Hazte a un lado, Machu Picchu; hay mucho más que ver en Perú

Elvis Lexin La Torre Uñaccori, alcalde de Machu Picchu Pueblo, la población de entrada a este destino imperdible de Perú que atrae a millones de visitantes (y su basura) cada año. (Alvaro Gamarra vía The New York Times)
Elvis Lexin La Torre Uñaccori, alcalde de Machu Picchu Pueblo, la población de entrada a este destino imperdible de Perú que atrae a millones de visitantes (y su basura) cada año. (Alvaro Gamarra vía The New York Times)

Elvis Lexin La Torre Uñaccori sabe muy bien que una maravilla del mundo suele generar un montón de residuos menos maravilloso, él es alcalde de Machu Picchu Pueblo, la población que antecede a este destino de Perú que atrae a millones de visitantes (y su basura) cada año.

En febrero, compartió sus conocimientos sobre residuos y su gestión en una cumbre de dos días que organizó sobre avances medioambientales y de infraestructura en la ciudadela inca. Ante 99 alcaldes y otros dirigentes municipales de todo Perú, La Torre habló de un compactador de botellas de plástico, un pulverizador de botellas de vidrio y un procesador que su pueblo desarrolló para los restos de comida de hoteles y restaurantes.

Pero el principal objetivo de la cumbre abarcaba mucho más que el reciclaje y las iniciativas para mitigar el desperdicio de alimentos; se trataba de diseminar prácticas eficaces de turismo sustentable en todo Perú, como parte de un deseo nacional de acelerar el desarrollo turístico de los yacimientos arqueológicos menos conocidos y sus aldeas locales. En los últimos años, el país ha emprendido una labor comunitaria para elevar su vasto tesoro de sitios arqueológicos que a menudo están tan bien conservados o son tan importantes culturalmente como Machu Picchu.

“Machu Picchu es una maravilla vista por el mundo. Somos afortunados. En Perú, hay muchas maravillas que esperan ser vistas”, afirmó La Torre.

Los líderes locales como La Torre han llenado un vacío de poder en Perú, que ha tenido siete presidentes desde 2016, todos de distintos partidos políticos. Protestas violentas tras la última sucesión de poder, en diciembre de 2022, causaron una evacuación masiva de turistas de Machu Picchu y el cierre completo del sitio durante 21 días.

La importancia de Machu Picchu y del turismo en general para la economía de Perú es incuestionable. Madeleine Burns Vidaurrazaga, viceministra de Turismo de Perú, dijo que, en 2019, la industria representó 8900 millones de dólares, o el 3,9 por ciento del producto interno bruto del país, así como 1,5 millones de empleos.

Burns comentó que, en 2023, el gobierno peruano aumentó su presupuesto anual de turismo a 100 millones de dólares, un incremento de cerca del 15 por ciento, teniendo en cuenta la cifra del año anterior, de 87 millones de dólares; además, destinó 144 millones de dólares adicionales a infraestructura turística, mercadeo, así como el apoyo para los artesanos y empresas con menos de 50 empleados. En diciembre, Burns planea dar a conocer una campaña nacional llamada “Perú al Natural”, que se propone realzar el Parque Nacional Huascarán y otros “destinos importantes de naturaleza y aventura” y complementar sitios más conocidos como las Líneas de Nazca, los antiguos geoglifos grabados en el desierto costero del sur de Perú.

“Tenemos joyas, pero no sabemos cómo utilizarlas ni cómo hablar de ellas, compartirlas”, afirmó Burns, quien añadió que sus modelos turísticos son Egipto y la India, países que han ampliado su oferta turística y su infraestructura más allá de las pirámides de Guiza y el Taj Mahal.

“Tenemos cultura e historia vivas”, comentó Jose Koechlin, presidente de Canatur, la agencia nacional de turismo de Perú. “Somos una de las cunas de la civilización al nivel de Egipto o Mesopotamia. Pero necesitamos un pequeño impulso”.

‘Desafiante pero emocionante’

En 1975, Koechlin fundó Inkaterra, una empresa de ecoturismo afincada en Perú que ahora emplea a 600 trabajadores en varias propiedades.

“Podemos hacer que las cosas sucedan en nuestros propios términos. Es desafiante pero emocionante”, dijo Koechlin.

Uno de los empleados de Koechlin, Joaquín Escudero, pasó de ser el gerente general del hotel de Inkaterra en Machu Picchu, a ser el gerente general de Hacienda Urubamba, la propiedad ubicada en el Valle Sagrado cerca de Cuzco, en 2014. En 2017, fundó una alianza turística en la región que ahora incluye 14 restaurantes, hoteles, agencias de viajes y una clínica. Hace poco, la alianza se reunió con los jefes de la policía local para elaborar estrategias de seguridad, incluida la creación de patrullas especiales y la instalación de cámaras de seguridad para turistas y lugareños.

Escudero ha presionado al gobierno local para que mejore las carreteras y trate las aguas residuales de toda la comunidad. “No vivimos en otro planeta”, afirmó sobre el sector turístico peruano. “Estamos en los mismos pueblos. Somos vecinos. Quiero sentirme orgulloso de mi barrio. El orgullo es la magia que convierte las piedras en maravillas del mundo”, aseveró.

Para algunos indígenas quechuas de Perú, el movimiento para expandir el turismo también ofrece la posibilidad de que sus ancestros y su cultura tengan mayor visibilidad.

“Perú no solo es Machu Picchu. Es el hogar de un vasto imperio”, explicó Roger Gabriel Caviedes, guía turístico de la región de Cuzco, un mestizo de descendencia andina que creció hablando quechua. “Si los turistas pueden ver toda nuestra historia, tenemos la oportunidad de existir en sus corazones, no solo en su Instagram”.

Una visita a Machu Picchu se ha convertido en una experiencia muy coreografiada con tiempos de llegada específicos, visitas con tiempo limitado, zonas acordonadas y topes de visitantes diarios (ahora de 4044 personas).

“Era casi como haber convertido a los incas en un parque de atracciones de Disney”, declaró Rachel Rucker-Schmidt, una turista de Dallas de 48 años, sobre su visita a Machu Picchu el verano pasado. “Fue como estar de vuelta en Texas. Todo el mundo era estadounidense, pero un poco menos especial. Era bonito verlo, pero tenía una atmósfera distinta. Nos habíamos resignado a tacharlo de la lista”.

Después, su familia fue a Moray, una granja construida por los incas en terrazas, donde se encontraron con menos de una docena de turistas. “Fue muy íntimo”, dice Rucker-Schmidt. “Muchas veces, fuimos los únicos extranjeros”, agregó.

Su marido, Jason, de 48 años, coincidió. “Me pareció mucho más encantador”, dijo sobre Moray. “No te lo presentaban en un estado perfecto. Se mantiene, pero no al mismo nivel que Machu Picchu. Todo el mundo tiene la misma foto de Machu Picchu”.

A su hija Trilby, de 15 años, también le gustó Moray y las caminatas de ocho horas que la familia realizó por la naturaleza andina. “Era más como ver las cosas desde un punto de vista local”, dice. “En esencia, estábamos en el patio trasero de Perú”.

c.2023 The New York Times Company