Hugo Sofovich, el “ruso bueno”: soñó con ser ingeniero, estuvo décadas peleado con su hermano y un encuentro casual los unió en el final
Gerardo, el “ruso malo” cruzó la puerta del Instituto del Diagnóstico serio, desencajado. Acababa de bajar de un avión privado que lo había traído en tiempo récord desde Punta del Este. En la puerta de la habitación donde se encontraba Hugo, su hermano, el “ruso bueno”, lo esperaba su cuñada Celia, que lo abrazó y le dijo: “Ya es tarde, se fue”. Era la madrugada del 12 de enero de 2003.
Gerardo Sofovich quedó mudo, sin saber qué hacer, justo él que siempre tuvo una respuesta para todo y se cansó de caer parado ante la más adversa de las circunstancias. Fiel a su estilo -para algunos admirablemente determinante, y para otros insoportablemente arrogante- entró a la habitación en donde Hugo Sofovich todavía estaba conectado a un respirador: “Huguito soy yo, si me escuchás pestañeá”. Hugo abrió los ojos por última vez, escuchó lo que su hermano tenía para decirle a modo de despedida, y murió.
Los hermanos Sofovich hicieron de su rivalidad (que fue cierta) una puesta en escena que les sirvió a ambos para posicionarse como dos caras de una misma moneda. Guionistas, autores, directores, el que no trabajaba con Jorge Porcel, trabajaba con Alberto Olmedo. Entre los dos crearon y aglutinaron lo mejor y lo peor de la picaresca nacional, tanto en el cine como en el teatro y la televisión. Y, sin embargo, en la memoria emotiva del espectador siempre sobrevolaron fantasmas de que no se podían ver, leyendas de víctimas y victimarios que cada uno, a su manera, avivó con el correr de las décadas.
Los hermanos sean unidos
“Con mi hermano intentamos matarnos varias veces -contaba Hugo Sofovich, medio en broma, medio en serio, en una entrevista de 1996-. Hubo un disparo de balín que me pegó en el pecho. Después un calzador de metal que le pegó y le partió la cabeza a él. Y cuando yo tenía cuatro años trató de matarme en un arroyito de Córdoba”.
Todo un sobreviviente, Hugo terminó el colegio y decidió volcar su pasión por las matemáticas a una carrera acorde como era Ingeniería; duró un año. “Cuando estás adentro te das cuenta de que Ingeniería no es Matemática, es dibujo y un montón de cosas que no me gustaban. Entonces le dije a mi viejo que iba a dejar la facultad y él lo aceptó, pero me mandó a laburar. Al día siguiente, empecé a trabajar en Argentores como empleado. Como papá era socio, era autor, me llevó como auxiliar en la administración de la entidad, que ya estaba en Pacheco de Melo. Él había sido uno de los miembros que participaron de la compra del edificio, no poniendo plata sino en el asesoramiento, porque nosotros vivíamos en un departamento alquilado, así que solo intervino en la decisión. Papá era autor teatral, radial y crítico. Tuvo un periódico de espectáculos. Fue ensayista y corresponsal extranjero. Fue corresponsal de LA NACIÓN en la guerra del Chaco Boliviano. Papá figura en el diccionario Espasa Calpe desde los veintiséis años, en 1926. Después de trabajar en Argentores estudié algo de contabilidad, pasé a una empresa como gerente de Cobranzas. Luego vino Olivetti, hice un curso de ventas allí. No me gustó tampoco. Era una época de recesión muy grande, 1962, la de los bonos de Alsogaray. No se vendía nada. Estaba trabajando como un perro en un barcito abajo de la 9 de julio, cuando Gerardo empezó a trabajar, y entonces lo ayudé”.
Corría 1963 y el hermano mayor se encontraba dando los primeros pasos como autor, a las órdenes de Carlitos Balá, para el ciclo Balamicina. El programa de una hora ponía al protagonista al frente de las tareas más disparatadas. Siempre tenían que ser distintas y siempre debían ser divertidas. “Con Hugo dormimos en el mismo dormitorio hasta que yo me casé. Él venía, me espiaba lo que yo escribía, me tiraba muy buenas ideas. Un día le dije: ‘largá el trabajo, venite y hagamos rubro’”. De esa manera empezó la sociedad, y también empezaron los problemas: “Ya entonces arrancó la discusión, primero iba a porcentaje, después me pidió más, se lo di, y cosas así”.
