Joaquín Furriel y Calixto Bieito anticipan con Ricardo III su viaje al corazón de las tinieblas; “Esto será un crimen poético”
Desde el proscenio, la sala Martin Coronado vacía y en penumbras luce como un animal salvaje. En reposo, pero atento a todo. Agazapado. “Esto no era así antes”, dice Joaquín Furriel, sentado en la primera fila pero con el cuerpo en torsión, mirando el desierto de butacas que en este mediodía descansan de todo espectáculo. “Las filas eran enteras; esto no estaba”, sigue, en alusión al pasillo central que ahora divide en dos la platea. “Si te tocaba estar en el medio, salir al final de una función era un incordio”.
Quien asiente maravillado su comentario es Calixto Bieito, uno de los directores de escena españoles más internacionales y un nombre célebre en el mundo del teatro y la ópera por su mirada revolucionaria de las obras clásicas [quien haya visto su reciente puesta de Carmen, en el Teatro Colón, comprenderá cabalmente la dimensión del calificativo].
En diciembre de 2009, hace exactamente 15 años, Bieito estaba en este mismo lugar -aunque este pasillo central no existiera-, haciendo exactamente lo mismo que hoy: tomando audiciones para definir el elenco de la que iba a ser, en la temporada 2010, la gran apuesta del Teatro San Martín: La vida es sueño, de Calderón de la Barca.
Contrariamente a su fama de imposible enfant terrible de los 90 y 2000 (el director tiene hoy 61 años, pero comenzó a trabajar a los 23), de provocador y desobediente de las convenciones, Bieito es un hombre amable, de mirada clara y voz dulce, que no disfruta particularmente de dar entrevistas pero, cuando lo hace, ofrece generosidad pura en sus respuestas.
Aquel montaje de La vida es sueño marcó la primera colaboración del director con Joaquín Furriel, que en la intensidad de su Segismundo, el príncipe encerrado en la torre, quebró un umbral -uno de varios- en su madurez actoral. Nueve años más tarde vendría para él, en la misma sala, el inolvidable Hamlet -esta vez con dirección de Rubén Szuchmacher-, que fue tanto un trabajo de amor y fuerza dramática del actor como un suceso de público: es hasta hoy uno de los espectáculos de mayor convocatoria en la larga y nutrida historia del San Martín.
Ahora, esta sala está lista para otro clásico, que será también la máxima jugada del Complejo Teatral de Buenos Aires para su próxima temporada. Será otra vez Shakespeare, otra vez Bieito, otra vez Furriel. Pero el actor ya no será príncipe. En 2025, Joaquín Furriel será aquí un rey: Ricardo III, el monarca deforme, ese héroe-villano que el bardo pareciera haber creado con el placer sádico de confundirnos ante su encanto. “Hace tres años que el proyecto está en nuestras mentes, pero ahora ha madurado -cuenta Bieito-. Yo no lo haría sin él”. “Bueno -sonríe Furriel en respuesta- al final, la obra termina siendo una excusa para seguir estando cerca, para disfrutar de la amistad”. “Sí, y hacerla en esta sala…”, retoma el director. “¿Qué más se puede pedir?”.
Curiosamente, alguien entra y ofrece alguna bebida. Agua, café. Sí a todo, dice la dupla. Algo más se podía pedir.
-Calixto, pasaron 15 años desde tu anterior trabajo en este teatro. ¿Qué cambió en vos en esos años?
C.B.: -Soy más viejo, obviamente, aunque sigo teniendo mucha curiosidad. Eso no ha cambiado. Me encanta esta ciudad; eso tampoco ha cambiado. La de 2009 [el estreno fue al año siguiente] para mí fue una experiencia de mucha felicidad. Había hecho La vida es sueño en inglés, en castellano, en alemán, y luego la hice en porteño. Y aquí fui muy feliz. No soy feliz todo el tiempo… ¡Hombre, quién pudiera! Pero aquí lo fui. Y ahora tengo expectativas. Soy mayor, pero todavía fluyo más que antes, y dejo fluir más que antes.
