yo me sentía Marlon Brando, creí que era de allí para el real. Pero luego de esto estuve cuatro o cinco años sin trabajar. Fue terrible porque mi primer encuentro con la profesión había sido clamoroso y después vino la realidad. Allí fue donde aprendí. Me iba a los estudios Churubusco, extreaba, agarraba lo que salía. Fue allí donde conocí a un hombre al que le debo muchísimo, don Alejandro Galindo”, contó a Óscar Uriel en TAP.

En su depresión y necesidad pudo haber elegido caminos como las adicciones, los escándalos o renunciar a sus sueños de ser actor. Eligió el más difícil, resistir. A la par de aceptar los roles que le daban como extra y ganarse así un poco de dinero, se pegó al cineasta Alejandro Galindo como aprendiz. El viejo lobo de mar del cine nacional lo acogió para permitirle estar en filmaciones y así pudiera absorber todo lo que implica hacer una película. Se lo llevaba a su casa para darle de comer y conversar, además de darle consejos. No obstante, Vega se consumía por dentro al ver que no era merecedor de oportunidades frente a cámara.

"Me daban papelitos, pequeñas participaciones. Me citaban a las 8 y terminaba a las 9. Era terrible. Yo lo que quería era actuar, trabajar. Era muy doloroso, era una experiencia dolorosa el quitarme la ropa (del personaje) y el micrófono, me desnudaba de mis herramientas. Fue muy doloroso. Recuerdo esos cuatro o cinco años con un gran dolor, pero fue cuando aprendí".

Mucho potencial y fe tuvo Alejandro Galindo en Gonzalo Vega y lo “entrenó” con esa rigidez. Con el paso del tiempo el actor dimensionó el aprendizaje, ya que tenía nociones de iluminación, encuadres, sonido, puesta en escena, de todo aquello que envolvía a un filme. Ese conocimiento fue fundamental para que en 1974 tuviera por fin un empleo y un protagónico en Ante el cadáver de un líder, película dirigida ni más ni menos que por Galindo. Lo pulió. A partir de ese instante, Vega despuntó como histrión y no dejó de trabajar.

El período de su depresión, de contemplar detrás de cámaras cómo otros actores sí tenían empleo, de aguantar las ganas de claudicar y de acompañar a Alejandro Galindo como un alumno formándose en la adversidad, no lo olvidó. Abrazó ese lapso decisivo de su vida como estímulo para no fallarse ni fallarle al público como actor.

"Lo más entrañable para mí es el trabajo. Primero que nada, el trabajo. Para mí no fue fácil conseguir trabajo. Veía que muchos compañeros tenían trabajo y yo no. El hecho de conseguir trabajo, de conseguir cosas, para mí fue y es muy entrañable. Conseguir algo que me propuse a base de trabajo fue muy entrañable".

Hizo de la adversidad su gran compañera. La tempestad sufrida siempre la tuvo presente para recordarse a sí mismo que gracias a eso pudo cumplir su sueño. Así como hay gente que prefiere olvidar o maldecir las crisis que pusieron a prueba su resistencia para seguir adelante, Gonzalo Vega quiso a la suya al grado de estar agradecido con ella.

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