Isabel II y la increíble historia de la galleta para perros
Es mundialmente conocida la pasión que siente la reina Isabel II por los perros, en concreto por los perros de la raza corgi. Con los corgis la reina de Inglaterra ha vivido varias anécdotas muy curiosas, pero el suceso más llamativo fue el que aconteció cuando Isabel era aún una chiquilla. En el relato de la singular, y ya histórica, anécdota nos encontramos con una infantil Isabel, con su abuela la reina María, con el arzobispo de Canterbury, con un perro corgi galés y con una galleta para perros. Podemos adelantar que la galleta no se la comió el perro.
Sabemos que la reina Isabel II recibió como regalo por su dieciocho cumpleaños un perro corgi. Fue su primer perro corgi. Era una hembra de nombre Susan. Y después de Susan, la reina Isabel II ha ido teniendo varios corgis a su lado, hasta el día mismo de hoy. Realmente Isabel creció siempre acompañada de los perros corgis, debido a que su padre también adoraba a estos animales. Isabel II heredó de su padre Jorge VI el amor por estos perros. Pero este apego a los corgis no era compartido por la abuela de Isabel. La reina María padecía un miedo profundo a los perros y no los quería cerca de ella.
Todo se precipitó durante una velada en el Palacio de Buckingham. Dicen que estaban en el jardín de palacio varios invitados y entre ellos se encontraba el arzobispo de Canterbury. Cuentan que en un momento en el que la reina María y el arzobispo estaban conversando, apareció alegremente la pequeña Isabel junto a un corgi galés. La reina María se inquietó mucho al tener correteando al perro tan cerca de su persona. Entonces a Isabel se le ocurrió una idea. Isabel sacó del bolsillo de su vestido una galleta para perros y se la dió a su abuela. La pequeña Isabel pensó que si su abuela le daba de comer la galleta al can, la reina y el perro acabarían siendo amigos. Una lógica aplastante para una niña. O sea una lógica aplastante.
La pequeña Isabel desapareció correteando de la escena. La abuela de Isabel se queda con la galleta para perros en la mano. La reina María no sabía qué hacer con la galleta, pero tenía claro que no quería acercar su mano a la boca del can. Los nervios la reina van en aumento por la proximidad del alegre corgi. El arzobispo sigue hablando a la reina, completamente ajeno a la inquietud de la monarca. La reina María decide entregarle la galleta al arzobispo para que sea él quien dé de comer al perro, pero lo hace nerviosa y sin explicarle su objetivo.
El arzobispo cree que es una pasta de té del ágape de la velada, agradece el detalle a la reina, y alegremente se la come. Dicen que la reina se quedó perpleja pero que nunca le dijo a arzobispo lo que en realidad había se comido.