-En aquel momento resonaban ciertas palabras asociadas a tu nombre: escándalo, transgresión…
C.B.: -Yo desde muy joven aprendí a intentar no escuchar mucho. (Resopla) Es complicado cuando tienes que seguir todo lo que pasa. Yo tenía 23 años cuando [el diario español] El País publicó una crítica de algo que yo había hecho con calificación de excelente. Me puse contento, pero me costó un montón de enemigos. Era naif todavía. Luego ocurrieron cosas que afectaron a mi gente, a mi padre, entre otros. Han dicho cosas tremendas de mí en España, por ejemplo: “Hay que ilegalizar a Calixto Bieito y a Herri Batasuna [brazo político de ETA]”. Ahora vivo en Basilea, Suiza. Es una ciudad muy humanista, que me da mucha paz y mucha concentración. Me siento afortunado de tener una cultura española muy fuerte, lo mejor de la cultura barroca, lo mejor de su cultura filosófica, lo mejor del surrealismo, porque España no tiene romanticismo, y tener lo mejor de la cultura centroeuropea y anglosajona. Eso me hace afortunado. Lo único que, sí, con esta apariencia decepciono un montón, porque de repente estoy en Berlín y alguien me pregunta: ‘Oiga, ¿dónde está Calixto Bieito?’. ‘Soy yo’. Y, claro, la gente se espera a un punk en una moto (risas), a un tío súper oscuro, súper trash.
“Este es un personaje que puede ser simplemente un bufón, pero que también propone un viaje a algo que está aceptado en la humanidad, que es la maldad. Porque lo humano también es la maldad. Y lo importante es que esta obra sea un viaje a eso, al corazón de las tinieblas”. Calixto Bieito, acerca de Ricardo III
-Joaquín, vos estuviste hace menos tiempo en esta sala, con Hamlet. ¿Cómo se pasa de ser “el joven príncipe” a ser Ricardo III? Son dos personajes clásicos anhelados por todo actor.
J.F.: -Hamlet y Ricardo III son muy diferentes, viven en momentos muy diferentes y expresan textos muy diferentes también. Pero, en lo personal, no sé… No lo pienso en términos de “mi carrera”. En el montañismo, por ejemplo, hay un montón de montañas que uno intenta escalar. No vas directo al Aconcagua o al Everest. Pero después te das cuenta de que el Aconcagua y el Everest no existen. Es una bobada lo que voy a decir, pero interpretar estos personajes no tiene que ver con la idea de carrera, sino en la experiencia que me pueden dar como persona.
-Justamente, y más allá de la obvia cuestión etaria de los personajes, ¿podrías hacer Ricardo III sin haber hecho ese Hamlet?
J.F.: -No. Y tampoco podría haber hecho Hamlet si no hubiera hecho a Segismundo antes. A mí, Segismundo me dio valor para hacer Hamlet. Pero necesité 10 años más, y haber hecho Final de partida con [Alfredo] Alcón y ponerle el cuerpo a otras experiencias, para creerme que yo podía hacer Hamlet en esta sala, el lugar donde yo vi a los mejores actores del país y a muchos del mundo. Pero, claro, ahora que hablo de esto, hay un punto en el que todavía no me lo creo. Cuando hice Hamlet, yo me preguntaba si iba a poder decir la última línea [”El resto es silencio”] en la última función, porque fue tan importante para mí haber hecho esa obra, tener esa sensación de confirmación de los sueños, que durante mucho tiempo pensé que esa última noche me iba a anular emocionalmente, que me iba a agarrar un nudo [se lleva una mano al cuello] y no iba a querer soltar al personaje. Pensé tanto en ese momento, y ese momento nunca existió porque hubo una pandemia. Fue todo una locura. Es tan perfecta esa obra, que fue así. Algo quedó detenido para mí ahí. Entonces empecé a leer y a leer más teatro. Hasta que entendí que tenía ganas de hacer Ricardo III. Y todo el tiempo, desde el primer día, pensé: “Es con Calixto”.
