El juego de la muerte: película aterradora y efectista sobre los peligros de la virtualidad

El juego de la muerte, el film de terror ruso que llega este jueves 4 de enero a salas
El juego de la muerte, el film de terror ruso que llega este jueves 4 de enero a salas - Créditos: @Gentileza BF+Paris

El juego de la muerte (YA idu igrat, Rusia/2021). Dirección: Anna Zaytseva. Guion: Evgeniya Bogomyakova, Olga Klemesheva, Anna Zaytseva. Fotografía: Egor Vetokhin. Edición: Alexander Koshelev. Música: Sergey Moiseenko. Elenco: Anna Potebnya, Timofer Eletsky, Diana Shulmina, Ekaterina Stulova, Olga Pipchenko, Anastasiya Bratsyun, Daniil Kiselev. Duración: 91 minutos. Calificación: apta mayores de 16 años. Distribución: BF+Paris. Nuestra opinión: buena

La popularidad que cosechó la excelente Eliminar amigo, película de terror sobrenatural de Leo Gabriadze estrenada en 2014, le permitió a su productor, el cineasta y guionista ruso Timur Bekmambetov, seguir explorando narrativas amparadas en ese atractivo formato denominado screenlife, es decir, el registro de los hechos cotidianos a través de la pantalla, ya sea de una computadora o de otros dispositivos.

El recurso, manejado con gran pulso en otra de las producciones de Bekmambetov, Searching, siempre corre el riesgo de tamizar el impacto emocional de las historias en pos del despliegue de esos truquitos visuales. En Eliminar amigo, éramos testigos de la agonía de una joven víctima de bullying que busca vengar a quienes contribuyeron a su deterioro psíquico. En Searching, estábamos ante la búsqueda desesperada de un padre por encontrar a su hija desaparecida. En ambos relatos, el descenso a los subumundos de la virtualidad lograba equilibrarse con las reacciones viscerales de los protagonistas, figuras que utilizan la tecnología a su favor para, justamente, llegar al plano real.

El juego de la muerte comparte muchos rasgos con Eliminar amigo y Searching, pero sobre todo con la muy lograda Desconectada, en la que una adolescente que no despega su atención de la computadora debe iniciar una investigación amateur para dar con el paradero de su madre. Más allá de los puntos de contacto con dicho thriller, en la película dirigida y coescrita por Anna Zaytseva se corren mayores riesgos, ya que toma como punto de partida una serie de episodios sucedidos en 2015, cuando se viralizó un desafío ruso llamado “Ballena azul” que cooptaba a adolescentes de todo el mundo en las redes sociales para forzarlos progresivamente a llevar a cabo una sucesión de siniestras pruebas que los terminaban conduciendo a quitarse la vida en medio del espiral de violencia.

Zaytseva toma los casos difundidos, pero los engloba en una sola historia: la de una joven que pierde a su hermana como consecuencia de ese juego viral y se propone desmantelar a los creadores del mismo. Si bien por momentos el film banaliza lo sucedido a través de secuencias efectistas que no innovan demasiado en un terreno que, de por sí, deja un estrecho margen para propuestas originales, siempre termina volviendo a su eje, al retrato de una familia en duelo.

El juego de la muerte, estreno comercial de este jueves
El juego de la muerte, estreno comercial de este jueves - Créditos: @Gentileza BF+Paris

En ese punto, El juego de la muerte aborda con mesura el trauma de la protagonista y la culpa por no haber interpretado las señales que su pequeña hermana estaba dejando, al igual que el vínculo con su madre, una mujer paralizada por el miedo a perder también a su hija mayor, quien es persuadida a completar los desafíos a través de un exceso de información, de una vorágine de mensajes en redes sociales y videollamadas que la terminan encegueciendo.

Por lo tanto, aunque el largometraje no logre aportar nada nuevo respecto al registro del consumo desmesurado de contenido en Internet, sí consigue esbozar, dentro del horror, un drama familiar que abre una conversación sobre la contracara de la virtualidad, sobre las problemáticas de salud mental y sobre la vulnerabilidad de quienes canalizan sus angustias en ámbitos desconocidos en los que no pueden, por desconocimiento o por falta de recursos, autorregularse a tiempo.