Mi hijo se fue, pero nuestra conversación continúa
TRES DÍAS ANTES DE QUE MI HIJO MURIERA INESPERADAMENTE, ME ANIMÓ A SEGUIR VIVIENDO.
Cada noche, antes de irme a dormir, le escribo en un diario a mi hijo de 12 años, Tommy, y continúo una conversación que iniciamos el 13 de abril de 2018, apenas tres días antes de que falleciera inesperadamente.
Tommy estaba más hablador de lo habitual aquel viernes por la tarde, mientras conducíamos de Los Ángeles a San Diego para su partido de futbol del fin de semana.
“Recuerda mi plan, mamá”, dijo. “Primero, voy a ser futbolista profesional en Europa. Luego, cuando me jubile, seré entrenador de un equipo profesional de nivel medio. Después, seré comentarista de futbol en televisión”.
Le dije que me parecía un plan estupendo. Y me pregunté si él se conocía mejor a sí mismo a los 12 años que yo a los 48.
“En algún momento tendré dos hijos y una línea de ropa”, añadió, tal como sus jugadores profesionales favoritos.
“Nada es imposible”, le contesté, repitiendo una creencia que suelo compartir cuando ayudo a inspirar a empresarios a alcanzar sus sueños.
Pero entonces, Tommy me preguntó algo que nunca olvidaré: “Mamá, ¿es posible dormirse y no despertar?”.
Mi respuesta fue rápida y ligera: “Solo si eres muy viejo. Esa es la mejor forma de que suceda, por cierto. Sin dolor. Sin drama”.
Después me dijo algo aún más sorprendente: “Debe ser duro para un padre perder a un hijo”.
Lo miré sentado en el asiento del copiloto. “Eso no va a pasar aquí. Yo me voy primero. Tú te vas después. Así funciona esto”.
Cuando falleciera a los noventa y tantos años, le expliqué, le enviaría una señal para que supiera que siempre estaba con él. Nos reímos sobre los pájaros que yo podría ser y la música que podría tocar. Tommy me sugirió en broma que tocara a los Grateful Dead, porque a ninguno de los dos nos gustaba su música, pero mi marido siempre la ponía a todo volumen, volviéndonos locos.
No éramos una familia religiosa ni espiritual, así que pensé que Tommy solo tenía curiosidad y que nos estábamos divirtiendo. Cuando llegamos a San Diego, habíamos repasado toda su vida. Le expresé lo orgullosa que estaba de él por perseguir sus sueños de un modo que yo no hice de niña. Y le hice saber lo mucho que lo quería, lo mucho que creía en él y el honor que era ser su madre.
Tres días después, el 16 de abril de 2018, Tommy se fue a dormir tras su entrenamiento habitual de futbol de los lunes por la noche y nunca despertó.
No hubo posibilidad de salvarlo. Los paramédicos dijeron que probablemente murió poco después de dormirse. Los médicos aún no saben por qué. Creen que fue su corazón. Tenía un puente miocárdico, una afección por lo general inofensiva que, en raras ocasiones, puede provocar un paro cardiaco. Pero no sabían si esa era la causa. Quizá nunca lo sepamos.
En un instante, la persona que creía ser y la historia que creía vivir se desvanecieron. El dolor iba más allá de las palabras; no veía forma de sobrevivirlo. Por primera vez en mi vida, comprendí lo que se sentía querer morir.
No recuerdo con claridad gran parte de aquella mañana. En cuanto supe que no podíamos salvar la vida de Tommy, sentí como si todos los circuitos de mi cuerpo se desconectaran al mismo tiempo, mi cabeza empezó a latir con fuerza y me empezaron a zumbar los oídos. Apenas podía hablar, mucho menos oír.
Pero incluso mientras me derrumbaba, la conversación que Tommy y yo tuvimos de camino a San Diego se repetía en mi mente. Me pregunté: “¿Es posible que mientras Tommy y yo teníamos una conversación hipotética, nuestras almas estuvieran teniendo una privada?”. Nunca antes había pensado en mi alma.
“Esto es una especie de plan”, le dije a mi marido. La persona que yo había sido antes de la muerte de Tommy se habría burlado de mí. Mi esposo también estaba conmocionado por las coincidencias, pero no las había vivido como yo.
Más tarde, mientras mi casa se llenaba de una comunidad que ni siquiera sabía que tenía, mi marido me tomó la mano, me miró a los ojos y dijo: “No seremos una familia trágica, ¿me entiendes?”.
Lo miré fijamente a los ojos, que parecían tan vacíos como yo me sentía, y estuve de acuerdo. Nuestro hijo pequeño necesitaba a sus padres y merecía una vida hermosa. Superaríamos esto juntos.
