No hables con extraños: interesante retrato de la precaria convivencia social que deriva en un thriller muy convencional
No hables con extraños (Speak No Evil, Estados Unidos/2024). Dirección: James Watkins. Guion: James Watkins, Christian Tafdrup, Mads Tafdrup. Fotografía: Tim Maurice-Jones. Edición: Jon Harris. Elenco: James McAvoy, Mackenzie Davis, Scoot McNairy, Aisling Franciosi, Alix West Lefler, Dan Hough, Kris Hitchen. Distribuidora: UIP. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: buena.
En su película Speak No Evil (2022), los daneses Mads y Christian Tafdrup elaboraron una cruel radiografía de las formas de convivencia en las sociedades contemporáneas. Entre la sátira de costumbres y terror de la angustia, demostraron que bajo una fina capa de civilidad siempre aguarda lo más primitivo del ser humano.
Nada que otros directores como el austríaco Michael Haneke en Funny Games (1997), o el sueco Ruben Östlund en El triángulo de la tristeza (2022), no intentaran revelar, aun con más premios y pretensiones. Ahora bien, esta remake que lleva el mismo título Speak No Evil (bautizada aquí como No hables con extraños), relocalizada en Reino Unido luego de un breve prólogo vacacional en la Toscana, modera su exégesis de las tensiones sociales en la Europa actual para decantar en un thriller mucho más agresivo, pese a sus momentos de comedia, y plantea un choque moral y cultural más explícito cuyo único destino posible es la confrontación.
Esta vez los protagonistas son una familia de norteamericanos residentes en Londres, batallando todavía con su integración en el nuevo país, y otra de pobladores de la campiña inglesa, con un hijo mudo y cierto aire de rusticidad prefabricada. La premisa es similar a la de la película original: un encuentro casual en Italia, la invitación para compartir un fin de semana juntos. Con menos interés en la ironía costumbrista que en el festín violento, No hables con extraños dibuja su rumbo de manera más evidente. De hecho, el Paddy de James McAvoy, recién salido del gimnasio y en pose de macho alfa, parece gritarnos a cada instante sus veladas intensiones. Pese a ello, los únicos que no parecen anoticiarse son Ben (Scoot McNairy) y Louise Dalton (Mackenzie Davies), burgueses culposos con una hija púber en constante crisis de ansiedad. Ella, vegetariana, sobreprotectora y con conciencia ambiental; él, un varón desvirilizado, temeroso del engaño marital y el fracaso laboral.
Los mejores logros de la película están en el inicio del fin de semana compartido por las dos familias en el rústico caserón del bosque modelado por Paddy y Ciara (Aisling Franciosi) como una trampera. Aun ante lo evidente del engaño, el clima es opresivo, sostenido en un choque de sensibilidades escrito con énfasis pero efectivo en su incomodidad. A medida que la película se prepara para la revelación del juego, los resortes del terror se hacen más visibles, la estrategia de hallazgo-silencio-escapatoria se pone en marcha, y queda poco para sostener el suspenso más allá de la angustiosa espera de lo inevitable. La productora Blumhouse confía en su estilo, en sus guiños y complicidades con un espectador “cool” -por ejemplo en el uso de “Eternal Flame” de The Bangles como broma musical-, pero el deber con el muestrario ortodoxo del género termina evitando cualquier desvío con cierta originalidad.
McAvoy actualiza el prototipo de villano confeccionado bajo las órdenes de M. Night Shyamalan en Fragmentado (2016) - más autoconsciente allí en el despliegue de arquetipos a modo de improvisación teatral- y consigue hacer de su masculinidad intensa y expansiva un arma de alerta y de perturbadora seducción. En el juego de provocación que idean Paddy y Ciara, la relación con sus invitados es decididamente ambigua, despertando en ellos la inquietud por esa forzada sociabilidad al mismo tiempo que un constante replanteo de sus roles dentro del matrimonio y la estructura familiar. Cuando la película establece su sintonía con el thriller, los malos resultan muy malos, y los mediocres, nuestros héroes posibles.