Jaime Bayly: “Antes de que nos alejáramos con mis hijas, yo me consideraba un buen papá”
La última novela de Jaime Baily, El niño terrible y la escritora maldita, termina con una frase lapidaria. Una frase que marca el que hasta ese momento era el doloroso quiebre entre el popular escritor y presentador televisivo peruano y sus dos hijas adolescentes, fruto de su primer matrimonio con Sandra Masías; una ruptura que para quienes siguen a Bayly —a través de sus columnas en periódicos, de sus entrevistas o de sus libros— no es ninguna sorpresa, pues pocas vidas han sido vividas más en público que la suya.
El niño terrible y la escritora maldita narra cómo llegó Bayly a ese momento de ruptura, una trama gatillada cuando comenzó un impensado romance con su actual mujer, la también escritora peruana Silvia Núñez del Arco. A lo largo de sus 358 páginas, Bayly cuenta su romance con Silvia a dos voces propias, la de narrador de ficción y la de columnista a través de los textos en que iba contando la misma historia en tiempo real a través de un periódico limeño. Una historia que se desarrolla a lo largo de varios años y que además de las numerosas vicisitudes de su incomparable vida —mudanzas entre Lima y Miami, cambios de casa televisiva, su matrimonio con Silvia y nacimiento de su hija Zoe, una intentona presidencial— puede leerse como un largo pedido de perdón a su ex mujer e hijas mayores.
“Yo creo que sí”, dice Jaime, contestando el llamado de HOLA! USA desde su casa en Miami, ante la posibilidad de que la ficción pueda servir para la expiación, “porque antes de que nos alejáramos —antes de que yo me enamorara de Silvia— yo me consideraba un buen papá”.
“Mi hija mayor tenía 17 años, la segunda tenía 15, y habíamos sido bastante felices. Y yo pensaba que había sido un buen padre”, agrega Bayly con su voz precisa y algo somnolienta. “Pero luego, por errores míos, ellas se apartaron, tomaron una distancia, se plegaron con su mamá. Y en ese momento yo me di cuenta que no eran tan buen padre. Así que sí sirvió de alguna manera para expiar o sanar ese dolor, restañar esa herida”.
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Cuando escribió la novela, Bayly estaba en medio de los cuatro años que pasó sin ver a sus hijas, Camila y Paola. “Desde ese dolor la escribí”, señala el autor. “Pero últimamente hemos tenido un par de encuentros familiares aquí en casa. Han conocido a Silvia y a mi pequeña hija Zoe”.
El escritor, que cinco noches a la semana, a las 10:30 de la noche, sale en vivo por MEGA TV para conducir su programa llamado simplemente Bayly, está acostumbrado a responder a una pregunta que atraviesa su obra narrativa: si es legítimo exponer no solo su vida, sino la de todos quienes lo rodean, a través de sus libros y columnas. Y la contesta sin titubear.
“Es un reparo legítimo”, dice para comenzar una larga respuesta. “Yo estoy acostumbrado a esa objeción moral o a ese reproche estético: con qué derecho un escritor cuenta sus intimidades y al contarlas, de paso, cuenta las intimidades de personas cercanas a él. Yo no sé escribir de otra manera y casi todas mis novelas son como autorretratos. Muchos de los grandes pintores, desde Picasso a Frida Kahlo, desde Rembrandt a Van Gogh, se hicieron decenas de autorretratos. (Quizás los mejores cuadros de Frida Kahlo son aquellos en que ella se pintaba obsesivamente a ella misma, una y otra vez). Y así como los pintores se hacen autorretratos, los novelistas o algún género de novelistas tenemos cierta fascinación por el autorretrato literario, por capturar un momento de nuestras vidas y dibujarlo literariamente. Y cuando uno se hace un autorretrato termina pintando a sus amantes, a sus amigos y a sus parientes. Picasso, cuando se hacía un autorretrato, pintaba a sus hijas, a sus mujeres. Y no las embellecía, ciertamente, como yo no embellezco a nadie en este autorretrato literario. Y yo creo que todos salimos un poco desfigurados. Yo me afeo bastante. Nunca en mis novelas —que la mayor parte de ellas son autorretratos literarios— he tratado de embellecerme. Al contrario. Pongo mucho énfasis en afearme y en exhibir mis rasgos más grotescos, despreciables”.
