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José Luis Carballo creó una nueva forma de tocar cumbia, y ahora, puede gozar del respeto que no siempre tuvo

Legendary Peruvian guitarrist Jose Luis Carballo, at home in Huntington Park, on Thursday, Aug. 4, 2022.
El legendario guitarrista peruano José Luis Carballo posa con sus guitarras en su casa de Huntington Park, en California. (Raul Roa/Los Angeles Times)

El próximo domingo 21 de agosto, José Luis Carballo será la figura central del segmento “Homenaje a la cumbia peruana” incluido en la primera edición del Peruvian Fest Chim Pum Callao LA 2022, que se realizará en LA Plaza de Cultura y Artes. En este caso, como ha venido sucediendo en los últimos años, tendrá la oportunidad de lucir sus habilidades en la interpretación de una variante del género que no es solo muy específica, sino que lo tiene además entre sus exponentes más emblemáticos.

Acompañado por otros siete músicos, entre los que destacará Gino Gamboa, otro inmigrante peruano de amplio reconocimiento internacional debido a sus talentos en la percusión afroperuana y en la fabricación de cajones, el legendario guitarrista presentará en el escenario temas tan emblemáticos como “Cariñito”, “Ven mi amor”, “Elsa” y “El arbolito”, entre otros.

Pero Carballo, que actualmente es celebrado en el mundo entero por haber sido el fundador de La Nueva Crema, la mítica agrupación de ‘chicha’ que dio a conocer a “Chacalón” -uno de los mayores ídolos de la música popular peruana-, no ha tenido siempre la misma suerte. Cuando decidió mudarse a Los Ángeles, en 1990, sabía que las cosas no iban a ser fáciles por aquí, pese a que tenía un hermano mayor y algunos amigos que habían emigrado años atrás a las mismas tierras.

Además, en ese momento, no se habían levantado todavía los prejuicios contra la ‘chicha’, una variación de la cumbia que se gestó en los sectores populares de la capital peruana y que tardó mucho en ser aceptada por las clases pudientes del país, las mismas que empezaron a cambiar de opinión bajo el influjo de la admiración demostrada por amantes de la música de diferentes latitudes desde inicios de los 2000.

Carballo dejó su patria por razones de peso. Desde 1985 hasta su salida, fue integrante de la banda de la Guardia Republicana, por lo que, en cierto momento, tuvo que llevar un uniforme policial que en esos días era prácticamente un llamado a la muerte debido a los ataques constantes del grupo terrorista Sendero Luminoso contra las autoridades.

“Tres de mis compañeros de promoción fueron asesinados: uno caminando, baleado en la cabeza por una señora que iba detrás con un niñito y que de pronto sacó una pistola de la bolsa que llevaba; otro, que era chofer, iba en un camión de la Republicana que ‘volaron’; y uno más fue asesinado en [la ciudad de] Ayacucho”, recordó el experimentado músico durante la entrevista que le ofreció a Los Angeles Times en Español al interior del pequeño estudio de grabación que tiene en la ciudad de Huntington Park, al lado de su actual residencia.

En ese momento, Carballo -que no se quita nunca los lentes negros que lo distinguen, ni siquiera para las fotos- era dueño de unos modernos equipos de sonido que alquilaba para los eventos musicales organizados por los generales de su institución, lo que le daba un nivel de vida respetable en un país donde los índices de pobreza siguen siendo alarmantes. Pero su familia estaba profundamente preocupada por los hechos de sangre que llenaban día a día los titulares periodísticos, y eso terminó dándole la convicción que necesitaba.

Como era de esperarse, la adaptación al nuevo entorno fue complicada, e inicialmente, tampoco pudo hacer la música que lo había distinguido a lo largo de tantos años. “Tuve que ponerme el sombrero, el cinturón y las botas”, nos dijo de manera elocuente. “Tuve que familiarizarme con la ‘quebradita’, la música de Los Bukis y la de Bronco. Y hasta aprendí a tocar el bajo sexto, que tiene una afinación diferente a la guitarra”.

En cierto momento, tras responder un anuncio de El Clasificado -el popular semanario gratuito de negocios y empleos en español que se distribuye todavía en el Sur de California-, Carballo se integró a una agrupación cumbiera de salvadoreños, quienes quedaron sorprendidos al verlo interpretar un solo; y en medio de esas colaboraciones, tuvo la oportunidad de informar a los músicos que lo contrataban que muchas de las composiciones que ellos adjudicaban a artistas no peruanos habían surgido en su país, como es el caso de “La colegiala”, que fue escrita por el limeño Walter León Aguilar, pero se convirtió en un ‘hit’ internacional en la voz del colombiano Rodolfo Aicardi.

