Un grabador Geloso, una amistad de casi sesenta años y el secreto para retomar, de tanto en tanto, las canciones inoxidables de Pedro y Pablo
El problema de Miguel Cantilo y Jorge Durietz no era que les costaba encontrar nombre a su primer disco como dúo. El problema fue que el grupo que habían formado ni siguiera tenía nombre. Pero como buenos hijos del rigor, recién cuando en la compañía discográfica que editaría el álbum debut los conminaron a sentarse en una oficina y no salir de allí hasta que el nombre apareciera, aquello fue algo posible y, sobre todo, pronunciable: Pedro y Pablo. En un punto, y aunque incluso haya tantas teorías que puedan decir lo contrario, el nombre que encontraron será lo de menos si se piensa que fue a fuerza de canciones como forjaron una amistad, con música de por medio, de casi sesenta años. Amistad y discos como Yo vivo en esta ciudad, Conesa, Contracrisis y Pedro y Pablo en vivo (que resultó una gran síntesis). Esos que hoy son un material indispensable a la hora de encarar seriamente un recorrido por el rock argentino.
En parte, el primer culpable fue un grabador Geloso, aquel con carrete de cinta abierta y teclas de colores. Ese que estaba en la casa de Jorge. Resulta que Jorge y Miguel vivían en el mismo barrio. Cantilo sabía que a unas cuadras de su casa había uno de su edad que tocaba la guitarra y tenía un grabador. Guillermo Cerviño, amigo de Jorge, escuchó a Cantilo en un recital que había hecho con su banda en la fiesta de una parroquia. Juntos armaron una primera reunión en la casa de Durietz y decidieron crear un trío con guitarras y arreglos vocales a tres voces. Los Beatles eran el punto de encuentro entre estos nuevos amigos. El resto se fue dando con los años y los escenarios: aquellos discos de los setenta que representan parte del catálogo fundacional del rock argentino; la popularidad de los primeros años de la década del ochenta; el hippismo, la poesía y la “canción de protesta”.
“Varias circunstancias del destino nos pusieron uno cerca del otro. Con Jorge vivíamos a pocas cuadras. Cuando mis vecinos me vieron con la guitarra, me dijeron que había otro como yo. Nacimos en la misma semana. Tenemos características astrológicas similares. A los 17 o 18 empezamos a tocar la guitarra. Nos descubrimos parecidos ”, enumera Cantilo. “Lo que más nos unía eran Los Beatles. El fanatismo. Sacar esos temas juntos. Esa fue nuestra escuela a pesar de que veníamos de orientaciones distintas”.
Debido a su fascinación por la literatura y, especialmente en esos años, por la pluma de Cortázar, propuso Cronopios como nombre del primer grupo que armaron con Guillermo. El futuro de cada uno estaba en sus carreras universitarias hasta el verano que decidieron irse de vacaciones, junto a otros amigos, y se dieron cuenta de que la música era una opción que se tornaría en la manera de ganarse la vida.
“Fuimos a Punta del Este. El Uruguay no resultaba caro en ese momento. Fuimos todos a parar a una misma habitación. Éramos un montón los amigos que fuimos. Con Miguel y Guillermo tocábamos en la playa- recuerda Durietz-. Teníamos talento natural para hacer armonías de voces. Éramos un trío joven y simpático. Y creo que sonábamos afinados”, recuerda.
Fueron a probar suerte al escenario de La Fusa y allí comenzó la historia. Guillermo dio un paso al costado y siguió concentrado en sus estudios. Miguel y Jorge continuaron; dejaron por un rato los temas de Los Beatles y se dedicaron al repertorio propio. En La Fusa fue Horacio Molina, uno de los principales anfitriones artísticos, quien los conectó con el sello discográfico por el que publicaron el primer álbum.
Mientras que para armar el trío la inspiración llegó desde el nombre de Historias de Cronopios y de Famas (1963), de Cortázar, para el dúo eligieron Pedro y Pablo, tras tomar distintos caminos que se cruzaron. Cantilo recuerda una novela en la que aparecían esos nombres. Por otro lado, eran dos personajes bíblicos. Y, finalmente, con cierto humor se terminaron de decidir porque también respondía a dos personajes que fundaron una amistad entrañable en la serie de animación Los Picapiedra (Fred Flintstone y Barney Rubble, en inglés; es decir: Pedro Picapiedra y Pablo Marmol).
“En ese momento ‘Miguel y Jorge’ sonaba a nombre de peinadores y nunca nos arrepentimos de llamarnos Pedro y Pablo. En cuanto al paso de cantar temas de los Beatles a nuestras propias canciones, creo que en eso influyeron Los Gatos de Nebbia, Almendra o Manal. También nuestra relación con Facundo Cabral, al que conocimos en La Fusa”, asegura Cantilo.
Luego del primer álbum, que va del pulso de la música beat al folk, enmarcado en arreglos orquestales, el dúo publicó Conesa más orientado al rock. El titulo no tenía ningún misterio. Ya en la tapa se veía la cara de los músicos en primer plano, con el cartel de la calle Conesa más arriba. Eran los hippies del barrio de Belgrano, que habían alquilado una casa en esa calle y la convirtieron en sala de ensayo. Además de ser el búnker de Pedro y Pablo, pronto se transformó en un lugar de paso para muchos otros músicos. Incluso, la banda platense La Cofradía de la Flor Solar llevó allí sus costumbres comunitarias de aquellos años de hippismo.
