Por qué el ibuprofeno se toma "como caramelos" en los vestuarios de la Bundesliga
Bendito invento el ibuprofeno. Desde que el equipo de investigadores de la farmacéutica británica Boots, entre los que estaba el español Antonio Ribera Blancafort, sintetizó en los años ‘60 del siglo pasado esta molécula con 13 átomos de carbono, 2 de oxígeno y 18 de hidrógeno, millones de personas se han beneficiado de las cualidades de uno de los medicamentos más populares del mundo. Pocos son los capaces de recordar su nombre científico completo, “ácido (RS)-2-(4-isobutilfenil)propanoico”, pero muchísimos los que han utilizado este antiinflamatorio para calmar todo tipo de dolores.
El mundo del deporte, por supuesto, no es ajeno a sus virtudes. Los competidores de élite usan a menudo este y otros analgésicos cuando un golpe, o simplemente la fatiga propia de su actividad, les causan molestias que les impiden rendir a tope. Si el común de la ciudadanía lo hace, por qué no ellos, que a fin de cuentas viven de su cuerpo y necesitan que esté siempre al 100 %.
Ningún problema, pensará la mayoría de aficionados que ven en estos productos un método inocuo para aliviar el malestar. Pero sí que lo hay, porque hablamos, como toda medicina, de drogas con sus efectos secundarios si nos pasamos de la cuenta. Y en el deporte se abusa.
La voz de alarma ha llegado desde Alemania. Lo cuenta Neven Subotic, defensa central serbio que ha hecho casi toda su carrera en el país germano (vive allí desde niño, adonde llegó huyendo de la guerra) y que, tras militar durante años en el Borussia Dortmund, ganar con ellos dos Bundesligas y jugar una final de Champions, ahora está en el Union Berlín. En un reportaje en el Spiegel ha dejado una frase de lo más elocuente: “Lo he visto en los últimos 14 años, los ibuprofenos se distribuyen como caramelos”.
Se trata de sobreponerse al dolor para competir aunque las condiciones físicas no sean las ideales. Según Subotic, en parte se debe a la cultura de “tipos duros” que aún está asociada a los deportistas de élite: “En el fútbol, estas frases machistas siguen apareciendo para hacer a los jugadores sentirse culpables si no se atreven a jugar con lesiones o analgésicos”. Tanto ante los propios compañeros como ante jugadores más jóvenes, prensa y aficionados, el hecho de superar como sea una situación tan difícil como una lesión no se ve como una temeridad, sino como algo propio de héroes.
Más que de imposiciones de los médicos de los clubes, por tanto, cabe hablar de presión ambiental que lleva a la automedicación. Los futbolistas toman estas sustancias por su cuenta y riesgo, no solo para aliviar daños que ya se hayan producido, sino incluso para prevenir que el dolor aparezca. Porque no tener dolor significa ser capaz de rendir más, es decir, estar en condiciones de luchar por un puesto como titular y, además, hacerlo bien para no “dejar tirados” a compañeros y entrenadores. “Si quieres jugar, lo tomas, te sientes bien y luego juegas. Y eso es todo”, cuenta Neven.
Todo se alinea para que los deportistas no tengan reparos en recurrir a estos métodos. Además de la motivación psicológica está el factor de que son medicamentos sencillos de conseguir en cualquier farmacia. De hecho, en algunos casos ni siquiera hace falta receta médica.
Y tampoco se está incumpliendo ninguna norma. La Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés) no incluye al ibuprofeno ni otros analgésicos en su lista de productos prohibidos, ni durante ni fuera de la competición. No hay ningún límite máximo a partir del cual se dé positivo. Tomarse todas las pastillas que uno quiera es completamente legal.
Hay, sin embargo, dos inconvenientes gravísimos. El primero son los daños que provoca el exceso de consumo. Un estudio de la universidad de Copenhague liderado por Gunnar Gislason ha determinado que suponen un factor de riesgo para sufrir en el futuro ataques al corazón potencialmente letales (la probabilidad aumenta en torno al 30 %). Ivan Klasnic, delantero croata-alemán ya retirado, cree que precisamente las grandes cantidades de analgésicos que tuvo que tomar durante sus primeros años de fútbol están detrás de sus problemas de riñón (ha tenido que recibir hasta tres trasplantes) y se encuentra en juicios por este asunto contra el Werder Bremen, uno de sus antiguos clubes. Se citan también daños estomacales que causarían vómitos y esputos de sangre.
Por otra parte, desde el punto de vista ético, sí que podría considerarse al ibuprofeno como un producto dopante en esta situación, toda vez que los futbolistas lo toman para poder hacer con su cuerpo cosas de las que, en condiciones normales, no serían capaces. Si el fármaco les elimina el dolor y les da margen para rendir más, se puede interpretar como una ventaja ilícita. El doctor Hans Geyer, del Instituto de Bioquímica de la Escuela Alemana del Deporte en Colonia, lo ve claro: “Es muy extraño si solo puedes hacer deporte de élite tomando analgésicos”.
Por estos motivos algunas voces están reclamando a la WADA que se plantee añadir este tipo de sustancias a su elenco de prohibiciones. O, al menos, establecer un umbral máximo autorizado que reduzca los peligros potenciales para la salud. La Asociación Alemana de Fútbol ya ha mostrado su preocupación al respecto. A corto plazo, sin embargo, no parece que vaya a haber novedades significativas en este sentido.