'La casa del dragón' me puso la piel de gallina con ese "dracarys" silencioso

ATENCIÓN: este artículo contiene spoilers del noveno episodio de La casa del dragón

Siguiendo la tradición de Juego de Tronos de siempre dejarnos boquiabiertos con un penúltimo episodio de infarto a lo largo de cada temporada, La casa del dragón no ha sido menos a través de una secuencia digna de una sucesora de la serie épica. El noveno capítulo, titulado El concilio verde, no solo ha puesto la guinda a la reivindicación femenina que viene amasando el relato desde sus inicios, sino que ha sentado las bases para el gran arco dramático que está por venir. Y todo gracias a un momento en particular protagonizado por un “dracarys” silencioso que nos remueve por dentro.

Eve Best como la princesa Rhaenys Targaryen en 'La casa del dragón' (cortesía de HBO Max)
Eve Best como la princesa Rhaenys Targaryen en 'La casa del dragón' (cortesía de HBO Max)

En este capítulo nos topamos de frente con las primeras consecuencias tras la muerte del rey Viserys. Como vimos al final del episodio anterior, el “rey pacífico” falleció después de reafirmar sus intenciones ante una corte dividida por el machismo imperante de Poniente que sigue queriendo que un hombre tome al mando, por más que la primogénita real y la heredera elegida por el rey sea una mujer. Los hombres de la corte quieren que Aegon, el hijo mayor de la segunda esposa del rey, la reina Alicent, sea el nuevo rey. Una sucesión que la madre apoya por instinto maternal para proteger a sus hijos. Sin embargo, y una vez más, Viserys proclamó a la princesa Rhaenyra como sucesora, derivando en un tratado de paz entre ella y la reina, reconociéndose como madres y mostrando indicios de querer recuperar la amistad del pasado con la promesa de la princesa de volver una vez que haya llevado a sus hijos de regreso a casa.

Sin embargo, no sería una historia de Juego de Tronos si las cosas no se torcieran de golpe. Con la muerte del rey, Alicent se topa de frente con el peligro y la conspiración, asegurando que su marido había cambiado de opinión en su lecho de muerte. Que quería a Aegon como heredero. Una supuesta confesión que cuesta creer pero que apoya el debate machista de Poniente y al que Alicent se enfrenta viendo cómo minimizan su opinión y deseos siendo reina. Porque el plan ya estaba decidido a espaldas del rey, dijera lo que dijera: los hombres de la corte van a celebrar la ascensión de Aegon antes de que Rhaenyra conozca la noticia, planificando su asesinato sorpresa para evitar cualquier desafio o guerra por el trono.

El estratégico Otto Hightower (Rhys Ifans) se pone manos a la obra, encarcelando a los posibles aliados de Rhaenyra y forzando al pueblo de Desembarco del Rey a ser testigos de la apresurada coronación. Y entre esos prisioneros se encuentra la princesa Rhaenys Targaryen (Eve Best), una mujer relegada a un segundo plano constante por los hombres de su entorno pero que finalmente jugó sus cartas cuando tuvo el poder de hacerlo. Primero proclamando públicamente su alianza con su sobrina Rhaenyra al beneficiar el futuro de su sangre y el de sus nietas en el Trono de Hierro. Y ahora, en el penúltimo episodio, protagonizando la secuencia que marca el punto de inflexión que cambia la serie y la historia de forma radical. Con ella ha comenzado la guerra y danza de los dragones.

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Estamos hablando de una princesa que tuvo opciones legítimas para ser la primera mujer en reinar los Siete Reinos. Se trataba de la nieta del rey Jaehaerys, sin embargo, el mundo de hombres en el poder terminaron escogiendo a Viserys, su primo de menor edad simplemente por ser hombre. Desde ese momento, como si el mundo se mofara de ella, pasó a ser conocida como ‘la reina que nunca fue’.

Su gran momento tardó en llegar… pero llegó. Porque logra escapar de las triquiñuelas de la mano del rey y huye en plena coronación. Es su momento para desaparecer y advertir a su sobrina de la usurpación del trono a sus espaldas. No obstante, en plena celebración y cuando el joven Aegon acepta su destino (tras toda una vida reacio a ser rey) y lo celebra ante un baño de masas, la princesa Rhaenys (Eve Best) irrumpe como buen antepasado de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke). Montada en su dragón Meleys, aparece fuerte, imponente y desafiante, plantándose como una enemiga letal que puede destruirlos a todos con un simple ‘dracarys’.

Ahí está, esa reina usurpada, con el poder definitivo de acabar con la farza. Solo necesita pronunciar la orden de ‘alto valyrio’ para que su bestia lance una llamarada de fuego sobre el nuevo rey y se termina la historia. La intensidad de la secuencia se convierte en una especie de reivindicación interna que queremos para ella. Porque es un momento que conecta con nosotros al tratarse de una mujer que vimos desplazada y acallada por puro machismo, que por fin tiene la sartén por el mango. Y es entonces cuando la presencia amenazante de Meleys pide a gritos un ‘dracarys’. Es más, lo sientes en tus adentros. Es hora de la venganza de Rhaenys.

Pero no. No se convierte ni en villana ni tirana de la historia, sino que les advierte y se marcha, sentenciando el inicio de la guerra que se vivirá ahora por el Trono de Hierro. Con este acto de pura espectacularidad visual y emocional, feminista y reivindicativo, la serie abre la puerta a su nuevo arco, uno que comenzará con el último episodio y que dejará el camino abierto para lo que vendrá en la segunda temporada.

Ahora sí que Desembarco del Rey está que arde, metafóricamente hablando. La danza de los dragones ha comenzado.

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