Dos hijos únicos de los mismos padres
El 23 de marzo de 1963, cuando todavía el tándem se estaba acomodando en esto de escribir a cuatro manos, les apareció la posibilidad de hacer Operación Ja Ja, un desafío descomunal que agarraron de puro inconscientes, sin saber que les cambiaría la vida y los distanciaría por décadas. Guion, puesta en escena, producción y la conducción de figuras tan emblemáticas como Marcos Zucker, Orlando Marconi, Carlos Scazziotta, Alberto Olmedo, Javier Portales, María Rosa Fugazot y Fidel Pintos, entre otras decenas. Agota de solo leerlo o escribirlo, y, sin embargo, al dúo le quedaba resto para hacer en simultáneo Domingos de mi ciudad o Vivir es una comedia.
La década del 60 fue clave para que los Sofovich se afianzaran en la pantalla chica, amparados por el éxito de Operación Ja Ja. Cada semana salían ideas nuevas, desde la mesa de Polémica en el bar, hasta La peluquería de Fidel. Más tarde, el formato fue cambiando de nombre y aparecieron El botón (con La farmacia de Don Mateo y el nacimiento de Rucucu) o El ojal, el menos recordado de la tanda.
En la década del 70 sumaron el cine, un medio nuevo para explotar ese humor simplón y directo que tan bien funcionaba en televisión. Sin embargo, esta década marcó también el momento de la ruptura profesional, que a su vez llevó al distanciamiento personal. Aunque ellos nunca dieron los detalles del enfrentamiento, sotto voce siempre se habló de diferencias profesionales sobre la autoría de sus éxitos más destacados. “Hay un señor pariente mío -decía Hugo en un móvil para La TV Ataca- que habla de sus programas, pero no nos olvidemos que yo también soy el creador de Operación Ja Ja y Polémica en el bar, además de No toca botón. Lo saben todos. Podría hacer perfectamente una Polémica en el bar paralela, pero no lo voy a hacer porque no lo necesito”.
Y es cierto que nunca lo hizo, o casi. Porque tímidamente en No toca botón, y luego de manera contundente en Rompeportones, apareció el sketch “Tenés razón”. Una charla de amigos en una mesa de bar, que se caracterizaba por tomar temas de actualidad y contrastarlos a partir de opiniones muy diferentes. Con sutiles diferencias, el esquema era prácticamente idéntico, incluyendo la voz de la razón siempre malhumorada (Emilio Disi) y al que lo desafiaba dando la réplica (Miguel del Sel). ¿Recurso genuino o mojada de oreja? Viniendo de quienes venían, probablemente fuera más lo segundo que lo primero.
En el reparto de bienes gananciales a partir de la pelea, Gerardo se quedó con Jorge Porcel y gran elenco, pero Hugo Sofovich se quedó con Alberto Olmedo, quien a partir de 1978 (luego de aquel episodio de la falsa muerte, en un programa que no fue escrito por ninguno de los dos autores) se volvió incondicional a él. Incluso tanto como para darle la espalda al rating.
Así lo contaba el propio Gerardo en una entrevista con Ari Paluch: “A Hugo le fue tan bien con Olmedo gracias a mí. En aquel momento Operación Ja Ja y Polémica en el bar eran los programas de mayor rating de la televisión argentina. Huguito y el Negro estaban en otro canal y siempre les iba mal porque los mandaban a competir con nosotros. Un día tuve una pelea con el Gordo Porcel y fui al interventor del canal y le dije que largaba todo. ‘No me podés dejar sin programa cómico’, me dijo y le respondí: ‘Llamalo a mi hermano y a Olmedo que están en banda. Si no les va bien es porque están compitiendo con el monstruo que estamos haciendo nosotros, pero Hugo es un gran autor’. Además, con Olmedo nunca habíamos dejado de vernos, incluso después de esto comíamos una vez por semana, hablábamos por teléfono, era una relación muy entrañable. Un día le digo: ‘Negro mirá que la gente que está laburando conmigo está ganando fortunas, y vos te estás quedando afuera de todo esto. Vos sabés que conmigo tenés los brazos abiertos’. Y me dice: ‘Sí, pero no lo puedo dejar a Huguito’. En ese sentido, el Negro era muy noble”.
Alberto Olmedo y Hugo Sofovich no trabajaban juntos, se entendían de memoria. Así describía el actor en 1986 la metodología de trabajo que tenían: “Antes de la temporada nos reunimos con Hugo y tiramos personajes sobre la mesa. Qué sé yo, cien personajes. Si alguno de los dos no lo siente, queda descartado. Hasta que de pronto los tenemos. El origen es siempre el mismo, la realidad, lo que está pasando todos los días. Por eso el Manosanta estaba cantado: avisos en los diarios a toda página ofreciendo amuletos, tiradores de cartas que dan turnos, algunos ‘gomías’ que, bueno, viven ‘descargando’ a la gente”.