Escribir novelas como autorretratos, ficciones basadas en la propia vida, tiene otros costos además de los afectivos. En algún momento, escribir sobre sí mismo una y otra vez, podría agotarse como recurso literario, y Bayly lo sabe. “He sentido un poco eso al terminar esta novela, sí”, dice Bayly, sin modificar el tono calmado de su voz, “que ya se me va angostando el camino, que ya lo conté todo. Yo creo que en esta historia, que es una historia de amor (y todas las historias de amor se parecen), sí había algunos rasgos peculiares, originales, si la comparas con otras novelas mías. Creo que el primero y más saltante es que me enamoro de una lolita y yo de verdad no me imaginé que eso iba a ocurrirme”, agrega en referencia a los 24 años que lo separan de Silvia.
“Además, esto me ocurre cuando yo quería ser presidente. Hay toda una dimensión política en la novela, de intrigas, de conspiraciones, de tentaciones políticas que no me habían asaltado antes. En tercer lugar, creo que también hay algo nuevo y es que a diferencia de otras el narrador (o sea, mi alter ego), va contando sus conflictos sentimentales íntimos lunes a lunes por periódico. Esto no es usual. La gente se enamora o se pelea, siempre hay enamorados felices y amantes despechados, pero es infrecuente que uno de los enamorados felices lo airee todo por periódico lunes a lunes, porque al ventilar lo que va ocurriendo, en cierta medida lo va modificando, o por lo menos va alternado el humor de los personajes involucrados en ella”.
Pero de los límites de la literatura, la conversación con el escritor vuelve al tema que amarra su vida por estos momentos, tanto con su hija Zoe, de 5 años, como con sus dos hijas mayores: la paternidad.
“Quizás a veces esto los escritores no lo cuentan, pero en el libro está el tema complejísimo de la paternidad: cuánto me toca pagar y cuánto no, cuánto debo ceder en aras de la harmonía y cuánto no, y cómo puedes sentirte un gran papá con una hija y un pésimo papá con otra”, dice el autor. “Todo eso es complicado, bien complicado. Y luego descubres que tus hijas te juzgan con excesiva severidad, del mismo modo que tú juzgaste a tus padres. Es curioso eso”.
El escritor no es menos autocrítico cuando se trata de mirar su propia carrera televisiva, ni cuando se trata de su talento como escritor. Sobre la primera, dice que está “en franca decadencia”, para luego confesar que su sueño siempre fue hacer un late-night al estilo David Letterman en Univisión o en Telemundo, pero que “no se le dio”.
“Es como querer jugar en el Barça y… ¡no depende de uno!”, dice, divertido. “Yo he tratado, no he podido, y entonces juego en el Rayo Vallecano o el Getafe, que es MEGA. Pero al menos me dejan hacer lo que quiero. Me divierto con el programa. Tenemos una audiencia fiel. No somos el número uno, pero quizás la felicidad consiste en descubrir que no hay que ser siempre el número uno. Si te toca ser el número cuatro o el número cinco, ¡no pasa nada!”.
La misma analogía sobre los grandes y los medianos equipos futbolísticos la usa también para ilustrar a su carrera como escritor: dice que aunque sepa que no llegó a las grandes ligas, él disfruta jugando a la pelota, o escribiendo, y que lo tiene sin mucho cuidado lo que digan los críticos.
“Hace años le pregunté a Carmen Balcells, que era mi agente, si debía dejar la televisión y dedicarme solo a los libros, porque ella aplicó esa fórmula con mucho éxito con los mejores escritores, con García Márquez y con Vargas Llosa, porque ‘Gabo’ no sabía cómo ganarse la vida y era guionista o periodista de prensa latina, mientras que Mario también era periodista y catedrático universitario. Y ella, valientemente, les dijo, ‘Dejen todo, yo les voy a dar un sueldo, vénganse a Barcelona, yo les aseguro un sueldo mensual, y confíen en mí. Y funcionó. Y cuando se lo pregunté, me dijo ‘no, no, no’, quizás porque yo no tengo el talento de Gabo y de Mario (aunque eso no me lo dijo)”, dice, riéndose de sí mismo. “Me dijo: ‘Tú sigue haciendo televisión hasta el último de los días’ ”.