Guillermo Francella vs. Ricardo Darín, protagonistas de una impensada pelea
El próximo 7 de diciembre las salas de cine de la Argentina van a teñirse de fútbol con el estreno de dos documentales sobre el Mundial 2022: Elijo creer , producida por la AFA y Grupo Octubre, entre otros, y Muchachos, la película de la gente, producción de Pampa Films. Pero lo curioso del recuerdo es que implica otro partido: la locución de Elijo... la hace Ricardo Darín; la de Muchachos..., Guillermo Francella. Sin dudas, son los actores de mayor taquilla en la Argentina, los únicos que arrastran gran cantidad de público a las salas con solo nombrarlos. ¿Maradona-Messi; Messi-Ronaldo del audiovisual vernáculo? ¿Habrá alargue o penales? El buen cinéfilo, como el buen futbolero, sabe perfectamente que hay que disfrutar de lo que dan y dejar de lado las discusiones sobre “el mejor”: se corre el riesgo de perder lo esencial: que son, hoy por hoy, los pilares visibles de toda una industria.
Coincidencia: ambos vienen del potrero de la televisión de los 70 y los 80. Darín, de antes, desde muy chico: de hecho, su debut en el cine, tras aparecer varias veces en la pantalla chica, fue en 1972, con catorce años, en He nacido en la Ribera; Francella, aunque había sido extra en Los caballeros de la cama redonda -de la saga de Porcel y Olmedo- en 1972, debutó realmente como actor en 1985, en El telo y la tele, después de haber tenido una buena carrera como actor de reparto en programas como Matrimonios y algo más o Historia de un trepador. El primero ya era, en los 80, “galancito”, un esmerado protagonista en telenovelas (Pablo en nuestra piel, El tema es el amor, Una escalera al cielo). En todo caso, en los 80 los dos se volvieron figuras populares y frecuentes de la pantalla. A Francella, el gran éxito le llegó con De carne somos, la tira de humor costumbrista que debutó en 1989 y en la que forjó su estilo de actuación. Los dos, por tanto, tuvieron que luchar con el prejuicio del encasillamiento que provee -o proveía, ese sistema que hoy estalló en pedazos- la televisión de aire: nadie recuerda los grandes roles dramáticos de Darín en Compromiso o su comicidad en Mi chanta favorito; nadie recuerda la oscuridad -décadas más tarde aplaudida como “novedad” - de los roles de Francella en Historia de un trepador. Para todo el mundo, la tele implicaba una liga menor y el cine, la consagración artística. El cine “serio”, claro; nadie aplaudió La discoteca del amor o Revancha para un amigo, de don Ricardo; y sólo un coleccionismo infantil puede recordar con cariño las “sagas” Bañeros... o Extermineitors, de don Guillermo, films realizados a desgano y descuido para una audiencia que sólo quería ver a “los de la tele” en pantalla grande. Seamos generosos: raramente la culpa de una mala película es de los actores, que muchas veces hacen hasta lo imposible por remontar lo irremontable. De todos modos, y simplificando la carrera del ascenso de ambos, las cosas cambiarían a final del siglo pasado y en el actual, en las grandes ligas del deporte de actuar frente a una cámara.
Y son dos jugadores de estilos bien diferentes. El trabajo de Francella proviene de la gran comicidad italiana, ese uso del gesto cotidiano combinado con el énfasis repentino y un dejo al mismo tiempo de amargura y oscuridad. Es el Ugo Tognazzi de la Argentina, con un instrumento cada vez más afinado, más preciso. Es casi imposible hoy que, incluso si un realizador lo “deja solo”, haga algo mal: convierte con cada asistencia (ver cómo remata cada secuencia con Darín en El secreto de sus ojos) y asiste con elegancia (ver cómo le deja servidas escenas perfectas a Luis Brandoni en Mi obra maestra). Es cierto: la pereza del negocio lo ha llevado a hacer films, incluso cuando ya se lo aplaudía, que no tienen verdadera calidad. Un argentino en Nueva York o Papá se volvió loco, tremendos éxitos de taquilla, merecen el olvido, incluso si Francella logra que nazca una flor en el desierto en varias secuencias. Es la marca de los grandes intérpretes forjar un recuerdo incluso en el peor de los contextos.
