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La vez que Kirk Douglas se impuso a Walt Disney para no perder su reputación de actor macho y mujeriego

Los años 50 fue la década en la que Kirk Douglas alcanzó la cima de Hollywood, cuando de la mano de cineastas de prestigio como Michael Curtiz, Raoul Walsh, William Wyler, Howard Hawks o Billy Wilder se erigió como un icono de la edad de oro de Hollywood gracias a cintas como El gran carnaval, Camino de la horca, Río de sangre o Cautivos del mal. Por esta razón, no había nadie en la meca del cine que no quisiera contar con él en sus producciones, incluido Walt Disney.

Así, en 1954, en su intención de adaptar 20.000 leguas de viaje submarino de Julio Verne en una película para todos los públicos, Disney no dudó en llamar a la puerta de Douglas, quien aceptó protagonizar este clásico dirigido por Richard Fleischer interpretando al arponero Ned Land. Sin embargo, una vez que leyó el guion, se dio cuenta de que esta película no encajaba con la imagen que quería proyectar al público y que consideraba la clave de su éxito en Hollywood.

Kirk Douglas en la adaptación de '20.000 leguas de viaje submarino' de Disney (Foto: Walt Disney Productions/Buena Vista/Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)
Kirk Douglas en la adaptación de '20.000 leguas de viaje submarino' de Disney (Foto: Walt Disney Productions/Buena Vista/Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)

Según contó en su autobiografía “The Ragman’s Son”, por aquellos años, los de su consagramiento en la industria, estaba muy preocupado por preservar su reputación de actor macho y mujeriego. Solo quería a optar a papeles de héroe de acción que le mostraran como un tipo duro, con escenas de alto componente físico y que se erigiera como alguien que desata pasiones entre las mujeres. Por el fuerte componente aventurero y de acción de 20.000 leguas de viaje submarino, pensó que esta producción de Disney se acomodaría a estas exigencias. Pero cuando leyó el guion se encontró con todo lo contrario.

Como es lógico, Disney planteó una película para todos los públicos donde no había lugar para comportamientos rudos, secuencias de acción intensas ni personajes mujeriegos. Por esta razón, Ned Land, el personaje de Douglas, era un héroe sin apenas escenas de lucha enérgicas y sin tenía ni una sola interacción romántica con mujeres. Solamente secuencias como la batalla contra el calamar se adscribían dentro de los requisitos que el actor pedía, pero no era suficiente para el actor. Así, no le quedó otra que negociar con Walt Disney y el director Richard Fleischer para intentar introducir cambios en esta adaptación de la novela de Verne.

Convencer a un gigante como Disney de que rompa las directrices de sus películas no era tarea fácil, pero al gran magnate de la casa Mouse tampoco le interesaba perder a un actor de la talla de Kirk Douglas para su gran producción de aventuras. De esta, le convenció de que añadiera una escena adicional donde su personaje saliera con varias mujeres en pantalla y formara parte de una pelea, aunque solo por instante breve al comienzo de la película.

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En concreto, se trata de la secuencia inicial con la que arranca 20.000 leguas de viaje submarino, donde Ned Land entra en escena por las calles de San Francisco acompañado de dos bellas mujeres en sus brazos. Estas le miran con deseo mientras escucha la historia de un marinero sobre un temible monstruo que asola a los barcos en el mar, momento en el que el personaje de Douglas se muestra escéptico, tiene una actitud chulesca y da inicio a una pelea.

Es un instante breve que no rompe en exceso con el tono familiar que Disney siempre intenta mantener en sus películas, pero el suficiente para mostrar la imagen de macho intenso que Douglas quería proyectar. De hecho, comparando este inicio con el resto del metraje, es fácilmente perceptible que no casa en absoluto con el tono ligero que adquiere el personaje una vez que arranca la aventura por los fondos marinos. Y eso es porque es una escena añadida a última hora en el guion para contentar a su protagonista.

El actor también cuenta en sus memorias que tras esta experiencia se aseguró de que sus siguientes proyectos tuvieran escenas de estas características, con mujeres acompañándole y participando en secuencias rudas de acción. Fue, por ejemplo, el caso de Los vikingos en 1958, donde volvió a trabajar con el director Richard Fleischer. Es una idea que hoy en día puede resultar arcaica, pero al final hablamos de los años 50, y el crear una imagen en base a una masculinidad tan extrema no hacía más que ayudarle a construir su carisma y atraer en masa a las salas a los espectadores identificados con esta personalidad.

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