C.B.: -Yo he hecho Rey Lear varias veces, Macbeth, Hamlet en Inglaterra, Sueño de una noche de verano. Pero digo que no haría Ricardo III sin Joaquín porque no creo que hubiera ahora mismo otro actor que me motivara, artísticamente. Y he trabajado con muy buenos actores, ¿eh? Joaquín es una persona muy sensible y, a la vez, muy fuerte. Y muy inteligente. Esa combinación es imprescindible para hacer un personaje que puede ser simplemente un bufón, pero que también propone un viaje a algo que está aceptado en la humanidad, que es la maldad. Porque lo humano también es la maldad. Y lo importante es que esta obra sea un viaje a eso, al corazón de las tinieblas.
-Es curioso lo que genera este clásico porque uno, como espectador, en algún aspecto empatiza con Ricardo III, en otro le teme, le desea lo peor…
C.B.: -Bueno, porque pertenece a lo humano. En los humanos hay células que se autodestruyen. En la galaxia hay estrellas que se suicidan. Y hay una fascinación por ciertas cosas que no son agradables. No sé hacia dónde iremos, porque a mí no me gusta el teatro social ni político. No puedo dar lecciones en un escenario, pero sé que exploraremos el horror.
J.F.: -A mí, del texto, no me interesa el aspecto farsesco. Tuve la posibilidad de hacer varios villanos que habitan el mal, de diferente manera. El de [la serie] El reino fue uno de los últimos. Pero, al igual que Calixto, yo tampoco siento creativamente una postura moral sobre el bien y el mal. Creo que la dimensión es mucho más compleja.
Epifanía para dos
Tiempo atrás, un fin de semana Furriel interrumpió una filmación en Madrid y viajó a Basilea para encontrarse con Bieito. Allí tuvieron una charla, cuentan, en la catedral de la ciudad, frente a la cripta de Erasmo de Rotterdam. A ambos les pareció simbólico estar hablando de Ricardo III en ese lugar, frente a un humanista “que era odiado tanto por los luteranos como por los católicos, porque era una persona sensata”, subraya el actor. Desde ese instante epifánico en ambos hasta este inicio de audiciones para el montaje de la obra pasaron, dicen, “muchas cosas”. “ Hoy este proyecto parece una estupidez oportunista acá . ‘¡Ah, pero qué originales, estos dos! Hacer esta obra justo ahora”, ironiza Furriel, haciendo gala de esa inteligencia destacada por el director para salir del paso por anticipado a cualquier pregunta por el contexto político argentino. Bieito se ríe y sigue el juego: “Siempre que dices que vas a hacer Ricardo III en tal o cual lugar, la gente te dice: ‘Muy bien. Este es el momento adecuado para pegarle a tal o cual’”.
-¿Será porque el mal no es privativo de ninguna época y porque este personaje, como se dice a menudo, es su propio drama?
J.F.: -El mal lo tengo yo, lo tiene él, lo tenemos todos. Las cosas no son tan blancas y negras. Ahora estamos viviendo tiempos de simplificación, pero en los clásicos hay algo de un espejo, que nos refleja a todos. El público acá va a ver algo muy potente. Calixto viene a cualquier teatro y te mete un cohete… (risas).
-Volviendo a lo epocal, en la obra aparece la cuestión de “la imagen”, es la supuesta falta de belleza de Ricardo lo que dispara el mal. Son tiempos de una gran mostración de apariencias en las redes sociales. ¿Es un costado nuevo en el que esta obra resuena o trabaja hoy?
J.F.: -Por un lado, creo que hay zonas en las que no tiene sentido meterse, para no dialogar con los tiempos de una manera tan impactada y porque tenemos libertad para consumir lo que queremos consumir. ¿Quién dice que yo tengo que estar horas de mi vida metido en las redes? Y, por otra parte, es un planteo que sirve, porque un gran porcentaje de la gente que va a estar sentada en esta sala viendo esta obra quizás pasa muchas horas diarias en su teléfono. Tal vez, algún interrogante se abra en ese sentido. Igual, en Ricardo III lo más difícil de habitar no es la supuesta fealdad del personaje, sino la dimensión de la maldad con la que funciona, que para él no es maldad. Él cree que lo que tiene que hacer es lo que hay que hacer para que todos estén bien. Es una persona de fe.
