José Andrés: veintiséis mil platos calientes cuando todo está perdido en Valencia… menos la solidaridad

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(Getty Images)

Cuando todo es oscuro y triste; cuando el miedo acampa a sus anchas y las personas batallan por cubrir sus necesidades primarias, ciertos rayos de esperanza, en forma de solidaridad, se abren camino entre el fango y el dolor que trajo la Dana. En la tristemente llamada zona cero, donde un torrente de agua sin cauce se llevó por delante vidas y sueños, se multiplican los actos de cooperación humana y de generosidad genuina. Entre la reconstrucción de esperanza por parte de miles de seres humanos anónimos, la de algunos nombres conocidos que se arremangan y ayudan como uno más. El chef José Andrés, que lleva más de una década volcándose en repartir comida allá donde más se necesitan, no se lo ha pensado ni dos veces y ya está con su ONG World Central Kitchen ofreciendo comidas en la zona afectada.

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El 29 y el 30 de octubre fueron los días más aciagos de las últimas décadas en la Comunidad Valenciana. De inmediato, José Andrés, varias veces candidato al Premio Nobel de la Paz por su labor a favor de un mundo mejor, y su equipo se pusieron manos a la obra para paliar, en la medida de lo posible, el sufrimiento de los afectados. No es la primera vez ni será la última que lo haga. Su World Central Kitchen ha llegado a puntos insospechados, como a Gaza, donde siete miembros de su ONG fallecieron el pasado abril tras un ataque en una zona teóricamente segura. En esta ocasión, desde el primer instante, José Andrés y los suyos organizaron toda la logística para estar donde tenían que estar y hacerlo de la manera más efectiva posible.

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Dos de sus chefs con más experiencia en catástrofes naturales viajaron desde México. José Andrés compartía en sus redes sociales la evolución del operativo: “Les estamos ayudando trayendo desde Cuenca palas, botas y guantes de protección civil para que puedan acabar de limpiar todas las casas del pueblo”. Además, ciento cincuenta voluntarios comenzaron a repartir agua, fruta y bocadillos en el epicentro del dolor, Paiporta.

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26.000 platos de comida caliente

El 2 de noviembre, este asturiano de corazón grande y visión amplia escribió desde Las Bairetas, un restaurante de Chiva, cómo se organizan en una zona donde no hay ni luz ni agua: están cocinando a la leña, bajo la supervisión de los chefs Pablo y Marcos Margos, “paellas muy ricas, distribuyéndolas cada día en el pueblo y en el polígono industrial”. En un principio, su objetivo fue alcanzar las veinte mil raciones de comida caliente –con guisos de garbanzos, lentejas y cuidando también las restricciones alimentarias de algunos ciudadanos–, pero ese sábado gris acabaron repartiendo veinte y seis mil platos entre los damnificados.

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No está solo en este trabajo solitario. Otros chefs tienen la determinación de “no dejar caer” a una zona herida de muerte por la furia del agua y desconcertada por la tardanza en la ayuda. Pepa Muñoz, chef colaboradora en World Central Kitchen, compartió emocionada esa parte noble del ser humano: “Estas cosas sacan lo mejor de todas las personas. Es una maravilla cómo se están volcando”. Otros chefs, como Ricard Camarena, han colaborado sin pestañear. En su caso, con doce palés de comida caliente. Y esto no es más que el inicio de un esfuerzo conjunto por devolver a toda una región una normalidad que fue literalmente arrasada por la DANA. O toda la logística de Mercadona se ha puesto al servicio de los afectados.

Juan Roig, el dueño de Mercadona, corrió al punto donde más se le necesitaba. Trabajó contra el lodo con sus manos, pero también puso al servicio de los más necesitados todo cuanto su cadena de supermercados puede proveer a estos chefs de la solidaridad.

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Historia de una misión

En enero de 2010, la ira de la Naturaleza se reflejó en un terremoto devastador, de 7.3 grados de magnitud, que asoló Haití. Aquella desolación e indefensión de las víctimas provocó que José Andrés (el chef asturiano, de Mieres, que vive en Estados Unidos, y ha hecho del mundo su patria) decidiera que los cocineros, por muchas estrellas Michelin que ganen, tienen la ancestral misión de alimentar a los más necesitados. Desde esa fecha, su lema ha sido: “Donde haya una lucha para que la gente con hambre se alimente, allí estaremos”. Han pasado catorce años, y José Andrés sigue estando, sigue alimentando y sigue luchando por la gente que lo ha perdido todo.