Darín es un representante de la escuela americana. Menos es más -ver su trabajo en El Aura, la última película de Fabián Bielinsky-, presencia antes que histrionismo -su trabajo en Elefante Blanco, de Pablo Trapero, va por ese camino-, capacidad para la ironía cómica incluso en medio de un contexto tenso -su “Bombita” de Relatos Salvajes. Es nuestro Kevin Kline, sin dudas. También es imposible que se equivoque a la hora de actuar, incluso si la pereza del negocio, etcétera... Aún poniendo todo de sí, y es mucho, películas como Séptimo o Tesis sobre un homicidio, que recaudaron mucho, resultan pobres y, por tanto, no quedarían en ninguna antología, incluso si Darín también logra sacar agua de las piedras en los desiertos de ambos guiones. También Ricardo sabe crear memoria positiva en las peores películas de las que le tocó participar.
No vamos a entrar en números. Francella tiene mayores éxitos de taquilla en términos absolutos porque algunas películas decididamente malas recaudaron mucho. Darín tiene otros récords: es un actor de prestigio en dos países -aquí y en España- y posee el no poco importante récord de que cuatro de las siete películas argentinas nominadas al Oscar (El hijo de la novia, El secreto de sus ojos -que lo ganó-, Relatos Salvajes y Argentina, 1985) lo tienen de protagonista. Otra vez: el público opta, en pantalla de cualquier tamaño, por “la de Francella” o “la de Darín ” como principal motivo para sentarse ante un producto audiovisual argentino.
Lo mejor de Darín, lo mejor de Francella
Hagamos un repaso (caprichoso, pero juramos que justificado) de lo mejor de cada uno. Darín tiene tres actuaciones cinematográficas perfectas. Primero, el imprevisible estafador de Nueve Reinas, donde toca todos los registros posibles para retratar la debacle moral del “chanta” porteño. Segundo, El secreto de sus ojos, donde aúna el toque de comedia con el estoicismo ante lo criminal -los dos géneros donde mejor funciona- en un equilibrio sin fisuras (de paso: film que es un punto de cambio total para Francella, comediante clásico y “americano” perfecto en esa película). Y tercero, Argentina, 1985, donde incluso si uno puede discutir ciertas cuestiones extracinematográficas, el retrato del fiscal Strassera no sólo es fiel, sino un ejemplo perfecto del arte sustractivo del cine clásico que recuerda al Gregory Peck de Matar a un ruiseñor.
Francella no debería avergonzarse jamás de su gigantesca y única vis cómica. El resumen está en Poné a Francella, donde inventó -el actor como gran creador- tipos únicos, donde la paleta de lo cómico es absolutamente amplia y compleja. En cuanto a lo dramático, es brillante su trabajo en El Clan, donde logra con gestos mínimos recrear a un monstruo sin caer jamás en el lugar común: los ojos que pueden generar risa, en esa película son de una dureza y una perversidad monumentales, retrato del ejercicio enfermo y psicopático del poder. Y finalmente, su obra magna es El Encargado, donde ambas caras (el cómico imprevisible, el psicópata perverso) se combinan en una sola criatura precisamente balanceada y en control total de sus recursos.
Y bien amigos, el 7 de diciembre, con el Mundial como excusa, las voces de ambos volverán a llenar los cines . Documentales mundialistas, género complejo para nosotros: nunca olvidemos que el film más abyecto de nuestra cinematografía, La fiesta de todos -donde Darín tuvo un pequeño papel, como gran parte de las estrellas de entonces-, fue aquel que usó la dictadura para lavarse la cara a un año de la copa del mundo ganada en 1978. Pero ha pasado casi medio siglo y los militares ya no están en el poder. Esta vez, en la doble función, Muchachos... (la de Francella) se anuncia como la película de la hinchada y Elijo creer (la de Darín), como el relato oficial desde la Selección. En todo caso, pues, películas complementarias que habrá que ver para juzgar. Igual de complementarias -no opuestas- que las carreras de Darín y Francella, lo mejor que tiene hoy el audiovisual masivo, dos diez que siguen haciendo goles.