C.B.: -Ojo, que la deformidad puede estar aquí (se lleva dos dedos a la sien). Si yo digo (baja la voz, habla pausado, mira fijo): “Soy deforme…”.
-Genera mucho más miedo...
J.F.: -Exacto. Justamente, una de las series más populares de nuestra era es Breaking Bad. Un profesor de ciencias que vende droga para poder pagar el tratamiento de su hijo. ¿Es bueno? ¿Es malo? Es humano. Shakespeare sigue siendo tan atractivo porque hay mucho pensamiento en su obra, y eso permite reflexionar, ser más amplio.
Llega el café. Furriel aprovecha el recreo y cuenta anécdotas que le ocurrieron en la Martín Coronado durante La vida es sueño: cuando un espectador le gritó “¡Ordinario! ¡Así no es la obra!”; cuando otro le contestó desde la platea la pregunta “¿Qué es la vida?” con un sonante “Un frenesí”, y la noche en que un tercero se sacó las ganas y completó una frase. “Como hay toda una generación en nuestro país que memorizaba el monólogo de Calderón de la Barca, yo siempre escuchaba los susurros de la gente desde el escenario. Pero hubo una vez en la que directamente yo dije: ‘Y toda la vida es sueño’ y una persona me gritó: ‘¡Y los sueños, sueños son!’. Eso pasó. Y lo aplaudió todo el público (se ríe). Si uno está vivo acá arriba, en el escenario, en la platea ocurre una comunión”.
“Una de las series más populares de nuestra era es Breaking Bad. Un profesor de ciencias que vende droga para poder pagar el tratamiento de su hijo. ¿Es bueno? ¿Es malo? Es humano”. Joaquín Furriel
-Hay un auge del teatro en Buenos Aires, y sin embargo a muchas personas que un sábado a la noche se proponen “una salida”, ver un clásico les parece muy formal. ¿Qué le dirían a alguien que se todavía mira de reojo a Shakespeare?
C.B.: -Que es acción. Shakespeare es Francis Ford Coppola, por eso incluso funciona en cine. Shakespeare funciona siempre . Él escribía para ganar al público, no para que entendieran todas las palabras, sino para maravillar con las palabras, para seducir, para reflexionar con el público. Ese teatro isabelino está escrito así. Quien ve una obra de Shakespeare asiste a una aventura, ve un thriller. No tiene que entender todo el texto.
J.F.: -Hay una idea de que son obras complicadas, para una élite cultural... Pero eso es falso.
C.B.: -Hay algo interesante: estas obras estaban escritas como un trabajo colectivo entre elenco y público. No había diferencia de luz entre la sala y el escenario en aquella época. Y el público era bruto. Esas frases que dicen: ‘Silencio. Ahí llega el rey’, eran para el público, para que presten más atención, porque la gente estaba allí de tertulia y comiendo… A nosotros no nos hace falta hacerlo así, pero conocer las raíces de ese teatro ayuda, porque si lo hacemos bien, aunque el público no conozca el texto, las palabras lo seducen. Es como cuando un científico nos dice cosas que no comprendemos, pero quedamos igualmente impresionados, con las células y no se qué y no sé cuánto… Shakespeare hace eso. Escribió para todos, dijo verdades y barbaridades, generalmente con mucho humor.
El café se acabó hace tiempo. La dupla debe seguir trabajando hoy, a toda velocidad, antes de que el director parta, mañana mismo, de regreso a Europa. Entonces se levantan y posan para las fotos que ilustrarán esta charla, pero antes de despedirse, amablemente, el director vuelve por un instante y dice lo que ya sabe de esta puesta, aunque falte mucho para el estreno. Dice que estará llena de vida, de profundidad, emoción y pensamiento, y lo resume en una sola frase, promesa irresistible: “Esto será un crimen poético”.