La trágica muerte del capocómico, en marzo de 1988, terminó prematuramente con una dupla creativa que parecía no tener límite. Hugo Sofovich aceptó hacerse cargo del elenco, sumando al de Hiperhumor (que estaba en baja) en un esquicio fallido recordado como Shopping Center. Una serie de tropezones televisivos de los que recién se pudo levantar una década más tarde con Rompeportones (El Trece) y Petardos (Azul Televisión), apoyándose en la dupla Disi y Del Sel. Con el primero también hizo pie en el sketch que escribía para el programa de Susana Giménez.
Los caminos de Hugo y Gerardo estaban perfectamente divididos, eran dos rectas que no había chance que se cruzaran. Sin embargo, una tarde caminando por Miami, sucedió lo imposible.
Cuando los hermanos se encuentran
Muchos quisieron, pero nadie pudo. Hasta Bernardo Neustadt ofreció brindarles un terreno neutral en el que dirimir diferencias. Sin embargo, lo que no logró el hombre lo consiguió el destino. “Un día nos encontramos en una esquina de Bay Harbor -recordaba Gerardo-, casi nos chocamos. Lo miré a los ojos y le dije: ‘Hola Huguito’, él se emocionó mucho. Estaba con Celia, nos sentamos los tres y nos pusimos a charlar. Me contó que se volvía esa noche a Buenos Aires, lo fui a buscar con el auto al hotel y lo llevé al aeropuerto. Desde ese momento no nos separamos más”. Si bien los términos de la reconciliación fueron privados, tuvo su correlato público en la mesa de Mirtha Legrand, donde ambos aceptaron compartir una jornada en la que se habló más del presente que del pasado.
Demasiados años para recuperar, pero también demasiado poco tiempo para hacerlo. Porque Hugo Sofovich se estaba muriendo: “Hugo tuvo la dignidad de esconder su enfermedad, fue un cáncer fulminante. Incluso en algún momento decidió desistir de la quimio porque le traía demasiado dolor; ‘no la aguanto’, me decía. El día que me lo contó me dijo: ‘esto lo saben solamente vos y Celia, te pido por favor que sea un secreto. No quiero que nadie me tenga lástima’. Vivimos esos últimos meses de él como nunca. Dos o tres veces por semana salíamos a comer, hablábamos por teléfono dos veces por día todos los días, así que me fui preparando como también se fue preparando él”.
Desde su desaparición, y tal vez con algo de culpa por el tiempo perdido, Gerardo no dejó de hablar con profundo cariño de su hermano, o incluso velar por su memoria cuando consideró que estaba siendo mancillada. Incluso dejando expuesto a un colaborador de ambos tan cercano, como fue Emilio Disi.
El escándalo data de 2006, cuando Celia Sofovich le contaba a LA NACIÓN: “En Villa Carlos Paz se está dando una comedia que se llama Marido 4x4. Un día me llamó mi cuñado, Gerardo, desde Punta del Este y me advirtió que esa era una obra de Hugo que él estrenó como La noche de las pistolas frías. Como teníamos dudas, mandé al inspector de Argentores y grabaron la función. Cuando vi el tape comprobé que es exacta”.
Disi se defendió como pudo: “La obra la escribió Martín Guerra, colaborador de Hugo de toda la vida, que tiene el mismo estilo suyo. Sí empezó estudiando con él. No sé si se le chispoteó algo o qué, pero la definición de Argentores es que hay similitudes en sólo un 15 por ciento. Es que este tipo de comedias tienen muchas cosas que son parecidas. El living de todas es el mismo y el juego de puertas también”.
Sin embargo, mientras Gerardo seguía atento el tema, Celia contraatacó: “Emilio me hartó. Ya me había plagiado hace un tiempo con el programa que hizo en Miami. Fijate que se llamaba Dinamitados, en vez de Petardos. Usaba la misma ropa de los sketches de Hugo y hay gente que me mandó tapes que me confirmaron que muchos cuadros eran iguales. En aquel entonces, Hugo había muerto hacía poco, entonces no tuve fuerza como para viajar allá. Pero hago todo esto por defender su memoria. Afortunadamente, no es un tema de plata. Fijate que si fuera así hubiera iniciado acciones contra el productor. Lo que me interesa es que la gente sepa de lo que es capaz de hacer Emilio Disi. Y tengo todo como para que lo chequeen”.
Hugo Sofovich murió como vivió: sin estridencias, sin escándalo, en silencio y rodeado de sus afectos más íntimos. “Él cumplía el 18 de diciembre. El último festejo fue una cena que le organicé yo con sus amigos en el Museo Renault, como regalo de cumpleaños, además de un Chateau Margaux cosecha 69. Al otro día me llamó y me dijo: ‘lo tomamos solos con Celia, fue el néctar más rico que tomé en mi vida”’. Fue la última vez que los hermanos compartieron un abrazo. Breve, sí, pero también inolvidable.