“Finalmente, llegó la hora de demostrar que yo también podía hacer mis canciones; y fue entonces cuando me llamaron los ‘gringos’ por medio de mis páginas de internet”, comentó el guitarrista, en referencia a Olivier Conan, el francés-estadounidense que lidera la agrupación neoyorquina Chicha Libre y que ha lanzado dos populares compilaciones de cumbia peruana (“The Roots of Chicha” y “The Roots of Chicha 2”); a Money Chicha, un combo cumbiero de Austin conformado por integrantes del Grupo Fantasma y Brownout; y a La Chamba, una banda básicamente mexicoamericana de Los Ángeles cuya principal fuente de inspiración es la misma cumbia peruana.

Carballo, que vive de manera decente, pero sin lujos, obtiene los fondos que necesita participando en grabaciones de otros músicos, haciendo talleres, ofreciendo conciertos y produciendo su propio material. Durante la etapa más fuerte de la pandemia del Covid-19, cuando era imposible presentarse en vivo, se dedicó a revisar sus generosos archivos digitales para darle forma a 14 canciones nuevas que ha estado lanzando en estos días, como es el caso de “Ojos chinitos”, que cuenta actualmente con un video grabado en Puebla, México, y que aparece adjudicada en su canal oficial de YouTube a Joe Luca Band (una adaptación anglosajona de su propio nombre).

También tiene entre manos un proyecto muy especial, dedicado a grabar versiones ‘chicheras’ de canciones inmortalizadas por Elvis Presley que serán interpretadas en su inglés original por el vocalista Carlos ‘El Greco’. “No sé si eso podrá entrar en el mercado peruano, pero se trata sin duda de algo muy novedoso que puede ‘pegar’ internacionalmente, porque el sonido de nuestra cumbia tiene ahora alcance universal”, aseguró nuestro entrevistado.

“Siempre he tenido la idea de hacer algo distinto, que haga avanzar al género. Hace 15 años, decidí volver a grabar las cumbias antiguas, pero con una sección de metales. Y eso fue diferente, porque actualmente, en la salsa peruana todo es copia; no hay innovación, y no pasa nada con las composiciones inéditas”, enfatizó.

Los orígenes

José Luis Carballo nació hace 69 años en San Isidro, uno de los barrios más acaudalados (sino el más acaudalado) de Perú. Dice que eso sucedió quizás por causalidad. Sus padres habían venido del norte de la nación -ella de Piura, él de Lambayeque-, y en ese momento, se estaban quedando en una casa ubicada en el privilegiado distrito, donde el futuro guitarrista lanzó su primer llanto con la asistencia de una partera.

“Estuve allí hasta los 6 años. Pero qué sucedería, que después aparecí en La Victoria, en Mendocita, un barrio bravísimo, a la espalda del estadio de Alianza Lima”, recordó Carballo. “Me moría de miedo; veía unas peleas terribles, pero fui aprendiendo”.

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El guitarrista en una de sus agrupaciones de juventud. (Colección personal de José Luis Carballo)

Al frente del lugar donde vivía, había una fila de restaurantes -que eran más bien ‘chupódromos’- donde se escuchaban las melodías cubanas de La Sonora Matancera, Los Compadres y Celina y Rutilio, mientras que, al interior de su precaria vivienda, el niño era expuesto a las marineras y los valses que preferían sus padres.

Pero eso no era todo. “Vivíamos en los callejones, y en los callejones, escuchas todo lo que está pasando en las otras casas”, precisó. “La mayoría de las personas que vivían allí eran inmigrantes de la sierra que se iban a trabajar a las 4 de la mañana, y que a esa hora prendían la radio con música folklórica de artistas como la Pastorita Huaracina y El Picaflor de los Andes”.

Cuatro años después, gracias a una prima de su madre, Carballo llegó a Ciudad de Dios, una zona de la capital más tranquila pero todavía populosa en la que su hermano -dos años mayor que él-, quien frecuentaba a algunos muchachos del elegante barrio de Miraflores, le presentó un tipo de rock que no se escuchaba casi en las radios de Lima, a través de bandas como Jim Hendrix, Black Sabbath, Cactus, Led Zeppelin, Blind Faith y Cream.

