Tras las huellas de Leal Audirac

CIUDAD DE MÉXICO, julio 15 (EL UNIVERSAL).- Para el escritor Gabriel Bernal Granados, las tertulias que se llevaron a cabo en el estudio del pintor Fernando Leal Audirac, ubicado en el número 92 de la calle de Chihuahua en la colonia Roma, representaron el último tramo de la edad de oro de la literatura y el arte mexicanos, y congregaron la escena "underground" de principios de la década del 90.

Pero lo que Bernal Granados (Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2021) busca en su libro más reciente, el ensayo narrativo D"e donde se desprende que Uno es la suma total del universo" (Ediciones Odradek, 2024), no sólo es la recapitulación de un periodo de la vida cultural mexicana, sino mostrar cómo el pintor se hizo a sí mismo -estableciendo correspondencias con el Retrato del artista adolescente, de James Joyce- y rendir una forma de homenaje a ciertas figuras fundamentales en su formación.

"La obra de Leal Audirac debería ocupar un lugar central. Tendría que ser considerado como uno de los grandes pintores de una tradición a la que pertenece de manera consciente; es un sucesor legítimo de figuras como Rufino Tamayo, que no sólo era un pintor mexicano de primer nivel, sino que podía dialogar con sus contemporáneos internacionales. Fernando debería ocupar ese lugar central; sin embargo, por razones que no me acabo de explicar, no tiene el sitio que le corresponde. A lo mejor, este libro es un primer paso en la revaloración de una de las mayores figuras del arte mexicano", afirma el ensayista y narrador.

En los años 90 -continúa-, Leal Audirac tuvo un momento de visibilidad crítica y pública, tras sus exposiciones en la Galería de Arte Mexicano y su primera retrospectiva en el Palacio de Bellas Artes. "En ese momento surge con mucha fuerza en México y en el mundo, el arte conceptual, el llamado arte contemporáneo que cuestiona ciertas prácticas como la pintura de caballete. Todo esto contribuye, de manera negativa, para que Leal Audirac no tenga el lugar que debería corresponderle. Es una pena que las nuevas generaciones no lo conozcan", abunda y explica que, en su tratamiento, el libro no es una monografía sobre un artista, sino la elaboración literaria de un personaje dedicado a pintar en el aislamiento y la soledad extrema.

"Este hombre viene de una familia de artistas. Su padre, Fernando Leal, fundador del movimiento muralista, artista notable, polivalente, que pintaba y tenía libros publicados póstumamente, creció a finales del siglo XIX. Su madre también era artista, de origen francés y mucho más joven que el padre. Fernando crece, entonces, en este caldo de cultivo, pero pierde a su padre a los 6 años y su madre muere cuando él tiene 12. Su tía queda a cargo de él".

Esta soledad termina por evocar la relación literaria que Bernal Granados establece entre Leal Audirac y Stephan Dedalus, protagonista del ya citado Retrato del artista adolescente, de Joyce: "Tiene que ver con la construcción de un personaje, la elaboración del propio mito a partir de este encontrarse conscientemente en un lugar de la historia, lo cual es algo que sucede con grandes escritores", señala y cita a Jorge Luis Borges –"antes de haber escrito una sola línea, sabía que mi destino sería literario"-.

"Eso es lo que me lleva a buscar un correlato, la historia de cómo se forma un artista a sí mismo y cómo se va creando en esta persona la conciencia de tener una vocación, el enfrentamiento personal de este destino. La vocación y la conciencia de que se es pintor, pero aún no se sabe si se está a la altura de ese destino que considera tan alto e importante", dice Bernal Granados.

Se refiere, en otras palabras, a la soledad en la que se sumerge tras el deceso de las figuras más paradigmáticas del ser humano, sin dejar de lado la relación psicológica mantenida con el padre, el cual queda "mitificado por la muerte prematura", afirma.

Más allá del correlato y la autoafirmación del artista, el encuentro entre Bernal Granados y Leal Audirac es medular en este ensayo: la importancia de conocerlo en una época que, a su vez, fue formativa para el escritor. "No sólo se trató de su figura, sino del ambiente en el que se desarrollaban las tertulias: el círculo de escritores, artistas e intelectuales que rodeaban e integraban la tertulia de los viernes a finales de los años 80 y principios de los 90; encontrarme con este mundo cultural ´underground´, marginal, periférico que, a la postre, sería tan importante para la formación del México actual".

Allí conoció, cuenta el ensayista, a la cronista Magalí Tercero, "una de las habitantes de este mundo", y a los escritores Roberto Tejada y Ana Rosa González Matute, quienes fueron clave en la formación de Bernal Granados.

Era un mundo, dice, en el que existía una suerte de conciencia clara de pertenecer a cierta tradición literaria, artística y cultural. "Visto en perspectiva, no dicho sólo por mí, sino por otras voces, el siglo XX mexicano podría considerarse como el siglo de Oro de nuestra literatura y nuestro arte. Ahora que ya no tenemos escritores de este calibre, valoramos a las figuras asociadas, como Arreola, Rulfo y los poetas modernistas".

"Vivíamos en un mundo artístico que estaba agonizando, pero que era interesante. A las tertulias acudía Ernesto de la Peña, por ejemplo, que era íntimo amigo de Eduardo Lizalde, a quien tuve la fortuna de tratar; eran hombres con una cultura enciclopédica, no sólo en lo relativo a la literatura. Tuve la oportunidad de conocer a Salvador Elizondo, quien no era parte de esta tertulia, pero fue un protagonista de dicho ambiente", concluye.