En la web de World Central Kitchen, él mismo cuenta la historia de esta idea solidaria que ha dado la vuelta al mundo: “WCK surgió a raíz de una idea simple que tuvimos en casa con mi esposa Patricia: cuando la gente tiene hambre hay que enviar cocineros. No mañana, hoy”. En apariencia, una idea simple, pero realmente efectiva. Necesaria. Desde 2010, su necesidad de construir un mundo mejor desde los fogones ha ido en aumento. No ha habido catástrofe natural en la que los cocineros de WCK no hayan estado poniendo su granito de esperanza, y el calor de sus guisos, al servicio de las comunidades más devastadas.

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Cuando ganó el premio Princesa de Asturias a la Concordia en 2021, pronunció un emotivo discurso que, hoy más que nunca, conviene escuchar: “La Humanidad, las personas sin voz y sin rostro, esas personas que parecen sombras en la niebla necesitan a personas que las cuiden. Necesitan a personas que las traten como personas. Esas personas no quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad. Y ese es el poder que tiene un plato de comida”.

Los orígenes de José Andrés

En esa ocasión, el cocinero que hace más de tres décadas abrió un restaurante en Washington, volvió la vista atrás para rememorar de dónde le llegó a él ese compromiso hacia los viven una necesidad desesperada: “Mis padres eran enfermeros. Y como muchos de los héroes que han salvado vidas durante esta pandemia, vi como sobrepasaban los límites del deber para cuidar a los demás. Al hacerme mayor entendí finalmente que otras profesiones tal vez podían hacer lo mismo; entendí que cocineros como yo damos de comer a los pocos, but we also have the power to feed the many”.

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Desde entonces, José Andrés y su ONG no han parado. Si primero fue Haití, después vino la descomunal desolación que trajo consigo el huracán María, en Puerto Rico. Era 2017 y José Andrés aterrizó en Puerto Rico con un grupo de amigos. Primero, diez; al final, 25.000 personas sumaron fuerzas para dar de comer a todo aquel que lo necesitara. Como él mismo contó “pasamos de una cocina donde las goteras lo inundaban todo a más de veintiocho cocinas a lo largo y ancho de la isla, incluido Vieques y Culebra; pasamos de mil comidas diarias a más de ciento cincuenta mil al día. En total hicimos más de cuatro millones de comidas. Cuando nos dijeron que eso era imposible dijimos: no sabemos, pero plato a plato intentaremos llegar a donde podamos”.

Todo apunta a que la palabra imposible no entra en su vocabulario. Veamos otro ejemplo: durante la pandemia del coronavirus, WCK repartió cuatrocientas mil raciones de comidas a los enfermeros de la India, colaboró con dos mil quinientos restaurantes de cuatrocientas ciudades estadounidenses y apoyó en distintas comunidades de España, Indonesia y República Dominicana. Además, invirtió casi doscientos millones de dólares en los restaurantes locales que suministraban comida a los vecindarios más bajos en recursos.

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En los últimos cuatro años, las misiones emprendidas por José Andrés y su “ejército” de cocineros solidarios representan el mapa de los cataclismos ocurridos en estos años. Y no van solo allá donde la Naturaleza se desborda y amenaza, sino también donde el hombre pierde humanidad y se enzarza en guerras despiadas, como en el caso de Ucrania, donde en dos años han servido doscientos sesenta millones de comida en más de nueve mil puntos de distribución, o de Gaza, donde tal y como contamos en un principio su organización fue herida de muerte. En el caso de Gaza, José Andrés pidió encarecidamente “No más pérdidas de vidas inocentes. La paz comienza con nuestra humanidad compartida. Tiene que empezar ahora”.

Ahora se requiere esa desbordante humanidad en la Comunidad Valenciana. José Andrés y los suyos se adaptan a las circunstancias. La leña crepita, a falta de gas, y el agua bulle. Esta es una historia de solidaridad hermosa.