“Teníamos un tocadiscos chiquito, esos que usaban pilas, y nos lo llevábamos a un cementerio clandestino que estaba cerca para escuchar las canciones y ‘loquearnos’, como jóvenes que éramos”, nos confesó el guitarrista, aludiendo a un término que se empleaba para quienes fumaban marihuana. “El Lp de Iron Butterfly donde estaba ‘In-A-Gadda-Da-Vida’ era perfecto para nosotros, porque [ese tema] ocupaba todo un lado [del vinilo]”.

Motivado por estos intereses, e inspirado en lo que respecta al nombre por el conjunto sesentero de Eric Clapton, Carballo -todavía adolescente- fundó The New Cream, una banda dedicada a tocar ‘covers’ de Hendrix, Zeppelin, Sabbath y Santana, entre otros. “Alternábamos en conciertos con Los Pussycats, Los Truenos, Los Galax y otros grupos de la época que venían de distritos diferentes; nosotros éramos los únicos de Ciudad de Dios que hacíamos rock y baladas”, puntualizó.

“Mi hermano estaba coleccionando la revista argentina Pelo [dedicada al rock mundial y sudamericano], donde venían a veces transcripciones de algunas canciones; pero yo no leía música, y eso me frustraba, porque sacaba todo de oído y no sonaba igual”, agregó el guitarrista, quien, a esas alturas, practicaba hasta ocho horas al día y se quedaba dormido con el instrumento en las manos. “Terminada la secundaria, decidí que tenía que aprender, y aunque mi papá no quería -‘si eres músico, vas a ser un borracho, un drogadicto’, me decía-, mi madrecita me ayudó a cumplir esos sueños”.

Luego de estudiar guitarra clásica en un instituto, Carballo logró acceder al Conservatorio Nacional de Música, donde perfeccionó su oficio. Sin embargo, al establecer una relación romántica con una muchacha de su barrio, se dio cuenta de que no tenía dinero para invitarla a salir. “En medio de todo eso, después de un ensayo, se me acercó un muchacho a decirme: ‘Tocas muy bien la guitarra, ¿pero también tocas música tropical? Si te doy unos discos, ¿puedes sacar esas canciones? En dos semanas tengo un quinceañero, y después de eso pueden salir muchas más presentaciones, porque tengo un montón de familiares que hacen fiestas”, reconstruyó ante nuestra grabadora.

De ese modo, se vio forzado a descubrir a agrupaciones peruanas como Los Orientales de Paramonga, Los Destellos y Los Beta 5. Fue entonces que decidió dejar el ‘pick’ de plástico que usaba en sus inicios para pasar a tocar la guitarra con los dedos, lo que hace hasta el día de hoy, como lo dejan en claro las largas uñas de su mano derecha.

“En realidad, lo de usar los dedos venía de antes, porque había muchas cosas que no podía hacer con el ‘pick’, como los arpegios rápidos; pero se afianzó cuando me puse a aprender la guitarra clásica”, precisó. “Me tengo que poner acrílico en las uñas para que no se rompan. Hay otros músicos [de cumbia peruana] que también tocan con los dedos, pero es porque se iniciaron en la música criolla”.

Tras establecer una fructífera colaboración con el ejecutivo discográfico de origen argentino Enrique Lynch, Carballo empezó a grabar más y más canciones, normalmente al lado del conguero Alberto Hinostroza “Papita”, el bajista Alberto Novoa “Piraña”, el timbalero Ricardo Valles “Kibe” y el percusionista Óscar Siu “Chino”, quienes recibieron grupalmente el nombre de “La Mafia” por conformar el equipo de sesión prácticamente estable de las grabaciones de cumbia en la capital. En esa época, empezó a trabajar también con Alfonso Escalante “Chacal”, el hermano mayor de “Chacalón”, que era igualmente cantante.

El gran despegue

Uno de esos días, Carballo fue interceptado a la salida de un estudio de grabación por Ángel Aníbal Rosado, que se había dado ya a conocer ampliamente como compositor de música criolla y afroperuana, pero que quería probar suerte en el provechoso terreno de la cumbia, género al que había incursionado con un tema que, para su mala fortuna, había pasado prácticamente desapercibido.

“Me dijo que iba a intentarlo una sola vez más, con una nueva canción suya; después, sacó su guitarra, empezó a tocarla y se puso a cantar ‘lloro, por quererte, por amarte’”, nos dijo Carballo, refiriéndose a las primeras frases de “Cariñito”, una de las más cumbias más renombradas de todos los tiempos. “‘Está buena’, le dije yo; ‘pero no tiene introducción ni arreglos’. ‘Para eso te necesito’, me respondió él”.

