La monogamia… ¿es lo natural?

Si se piensa en poder y sexo, aparece la ilusión del harén propio. Ese vocablo que nos remite al Imperio Otomano y proviene del vocablo árabe haram, que significa “prohibido”. No hay nada que excite más a los sentidos que lo “prohibido”. En ese período antiguo, el soberano acumulaba allí algunas decenas de circasianas, sirias, rumanas, georgianas, ucranianas. Si era de gustos cosmopolitas, añadiría italianas, andaluzas y francesas. Algunas de las odaliscas eran capturadas por los ejércitos otomanos en sus correrías por el imperio; otras eran compradas en los mercados de esclavos, o bien, recibidas como regalos efectuados por gobernadores.

¿Cuánto de esa fantasía tiene asidero en fantasías eróticas y cuánto deja vislumbrar a la monogamia como comportamiento inserto en la naturaleza del hombre?

Desde la visión de la antropología cultural, encontramos la pareja monógama como forma de asociación hombre-mujer en casi todas las culturas primitivas. De todos modos, desde el punto de vista biológico, surgen de algunas investigaciones, como las de los científicos norteamericanos de la Universidad de Washington, David Barash y Judith Lipton, que expresan que entre los mamíferos y, particularmente, entre los primates sociales no es fácil constatar la monogamia como práctica habitual. Los pájaros, en cambio, son monógamos como los humanos; practican la monogamia social, pero ambos son no monógamos desde la óptica puramente sexual.

No obstante, otro estudio sugiere que la monogamia en ciertos primates se desarrolló como una consecuencia de una estrategia de vigilancia; es decir, los machos se quedan con una hembra para garantizar que ningún otro esté con ella.

Los estudios de “Etología humana” (estudio del hombre-mujer sin tener en cuenta; raza, sexo, religión, ideología política, origen cultural, etc.), nos demuestran que la especie humana presenta ciertas características de promiscuidad en el terreno sexual desde el origen de la historia y con toda seguridad desde estadios arcaicos de la prehistoria. Un análisis de las sociedades actuales arroja malas noticias para los románticos: sólo una de cada seis sociedades apoyaba la monogamia como base social. Romanos y griegos, propulsores de la moderna práctica del matrimonio, practicaban una hipócrita monogamia en el hogar, pero recurrían a esclavos y concubinatos para saciar sus apetitos.

Pero hay que tener en cuenta una cosa: debemos admitir que el ser humano tiene una peculiaridad que logra dar sentido a la monogamia: El ser humano es un ser cultural, social y emocionalmente muy avanzado cuyo sistema reproductivo no está únicamente determinado genéticamente. Las relaciones homosexuales humanas son un ejemplo de que nuestra especie establece relaciones duraderas basándose en cuestiones emocionales y no únicamente por cuestión reproductiva.

La monogamia humana resulta, entonces, una monogamia cultural más que biológica apoyada por nuestras capacidades sociales altamente desarrolladas. El hombre y la mujer que sienten emociones, que piensan porque son inteligentes y que deciden unir sus vidas, no son polígamos. No pueden serlo si su unión se basa en la interacción amorosa y emocional. Podrían serlo desde un punto de vista de intercambio de intereses materiales o de estatus, pero nunca desde un punto de vista humano.

Parece que a nivel exclusivamente sexual el ser humano no se acoplaría bien a la monogamia, como no lo hacen la mayoría de las especies animales; sin embargo, la pareja monógama representa un núcleo social estable, tanto a nivel de la cría de la prole como a niveles emocional y económico. Nuestra capacidad cultural es producto de nuestro desarrollo cerebral y esta mayor capacidad va acompañada de otras capacidades que permiten que la monogamia sea el sistema más comprensible.