El Jockey: Luis Ortega juega sin reglas y entrega una película que resulta imposible pasar por alto
El Jockey (Argentina, México, España, Dinamarca, Estados Unidos/2024). Dirección: Luis Ortega. Guion: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Fabián Casas. Fotografía: Timo Salminen. Música: Sune Rose Wagner. Edición: Rosario Suárez, Yibrán Asuad. Elenco: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho, Daniel Fanego, Osmar Núñez, Roberto Carnaghi, Mariana Di Girólamo, Luis Ziembrowski, Jorge Prado, Roly Serrano, Adriana Aguirre. Duración: 96 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Star Distribution. Nuestra opinión: muy buena.
Hace rato que uno viene escuchando que el cine está huérfano de ideas. Y aunque la sentencia suele tener más que ver con las opciones mainstream, la creencia se difunde y cubre con un manto de duda toda la producción, tanto local como internacional. La pregunta es: ¿Qué sucede cuando aparece una película que es todo lo contrario, que es un derroche de imaginación, creatividad y riesgo, puestos al servicio de una búsqueda artística? Sucede una obra como El Jockey, el último y más personal trabajo de Luis Ortega, en el que logra fusionar inquietudes y estética de manera casi perfecta.
Morir y nacer de nuevo, como un reset del alma, de quiénes somos y de las mochilas que cargamos. Esa es la solución que le da Abril (Úrsula Corberó) a Remo Manfredini (Nahuel Pérez Biscayart), un jockey caído en desgracia y padre de su hija por nacer, para expiar sus pecados. El protagonista tomará esa sugerencia al pie de la letra, sumergiéndose junto al espectador, en un universo surrealista delineado por sus obsesiones y preocupaciones intrínsecas.
Las sensaciones (porque ante todo es eso, una película de sensaciones) que genera El Jockey varían de espectador en espectador. Habrá quien salga del cine asegurando que es una comedia dramática, junto a quien jurará haberse dejado llevar por la calma de la historia sin esbozar una sonrisa. Y los dos tendrán razón.
Uno de los méritos de Luis Ortega, en su doble rol de director y guionista, es ofrecer una historia cuya identidad fluctúa, tanto o más que la de su propio protagonista. La autoexploración que hace Remo de sí mismo -sin mayor pretensión que la de encontrar otro “yo” al que asirse- sigue esa lógica de destrucción y construcción permanente donde no hay parámetros. Por eso puede pasar de ser un jockey autodestructivo a salir de un hospital con un tapado y una cartera, reformulando su ser, no solo a partir de su propia perspectiva, sino también de todos los que lo rodean. Ya no es Remo, es “la piba” o “Dolores”. Y cuando parece que es un viaje desbocado hacia adelante, como una carrera más, aunque sin meta a la vista, el guion da un nuevo giro y vuelve a las bases, un viaje a la semilla en donde empezó (o vuelve a empezar) todo .
Una película tan a flor de piel como El Jockey no podría llegar a destino sin un concepto prolijo, preciso y metódico que permita ordenar el caos. Lo bizarro y lo dramático, danzan junto a los actores al compás de un tema de Virus, Sandro o Palito Ortega. Y es entonces cuando el poder de la imagen se hace cargo de la narración, ofreciendo un espectáculo cautivante. Lo mismo se puede decir de la puesta en escena, de la fotografía, de cada aspecto técnico que funciona como lenguaje en sí mismo y no como mero acompañamiento, encastrándose en un todo inclasificable, pero lo suficientemente atractivo como para querer seguir viendo.
Si se trata de hacer una enumeración de los mejores actores argentinos contemporáneos, rara vez se piensa en Nahuel Pérez Biscayart para integrarlo, cuando en realidad merece estar en la cumbre de la nómina. Tiene que llegar una nueva película para subsanar, aunque sea por un rato, la injusticia. Decir que su papel en El Jockey es el mejor de su carrera sería tan injusto como arbitrario, pero sí es imprescindible destacar que la película no sería lo que es sin él. Su Remo no necesita de grandes diálogos (de hecho debe ser uno de los protagonistas con menos parlamento en la historia del cine parlante) para conducir al espectador a las entrañas de su universo, y manejarlo a su antojo mediante gestos, miradas conductas que transmiten mucho más que el mejor diálogo.
Y junto al protagonista, Úrsula Corberó desplegando idéntico magnetismo, Daniel Giménez Cacho, Mariana Di Girólamo, y un power trío local que es un placer ver compartiendo escena: Roberto Carnaghi, Osmar Núñez y Daniel Fanego. El fallecimiento de este último el jueves 19 de septiembre no solamente marca a este estreno como su película póstuma, sino que le suma un valor emotivo a algunas escenas, como aquella en la que jura que luego de este trabajo se va a retirar, o el hecho de que el nombre de su personaje sea, justamente, “Fanego”, el único en todo el reparto que cruza la frontera de la ficción.
Jugar sin reglas ni límites aparentes es un arma de doble filo, más cuando el resultado será juzgado por muchos que no están acostumbrados a vivir sin reglas. Luis Ortega -tal vez por convencimiento, tal vez por pretensión- decidió hacer las cosas a su manera. Y esa convicción es la que transforma a El Jockey en una película imposible de pasar por alto.