Cuando la canción estuvo lista, Rosado convocó a Carballo y a sus acompañantes de costumbre (Hinostroza, Novoa, Valles y Siu), sumó hasta a seis cantantes -incluyendo a tres coristas femeninas- para que el sonido alcanzara dimensiones épicas y, junto a ellos, en solo dos tomas, le dio vida a una pieza que dejaría huella en la historia de la música latinoamericana.

“Cuando escuchamos el resultado en la consolita de ocho canales del estudio, nos quedamos con la boca abierta”, reconoció el guitarrista. “De ahí salió la idea de hacer el grupo; pero yo no sabía que ese tema iba a trascender tanto, porque no tenía idea todavía de lo que hacía que algo se convirtiera en un éxito”.

El grupo limeño se llamó Los Hijos del Sol, y con “Cariñito”, se hizo inmensamente popular… pero no en Lima -ciudad que lo aceptó muchos años después-, sino en provincias. “Por allá, las ventas de los discos eran descomunales y no parábamos de tener contratos”, explicó Carballo. “Estuvimos yendo casi tres años de manera constante, en avión -lo que no sucedía en esa época-, y a veces nos recibían con una limusina. En los bailes, teníamos que tocar a veces ‘Cariñito’ hasta quince veces, porque la gente la seguía pidiendo”.

Cuando el guitarrista conoció a Lorenzo Palacios Quispe, más conocido como “Chacalón”, este se dedicada a tocar las congas, pese a que había tenido una participación supuestamente relevante como cantante del reconocido Grupo Celeste, donde se le había hecho aparentemente una mala jugada, porque ni su nombre ni su fotografía figuraban en el empaque del álbum en el que había plasmado su voz.

Esto le complicó particularmente las cosas al proyecto que Carballo decidió emprender con “Chacalón”, luego de pasar a su lado incontables noches en un club de mala muerte donde se presentaban a veces desde las 9 de la noche hasta las 6 de la mañana, sentados y cubiertos por el humo cegador de cigarrillos ajenos. Las larguísimas y extenuantes sesiones se daban durante los días de semana, porque, después de eso, Carballo se iba a provincias para actuar con Los Hijos del Sol.

“Además, [en las reuniones con los ejecutivos], ‘Chacalón’ no hablaba nada; no sabía expresarse bien”, aseguró el guitarrista. “En esa época, él era pobre, pobre. Vivía con toda su familia -eran como 18- en dos cuartitos. Yo llegaba a veces a su casa en las mañanas y lo llevaba al terminal pesquero para comprar pescado, y con eso se alimentaban todos”.

Por esa calle pasaban solo carretillas, por lo que, en una de sus visitas, Carballo quedó sorprendido al ver a un automóvil moderno que se estacionaba frente a él y que pertenecía a Juan Luis Campos Muñoz, un empleado de la disquera Infopesa, responsable de lanzar algunos de los discos más célebres de la cumbia peruana desde inicios de los ‘70.

Campos le pidió al guitarrista que llamara a “Chacalón” -quien estaba jugando en ese momento futbol en un terreno cercano-, y luego de invitar a los dos a un concurrido ‘chifa’ (restaurante de comida peruano-china), presentó su plan de acción: quería no solo formar con ellos un grupo musical, sino también crear un nuevo sello en el que Carballo fungiera de productor.

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Carballo, quien sostiene un reconocimiento, aparece aquí cerca de "Chacalón", vestido con saco celeste. (Colección personal de José Luis Carballo)

La primera canción que el guitarrista llevó al estudio de Discos Horóscopos (el nuevo sello) fue “Ven mi amor”, que se convertiría después en todo un clásico y que, en una primera instancia, fue recibida con escepticismo por Campos. “‘Tiene un estilo medio rockero; le has metido distorsión’, me dijo, empleando un tono medio despectivo. Y yo le dije que sí, porque quería hacer algo diferente”, recordó Carballo. “De hecho, la noche en la que me dijo que iba a tener el grupo y ser el productor de la disquera, no pude casi ni dormir, porque pensé que, si imitaba simplemente a Los Pakines y a Los Destellos, no iba a tener una identidad propia”.

