Había otra vez: cuando las historias de los libros saltan al escenario

Había otra vez, con Maida Andrenacci, una de las propuestas de vacaciones de invierno para la primera infancia
Había otra vez, con Maida Andrenacci, una de las propuestas de vacaciones de invierno para la primera infancia

Autora: Flor Suárez. Versión teatral y dirección: Emiliano Dionisi. Intérpretes: Maida Andrenacci, Caro Setton y Fede Fedele. Vestuario: Jorge López. Escenografía: Carmen Auzmendi. Diseño de títeres: Alejandra Farley, Katy Raggi, Gustavo Garabito y Pablo del Valle. Iluminación: Lucía Feijóo. Música: Pequeño Pez. Sala: Teatro Astros (Av. Corrientes 746). Funciones: en vacaciones de invierno, martes a domingos, a las 11 y a las 15. Duración: 45 minutos. Nuestra opinión: buena.

Entre el juego del día y los sueños de las noches hay un puente mágico que ofrece a los más pequeños una transición armoniosa: los cuentos de irse a dormir, cuando las experiencias vividas toman vuelos de fantasía y abren puertas a las aventuras oníricas.

Desde el escenario, Helena recrea para el público esos momentos de su infancia. Y pasa de relatar su rebeldía inicial a irse a dormir, a revivir esos cuentos de “había otra vez“ que dan título a la obra. Aparecen personajes entre luces y sombras, estalla una guerra de mandarinas, sale al rescate de la niña una avioneta piloteada por una jirafa…

La protagonista entra y sale de los cuentos -¿o sueños?- que discurren en formatos escénicos diversos, pero siempre en un juego entre ella y dos asistentes en pijama, creadores de personajes e imágenes que surgen en buena medida de un armario que guarda, más que el vestuario de la niña, un tesoro de historias.

Había otra vez, una de las opciones infantiles en la cartelera porteña de vacaciones de invierno
Había otra vez, una de las opciones infantiles en la cartelera porteña de vacaciones de invierno

Había otra vez se basa en los populares Cuentos en pijamas de Flor Suárez. La “otredad“ de estos cuentos consiste por un lado en que no son los de la tradición, sino los que parten del universo lúdico de los chicos, y también en que dan otra vuelta de tuerca a lo cotidiano para convertirlo en divertida fantasía.

Estos cuentos, que ya habían pasado al escenario la temporada pasada, vuelven ahora con una propuesta más elaborada, aunque sin perder la intención de articular breves representaciones con una interlocución directa del público de la figura central, la niña que rememora sus primeros años.

En esa mirada hacia la primera infancia no falta por otra parte el movimiento inverso, la percepción del crecimiento, de la sandalia de playa que ya queda chica, del peluche que ya puede quedar en manos de otra niña más pequeña, de los chupetes que ya no cumplen función alguna… Ni tampoco la forma de confrontar los miedos en la infancia, con un monstruo que se disfraza de niño para no infundir temor -¿o para no tener miedo?- y resulta que mostrándose tal cual es a nadie asusta.

Un elenco ágil

Maida Andrenacci interpreta este personaje con simpatía y ductilidad para ese entrar y salir entre el relato hacia la platea de pequeños espectadores y los momentos en que recuerda los cuentos y se sumerge en ellos. Caro Setton y Fede Fedele arman y desarman ágilmente, con gracia, los cuadros de cuentos y sueños.

La música, grabada por la banda Pequeño Pez, pauta las canciones que interpretan en vivo los actores en ese ritmo de ronda que contagia, sobre todo cuando se estructura en forma acumulativa, encadenando en cada repetición del estribillo un elemento nuevo. Por ejemplo, agregando un animal más que se suma a la lista de los que intentan ayudar a un perro a bajar del árbol al que se encaramó confundiendo su identidad con la de un gato.

La puesta en escena de Emiliano Dionisi logra plasmar la propuesta de Flor Suárez con fluidez teatral, sin perder su impronta de intimidad narrativa. A través del recurrente dirigirse a la platea de la protagonista sostiene la complicidad que se entabla en casa entre padres e hijos en esos momentos del cuento antes de apagar la luz.

Es un planteo sencillo desde el punto de vista de la trama, no son más que tres o cuatro breves situaciones que tienen un desenlace rápido, cual voltereta en la plaza. Pero a la vez son una invitación a buscar y disfrutar las mil y una variaciones que pueden crearse cuando llega el momento de irse a dormir, con los recuerdos del día y el horizonte de los sueños de la noche.

En la sala nadie llega a dormirse, claro, pero se vive un entorno entre lúdico y onírico, que llega incluso a que todos los chicos y grandes en la platea, al pasar una tela celeste rasante por encima de sus cabezas, sientan que alcanzan a tocar el cielo con las manos.