Jack White y Pixies coronaron el cierre de Road to Primavera
Desde que el rock quedó en un lugar de inesperada minoría, el nombre de Jack White aparece cada vez que alguien busca revalidar la vigencia del género. El músico nacido en Detroit parece tenerlo presente, y por eso su show en el Primavera Sound fluyó como una descarga eléctrica que le hizo frente al inesperado clima invernal que invadió la Costanera Sur. Acompañado por un trío de apariencia básica pero de carácter expansivo, White puso a la guitarra eléctrica en el centro de protagonismo durante noventa minutos, con un show que tuvo tanto de purismos como de reinvención necesaria.
White y su banda dieron comienzo al show con “Taking Me Back”, con las seis cuerdas plagadas de efectos para hacerla sonar como un robot de hojalata que dirigía una orquesta valvular que se fundió luego con “Fear of the Dawn”. Sin descanso, echó mano a “Fell in Love With a Girl”, de The White Stripes, un chispazo de rock garagero fechado en 2001. La canción siguiente lo encontró repasando otro de sus proyectos, “You Don’t Understand Me”, de The Raconteurs, lo tuvo detrás del piano para una canción de espíritu stone. “Hay siete millones de temas en sol, y este es uno de ellos”, dijo ya con una acústica en brazos para interpretar “Love is Selfish”, y la explicación también hubiera servido para presentar a la página siguiente, “Hotel Yorba”, con un aire de burdel en su ejecución.
“Lazaretto”, con la guitarra y los teclados de Quincy McCrary en una competencia de sonidos que parecía salida de un arcade ochentoso, abrió el paso luego para “Hi-De-Ho”, con la voz del rapero Q-Tip disparada desde una pista, y la selección se ubicó como una explicación de cómo mantener vivo en 2022 a un género que durante años huyó despavorido a cualquier intención de cambio o lavado de cara. De ahí que “I Cut Like a Buffalo”, de The Dead Weather, sonase pesada y marchante, pero con la eléctrica procesada como un androide de Star Wars. “Cannon” y “I Think I Smell a Rat”, en cambio, le dieron a la guitarra un audio abrasivo, como si fuera la representación sonora del óxido.
Con una verborragia notable, White agradeció al público que “se acercó a pesar del frío” con una versión a banda completa de “We’re Going to be Friends”, antes de retirarse con “Ball and Biscuit” y su riff a paso de gigante, propulsado por el pulso colosal del baterista Daru Jones. De regreso, McCreary puso a su arsenal de sintetizadores al frente en “Steady, as She Goes” para compensar la ausencia de otra guitarra eléctrica, para después volver a electrificarlo todo. Y si bien “What’s the Trick?”, de su cosecha má reciente, volvió sobre la idea de la reformulación rockera, el cierre del show fue con “Seven Nation Army”, tal vez el último gran himno guitarrero de los últimos veinte años, o la prueba de que a veces los purismos son también irremplazables.
A pesar de haber llegado a la Argentina con un nuevo disco publicado hace solo dos semanas, en su tercer show en el país, Pixies prefirió hacer foco en su pasado más remoto. Aunque “St. Nazaire”, ubicada apenas después del comienzo con su cover del instrumental “Cecilia Ann”, prometía un show en tiempo presente, la selección de canciones que le siguió se encargó de demostrar lo contrario. “Debaser”, “Wave of Mutilation”, “Head On”, “Isla de Encanta” y “Caribou” sonaron en continuado casi como si fueran parte de un mismo todo. Al momento de “Gigantic”, la marplatense Paz Lenchantín se hizo cargo de la voz que Kim Deal grabó en la original, para que luego Joey Santiago comandase al caos en “Planet of Sound”.
Una vez que Black Francis pasó de la eléctrica a la acústica, el show se concentró en algunas canciones más recientes, que por momentos pusieron a prueba la paciencia de quienes no estaban ahí en busca de la novedad. De ahí que los alaridos de “Gouge Away” se convirtieran en la manera para volver al pasado de la mano de “Bone Machine”, “Hey”, y “Monkey Gone to Heaven”. “Cactus”, “Tame” y “Ana” aparecieron en la lista de casi treinta temas como un guiño al público más fiel, una concesión antes de ubicar cerca del final sus dos mayores hits, “Here Comes Your Man” y “Where Is My Mind?”, para luego retirarse sin decir palabra después de su versión de “Winterlong”, esa pieza oculta de Neil Young que con el pasar de los años Pixies convirtió en propia.
Al caer la tarde, Cat Power dio comienzo a su show antes de salir a escena. Dos canciones de Bob Dylan y Nina Simone pusieron al set de Chan Marshall en contexto: “Slow Train” y “Who Knows Where the Time Goes” anticiparon una presentación centrada en la redención y la esperanza. Con un trío de guitarra, teclado y batería como único acompañamiento, Cat Power pisó el tablado saludando al público con sus manos unidas en súplica mientras con un arpegio en cámara lenta, “Stay” puso en marcha un show donde la melancolía fue el norte artístico. Después, ella y su banda tomaron “(I Can’t Get No) Satisfaction” y la reconfiguraron en una progresión de acordes menores, el mayor himno del rock and roll reducido a una canción de cambios microscópicos. “Jack” y “Good Woman” se fundieron como un mismo todo, en una atmósfera de western espacial que continuó en “Hate” y su pulso de trip hop a tracción a sangre. Después de “Metal Heart” y su atmósfera entrecortada, una versión oscura de “New York, New York” y la melodía diáfana de “Manhattan” se unieron en una sola pieza con la geografía como denominador común. Después de la excursión gospel de “A Pair of Brown Eyes” y el intimismo folk de “He Was A Friend Of Mine”, “The Greatest” puso fin a su set, en una escalada emocional que terminó con Marshall repartiendo listas de temas mientras desarmaban el escenario.
Antes, mientras los últimos rayos de sol hacían el esfuerzo en vano por intentar ponerle clima primaveral al predio, Las Ligas Menores dio inicio formal a la jornada. La banda liderada por Anabella Cartolano estableció sus propias reglas de juego con “El baile” y “Contando lunas”, con las guitarras abriéndose paso entre el ritmo pulsante de Angie Cases Bocci y Micaela García. De a poco, la introspección fue ganándole a la rabia con “En invierno” y “Tíbet”, cantada por el guitarrista Pablo Kemper, hasta “A 1200 km” volvió a apretar el nervio de la intensidad, con un final en plan shoegaze. Después de que “Crecer” amagase con una falsa tranquilidad que se deshizo a los pocos segundos, “Hice todo mal” se propulsó desde el teclado burbujeante de Nina Carrará hacia un estribillo de pulso volador. Después de “Renault Fuego”, Pipe Quintans subió al escenario para hacerse cargo de la rítmica en “Ni una canción”, el cierre formal estuvo en ‘De la mano”, una canción que condensa en un minuto el encanto de Las Ligas Menores, con el ruido y la velocidad puestos al servicio de la melodía.