“¿Y si le pongo distorsión, incluso cuando interviene el cantante? ¿Y si le pongo un mambito bien sabroso, con una introducción bonita en la que la guitarra sea primero limpia y entre después con ‘fuzztone’?”, pensó nuestro entrevistado, con la mente puesta en el pedal de distorsión que resulta ahora inseparable de su práctica en las seis cuerdas. “En esa época ya se había utilizado ese efecto, en Los Destellos, Los Girasoles y un par de grupos más; pero el ‘fuzztone’ que ellos usaban trataba de imitar al trombón, sin el ‘background’ que yo le puse y su aplicación en los solos”.

Un toque inconfundible  

La decisión de Carballo fue fundamental en la creación de la ‘chicha’, un estilo de cumbia que tenía un aire mucho más ‘under’ y rudo que las vertientes del género que existían ya. “Los demás grupos imitaban a los cubanos, a la guaracha, pero a mí me gustaba tener una identidad de barrio limeño, lo que implicaba que había que fusionar todo, porque en el mismo barrio conocías a personas a las que les gustaba el rock, la cumbia y la música folklórica”, detalló. “En mis composiciones hay ‘breaks’ de salsa, de rock y hasta de música de clásica”.

Inicialmente, el nombre de La Nueva Crema -que Carballo presentó ante Campos como una opción del momento, inspirado en su primera banda y, claro está, en la que tuvo Clapton- era tentativo. Pero una vez que el empresario anunció ante el guitarrista y el cantante que lo había colocado en las etiquetas de los primeros discos de 45 rpm -lanzados en 1977-, no hubo marcha atrás. Esto no fue aparentemente del gusto de “Chacalón”, quien tenía otras ideas pero que, más adelante, cuando Carballo no tocaba ya con él, terminó cambiando la denominación a Chacalón y la Nueva Crema.

La relación entre los dos fundadores de la emblemática agrupación, en la que grabaron originalmente Hinostroza, Novoa, Valles y Siu, no fue precisamente fácil. Carballo siente que el vocalista solo reconoció lo que había hecho por él cerca del final de su vida, y asegura que, una vez que quiso armar oficialmente el grupo para empezar a tocar en vivo -con la presencia de los mismos instrumentistas experimentados que habían estado en el estudio-, “Chacalón” se negó a dejar a los músicos jóvenes con los que se estaba presentando desde hacía varios meses, y que en sus palabras “recién estaban aprendiendo a tocar”.

Otra toma del artista.
Otra toma del artista. (Raul Roa/Los Angeles Times)

“Campos había agarrado como cinco bailes en el Norte Chico [de Lima], y me dijo que tenía que ir como sea, aunque fuera con los ‘chibolos’ [muchachitos]”, retomó el guitarrista. “Después de estar en esas como cuatro meses, nos volvimos a reunir, y ‘Chacalón’, que se negaba a separarse del guitarrista que tenía, me miró y me dijo: ‘Por último, entra tocando un tres cubano, para que le metas algo de salsa’. ¡Tas huevón! Esa fue la gota que colmó el vaso”.

Carballo no volvió a tocar con “Chacalón” en un escenario, pero sí grabó con él y hasta compuso esos nuevos temas, presionado por necesidades económicas y por el buen acuerdo monetario al que llegó con Campos, quien le había dado además la oportunidad de tener su propio grupo, La Mermelada, en el que cantaba “Chacal” y que seguía la misma línea que La Nueva Crema, lo que creó más de una confusión entre los fans.

“En esa época, yo componía como loco; esas chichas eran fáciles para mí”, comentó nuestro entrevistado. “Hice cuatro más para ‘Chacalón’, y a regañadientes, él tuvo que ensayar conmigo y ser dirigido por mí mientras grababa. Es por eso que en el primer long play [de Chacalón y La Nueva Crema] hay seis canciones mías”.

Sin tener ya a Carballo en sus filas, La Nueva Crema -y, más precisamente, “Chacalón”, con el que se identificaban miles y miles de inmigrantes de las regiones andinas, y cuyos padres nacieron justamente en esas zonas- fue volviéndose cada vez más popular, hasta alcanzar niveles de devoción que, en este caso, tenían su epicentro en Lima. Nuestro entrevistado asegura que la fama obtenida por el grupo que él mismo fundó no le causó disgusto.

“Yo había hecho todo, lo podía seguir haciendo y lo hice con La Mermelada, donde tuve a los mismos músicos [que grabaron en La Nueva Crema] y al hermano de ‘Chacalón’, que tenía una voz muy parecida, pero mejor”, enfatizó. “Éramos muy requeridos en el Norte Chico, y un día, ‘tumbamos’ un ‘tono’ [fiesta] de Los Pakines, que eran conocidísimos; los mismos organizadores de ese evento terminaron en el nuestro”.