Cantilo fue muy inquieto y lo sigue siendo. Luego de esa experiencia comunitaria se fue a vivir al Bolsón. Más tarde, cuando la censura no daba tregua a las canciones se fue a probar suerte a Colombia, donde vivía uno de sus hermanos. “Primero me fui para allá, en 1974, y luego a España -contaba a LA NACIÓN, a finales de 2023, tras haber publicado su último álbum solista-. No podía ejercer mi oficio con libertad. Había cada vez más control y dificultadas para producir álbumes. En Colombia tenía un hermano que hacía música publicitaria. Estuve un año y medio, con un pueblo del que se aprende mucho. Y luego los cófrades que estaban en España me ofrecieron sumarme al grupo que estaban formando”.
En los ochenta otra vez regresó a la Argentina. Actualmente vive más de la mitad del año en las afueras de Madrid (su esposa es española) y el resto del tiempo en la quinta que compró hace unos cuarenta años en Parque Leloir.
Jorge tuvo, a lo largo de su vida, costumbres más bien sedentarias. Siempre vivió en Buenos Aires o en sus alrededores. Solo cruzó una vez el Atlántico, cuando viajó con su socio musical para dar conciertos. “No sé por qué fue así -dice-. Tengo muchos hijos acá y me cuesta alejarme. Además, no sentí la necesidad”. Sin embargo, tienen sus excentricidades, como la de ser, de algún modo, precursor de la vida en casas flotantes en el delta bonaerense. Y ahora, a punto de cumplir 75, proyecta viajes en motorhome a lo largo del país.
Por ahora no será en auto caravana, pero como dúo harán una gira que comenzó el último viernes en el ND Teatro y continuará con actuaciones en Mar del Plata (Centro de Arte), La Plata (Teatro Metro), Neuquén (Casino Magic), Lomas de Zamora (Teatro Coliseo), Mendoza (Teatro Selectro), San Juan (Teatro Municipal) y Punta del Este (Pueblo Narakán).
“Nuestra relación siempre soportó toda interferencia. Es curioso -dice Cantilo-: la distancia que ponemos entre nosotros fortalece los encuentros. Tenemos libertad para hacer lo que cada uno quiere. No hay que mantener una imagen ni un rumbo. Cada tanto sentimos que esto es como una necesidad. Juntarnos, cantar juntos. Una celebración. Una gira. Ya es una actitud repetida. Se cimenta en la época de oro, los ochenta, con una respuesta masiva de la gente que nos alentó, que nos hizo recorrer el país de punta a punta y que ahora nos permite recorrer las canciones fundamentales. Lo mejor es el respeto mutuo frente a las diferencias. A veces se proyectan en la forma de vida, en la opinión política y los afectos. Las tenemos, a pesar de ser escorpianos los dos. Las diferencias se respetan gracias al afecto y la valorización del otro. Lo valorizo como compañero de dúo y amigo.”
Después del Geloso, en la casa de Durietz apareció un sucesor, mucho más sofisticado: el Grundig TK47. Esa máquina -con un nombre que parece sacado de un modelo de Kalashnikov- era, en realidad, un grabador de cinta abierta portátil que ofrecía la posibilidad de hacer sobregrabaciones, al estilo de los multipistas. Tantos años pasaron de aquellas primeras canciones que parecen demasiados. Pero hay cosas que permanecen intactas. “Aquel fue un tiempo bisagra -memora Durietz-. Antes la posibilidad que tuvimos de grabar -ya no en el Geloso ni en el Grundig sino en un estudio profesional- optamos por seguir ese camino. Además, yo solo había hecho un par de años en la facultad de Arquitectura”.
“Noche gris” se llamó el primer tema que escribieron juntos. Pero nunca lo cantaron en vivo ni lo grabaron. Hoy siguen componiendo, especialmente Miguel. De hecho, en los shows que darán en los próximos meses se escucharán unas cuantas piezas que son de reciente factura. Por supuesto que no faltarán “Catalina Bahía”, la “Marcha de la bronca” o “Yo vivo en esta ciudad”. A fin de cuentas, esta mini gira fue titulada “Para que cantemos juntos”.
Es difícil que lo nuevo compita con aquello. “Pero, a la vez, aquellas canciones son la llave que te abre la puerta para seguir trabajando en esto. Si te ponés en el lugar del que viene, te das cuenta de que lo que se espera son esas canciones. Representan momentos de sus vidas. Las canciones tienen tantos significados y reverberancias en cada individuo”. Y en cuanto a la amistad con Cantilo, celebra: “Creo que cuando conocés a alguien a los 17 años, más que amistad ya eso se transforma en un parentesco. Hemos tenido diferencias, pero jamás nos peleamos. La protección natural es que no convivimos períodos de tiempo demasiado largos. Miguel cada tanto se va al otro continente. Eso permite la saludable inocencia de los comienzos, de los primeros contactos musicales. Gracias a seguir siendo amigos, cada uno desde su lugar y con distintas intensidades, hemos logrado mantener una coherencia artística . Creo que fuimos fieles a eso.”