La culpa que Luis de Alba cargó sobre sus hombros durante años por la matanza de Tlatelolco

El comediante confesó que tras sobrevivir la masacre vivió mucho tiempo con el trauma hasta que la escritora Elena Poniatowska lo ayudó a aliviar su dolor

La herida que le dejó a Luis de Alba la matanza de Tlatelolco nunca ha podido sanar por completo. (Photo by Jaime Nogales/Medios y Media/Getty Images)
La herida que le dejó a Luis de Alba la matanza de Tlatelolco nunca ha podido sanar por completo. (Photo by Jaime Nogales/Medios y Media/Getty Images)

A 56 años de la matanza estudiantil de Tlatelolco, los sobrevivientes cargan aún el trauma y el dolor de lo que representó aquella barbarie en la Plaza de las Tres Culturas y sus alrededor. El actor Luis de Alba es uno de ellos.

De Alba es asociado al humor. Se le identifica como comediante por su trabajo en televisión con programas como El mundo de Luis de Alba (1978-1981) y en películas del período de las sexy comedias durante la década de los ochenta. Pero hay temas que lo transforman por completo. Sobre lo que vivió el 2 de octubre de 1968 habla poco, pero cuando lo hace se le quiebra su voz y las lágrimas se asoman en sus ojos.

"Fue algo horrible, fue algo espantoso. Me tocó ser orador en la Alameda, donde íbamos los contingentes. Luego fue seguir por la Alameda hasta llegar al Zócalo. Mi primera sacada de onda fue cuando ya vimos raro. Había camioncitos militares de redilas alrededor de los estacionamientos y en los pisos de los edificios había soldados armados", cuenta a Gustavo Adolfo Infante en el programa El minuto que cambió mi destino.

De Alba fue uno de los estudiantes que logró sobrevivir la masacre. Tenía 23 años. Estudiaba en la UNAM la carrera de Dirección de orquestas. Para ese momento fue elegido como uno de los oradores de mítines y líder de contingente para encabezar el avance hacia Tlatelolco. A pesar de haber notado hostilidad militar en las calles del centro de la ciudad, continuó la marcha junto a otros contingentes. Ya en camino hacia la Plaza de las Tres Culturas vino la ráfaga de plomo contra los estudiantes a manera de emboscada.

"Yo ya había pasado la Alameda, pero durante el discurso de un líder que iba prendiendo a la gente apareció una luz roja, como cuete, que iluminó todo. En ese instante empezaron los tiros. ¿Yo qué hice? Primero, el susto. (Los disparos) venían de todas partes. ¡Y al suelo! Nos tiramos al suelo. Ellos (los militares) tiraban", rememoró.

Aventándose al suelo, De Alba permaneció allí hasta que cesó el fuego. Cuando se incorporó pudo observar la gravedad de lo sucedido: decenas de estudiantes asesinados, entre ellos sus amigos. A algunos debió identificarlos. Perdió a un total de 10 seres queridos aquel 2 de octubre.

"Todavía los sufro. Que Dios me perdone, sus papás, porque yo los invité a nuestra lucha y desgraciadamente les tocó. Luego fue la lucha con sus papás. 'Tú llevaste a mi hijo al matadero'. Y eran mis amigos, mis amigos muertos. (Además) reconociendo cadáveres. Fue de lo más horrible", confesó.

Luego de lo acontecido vinieron la culpa y los traumas. Primero sufrió el proceso de arrepentimiento por haber contagiado a sus amigos del espíritu de lucha y resistencia en favor de la comunidad estudiantil. No se perdonaba sus asesinatos tras ver a sus padres destrozados. Le dolía ver a mamás y papás llorando la ausencia de quienes ya no iban a volver.

Durante tres años se negó a caminar ni transitar a bordo de un automóvil cerca o frente a las Plaza de las Tres Culturas o sus inmediaciones. Ese lugar le representaba una herida que no cerraba.

Las cifras oficiales dadas a conocer por el gobierno del expresidente Gustavo Díaz Ordaz indicaban que fueron 20 los jóvenes asesinados. El diario The Guardian reportó 325 fallecidos.

En 1971 la escritora Elena Poniatowska publicó el libro La noche de Tlatelolco: Testimonios de historia oral. Luis de Alba leyó ese texto y se enteró de que la autora asistía a las reuniones con estudiantes que participaron en el movimiento del ‘68, así que acudió a ella sin saber que gracias a eso encontraría un alivio a su dolor.

"Pude sacarlo no con ayuda de un psiquiatra especializado, sino con un grupo de las personas que quedábamos, entre ellas una señora que adoro con toda mi alma, Elena Poniatowska. Estaba con nosotros. Ella estudió perfectamente lo que pasó. Tiene un libro que te dice todo, ella sí sabía por dónde venía la cuestión. A las personas que vivimos eso, nos hizo pensar 'ok, ahora vamos a tener cuidado y a evitar cosas'", precisó.

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