Eventualmente, un empresario desprevenido intentó unir a Chacalón y La Nueva Crema con La Mermelada en un mismo auditorio del Centro de Lima, pero según nuestro entrevistado, “Chacalón” no se presentó, ante la desesperación del promotor y los reclamos de los presentes. “Después me enteré de que se quedó en su casa; no quiso pasar una vergüenza al tener que compartir escenario con el fundador de su grupo”, nos dijo Carballo. Pese a todo lo dicho, los dos artistas se reencontraron en más de una ocasión, y hasta volvieron a grabar juntos.

“Chacalón” murió a los 44 años, el 24 de junio de 1994, debido a complicaciones de la diabetes que sufría. Más de 70 mil personas acudieron a su entierro en el cementerio El Ángel. Tuvo que pasar todavía cerca de una década para que la cumbia peruana -y en menor medida la ‘chicha’- empezara a ser bailada por las clases pudientes de la nación andina.

La revalidación

El término ‘chicha’ tuvo originalmente connotaciones negativas, por lo que los grupos que supuestamente la practicaban se negaban a emplearlo. “Se usaba para todo lo negativo, y no solo en la música; representaba algo informal, mal hecho, feo”, lamentó Carballo. “Estaba bien que te dijeran rockero o salsero; ¿pero chichero? Sin embargo, con el paso del tiempo, su significado fue cambiando. Alberto Maraví, [el fundador] de Infopesa, sacó incluso un sello que se llamaba así, Chicha”.

Carballo asegura que el uso negativo de la palabra provino de los medios de comunicación. “Tenían que echarle la culpa de todo lo malo a las clases populares, porque la gente de barrio no podía protestar”, manifestó. “Yo he ido a bailes de salsa [en Lima] donde había balaceras y pleitos, y en los conciertos de rock había puras ‘fumaredas’. También en los nuestros, claro; pero no teníamos la exclusividad, ni merecíamos tampoco que se dijera que a nuestros eventos solo iban prostitutas y ladrones”.

“La mala reputación se dio además porque no existía la internet, y la gente, por ejemplo, no sabía que yo había estudiado guitarra clásica”, agregó. “Cuando llegué a Estados Unidos, los músicos de la orquesta de salsa de un amigo peruano se quedaron admirados cuando se dieron cuenta de lo que podía hacer. ‘¿Ah, escribes música?’, me dijeron”.

El músico en su estudio casero, rodeado de discos de vinilo originales de cumbia peruana.
El músico en su estudio casero, rodeado de discos de vinilo originales de cumbia peruana. (Raul Roa/Los Angeles Times)

Carballo es plenamente consciente de que el entusiasmo actual de muchas personas no peruanas por la cumbia de su país ha llegado de la mano de un nivel de confusión que, por ejemplo, hace que muchos de ellos piensen que el término ‘chicha’ abarca todo lo que se ha hecho dentro del género en el país sudamericano, cuando, por ejemplo, Juaneco y su Combo -uno de los conjuntos más celebrados- practicaba cumbia amazónica.

Hay que precisar también que, a inicios de los ’90, empezaron a aparecer en Perú numerosos representantes de la tecnocumbia, una variante surgida en México -probablemente bajo el influjo de Selena- que privilegia los sintetizadores y los coqueteos descarados con el pop. En este caso, las radioemisoras abrieron generosamente sus puertas.

“¿Para qué tener seis cantantes adelante? Eso ya es puro espectáculo”, comentó nuestro entrevistado cuando le preguntamos por el fenómeno, encabezado en estos días por agrupaciones como Grupo 5 y los Hermanos Yaipén. “Es algo más moderno, pero tampoco tiene innovación, porque lo que hacen mayormente es imitar a grupos mexicanos como Los Ángeles Azules”.

“Cuando hablo con Olivier Conan o con la gente de Money Chicha, con quienes he trabajo muchas veces, me dicen que mi música se siente como algo híbrido, que no se sabe bien lo que es”, nos dijo el guitarrista. “Me parece que es el resultado de todo lo que escuché mientras crecía, incluyendo a grupos de la sierra [que fusionaban el rock con la música andina] como Trébol, que eran de Cusco; los Siderals, de Ayacucho; los Datsuns, de Huancayo, y los Texao, de Arequipa. En Perú tenemos tres regiones muy marcadas, cada una de ellas con su propia música; pero en los barrios donde crecí, todo se mezclaba”.

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.