La voz interior que empezó a guiarme aquel día me dijo que la terapia de conversación y los medicamentos recetados no iban a funcionar con la rapidez ni la profundidad suficientes. Necesitaba algo diferente. Y para sobrevivir por mi hijo pequeño, necesitaba algo rápido.
Para satisfacer tanto mi cerebro empresarial como mi espíritu emprendedor, busqué un sistema de creencias sobre la vida y la muerte. Investigué y probé todos los métodos alternativos de sanación que pude encontrar, desde la meditación y la respiración hasta médiums y hongos. Y cuanto más me abría a nuevas posibilidades e ignoraba la voz de la lógica, más empezaba a oír, ver y sentir cosas que nunca antes había sentido.
Como el halcón que miró fijamente nuestra casa durante todo el día en que Tommy partió, y el otro halcón que voló en círculos cuando hablé en el funeral de Tommy. Estaban los colibríes que de repente bailaban frente a nuestros rostros y cantaban en nuestros oídos, que eran llamativos, amistosos e inusualmente atléticos como lo era Tommy, una raza que también resulta que vive un máximo de 12 años. Y a menudo había un gorrión bebé que se paraba durante horas sobre el balón de futbol de Tommy que estaba en medio de nuestro patio trasero donde solía jugar.
Sabía que estaba intentando dar sentido a algo que de otro modo no podría comprender ni soportar. Siempre había sido muy lógica, pero no podía razonar para salir de esto. Mientras sentía que partes viejas de mí morían y despertaban partes nuevas, no podía negar que esos momentos místicos me daban esperanza.
Cuando las luces empezaban a parpadear en mi casa, los televisores se encendían aparentemente solos y por la noche me despertaba la música de Grateful Dead a pesar de que nuestro estéreo estaba apagado, me daba la sensación de que Tommy me estaba hablando. Y si yo estaba abierta a ello, creía que nuestra relación podía seguir creciendo y transformándose entre nuestros dos mundos, y también nuestro amor.
Esos momentos me levantaban el ánimo y me hacían sonreír. Y cuando tenía mucha suerte, Tommy pasaba por mis sueños en la noche, esbozaba su brillante sonrisa y me regalaba un rápido: “¡Hola, mamá!” o una noticia de su mundo, como aquella vez que me dijo: “No te preocupes, mamá, entendí el sentido de la vida antes de irme”.
Unas semanas después de la muerte de Tommy, me reuní con una médium que me preguntó: “¿Tu hijo te dijo alguna vez que quería ser jugador profesional de pelota, y luego entrenador, y después locutor de televisión?”.
No le había dicho nada de eso. No sabía nada de mí ni de Tommy, ni siquiera nuestro apellido.
La médium continuó diciendo que Tommy me hablaba de sus sueños y objetivos porque confiaba en mí y yo creía en él. Describió una charla específica que Tommy le dio a su hermano pequeño en mi presencia la noche antes de morir, y cómo le había dicho a su hermano que pasara menos tiempo jugando videojuegos y más tiempo al aire libre haciendo deporte con sus amigos. La médium concluyó diciendo lo que muy poca gente sabía en aquel momento: “Menos mal que tuvieron esa conversación antes de que se fuera”.
Pensaba que la conversación que tuvimos en el auto sobre las señales que le enviaría cuando yo ya no estuviera era solo por diversión, pero, en retrospectiva, me había preparado para recibir estas señales de él. Las luces, los televisores, los pájaros, los sueños, la música de su padre... todos me reconfortaban de un modo que yo esperaba que le reconfortara a él. Y por mucho que mi cerebro las descarte como ilusiones, llenan mi corazón de una paz interior y una sensación de asombro que le deseo a todo el mundo.
Cuanto más ejercito mi imaginación, más creo que la conversación que tuvimos Tommy y yo en el auto aquel viernes por la tarde no terminó cuando llegamos a San Diego. Tampoco terminó cuando él falleció tres días después. Continúa: por la noche, cuando le escribo en mi diario antes de acostarme, y durante el día, cuando le hablo de nuestra familia, comparto mis nuevos sueños y le doy las gracias por ayudarme no solo a sobrevivir por su hermano pequeño, sino también a volver a vivir de verdad por él.
Y a medida que nuestra conversación evoluciona y nuestro amor sigue creciendo, también lo hace nuestra relación como madre e hijo. En esta vida. Entre nuestros dos mundos. Porque, como le dije a Tommy de camino a San Diego, todo es posible.
c.2024 The New York Times Company