La traición de Tarantino a Sharon Tate en Once upon a time in... Hollywood
Por Miguel Cane
En su noveno largometraje, Once upon a time in... Hollywood, el polémico cineasta Quentin Tarantino – uno de los más influyentes directores en las últimas tres décadas – se sirve de la trágica anécdota de los asesinatos Manson para contar la historia de dos personajes ficticios, un actor y su doble de acción – interpretados por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt – que de manera artificial se inyectan en este acontecimiento real, al que Joan Didion, cronista de la vida en California en esa época, describe así en su libro The White Album: “Mucha gente que conozco en Los Ángeles cree que los sesenta terminaron de golpe el 9 de agosto de 1969, en el momento exacto en que la noticia de los asesinatos en Cielo Drive se propagó como incendio por toda la ciudad.”
Tarantino, famoso tanto por su innegable genialidad como por su temperamento arrogante, fue objeto de controversia desde que se anunció el proyecto, hacia 2014, y esta ha seguido al filme desde entonces hasta ahora que llega a pantallas de México, donde el director es bastante popular.
Durante una conferencia de prensa en el pasado festival de Cannes donde se presentó por primera vez la cinta terminada al público, Tarantino reavivó el tema, al responder de mala manera a una periodista que le increpó por la ausencia de personajes femeninos en el filme, y el desperdicio de Robbie en la misma, con un categórico: “Pues yo refuto tu hipótesis”, sin embargo, la periodista había puesto el dedo en la llaga. ¿Era necesario usar a Sharon Tate en la cinta? ¿Y por qué, en el producto terminado, su intervención resulta ser básicamente de ornato?
Para las nuevas generaciones, mientras que Charles Manson (especie de profeta hippie con aires de Satanás que a base de carisma se hizo de un seguimiento que perdura aún después de su muerte entre jóvenes que hacían su voluntad –incluso matar a sangre fría–) es una figura harto conocida y en casos hasta reverenciada, la actriz Sharon Tate, únicamente es reconocida como una suerte de nota al pie en la historia del otro personaje.
Que ahora, encarnada por Robbie en una versión ficticia, sea la primera exposición en cincuenta años que Tate haya tenido en los medios, es una pena, ya que, aunque la interpretación – la escasa participación, habría que decir – de Robbie es adecuada, el resultado es pobre: Sharon Tate pasa completamente desperdiciada y la imagen que la cinta muestra de ella es frívola y superficial y no responde realmente a la incógnita sobre la mujer que sirve como pretexto para las aventuras de los dos hombres creados por Tarantino: ¿Quién era Sharon Tate?
Nacida en Dallas, Texas, el 24 de enero de 1943, fue la hija de Paul Tate, un miembro de las fuerzas armadas y su esposa, Doris Gwen, que tenía 19 años.
Desde pequeña su belleza la llevó a ser muy fotografiada y para vencer una timidez manifiesta, la madre la inscribió en clases de danza. Para cuando ya era adolescente, con dos hermanas menores, Sharon ya había iniciado una incipiente carrera en el modelaje y como extra en producciones de Hollywood rodadas en Roma, ciudad donde se encontraba la familia por el trabajo del padre.
En 1961, con 18 años y el propósito de ser actriz, Sharon regresó a Estados Unidos y se estableció en Los Ángeles, donde consiguió pequeñas intervenciones en cine y televisión (incluyendo un papel recurrente como secretaria, con peluca negra y anteojos, en el sitcom The Beverly Hillbillies), mientras estudiaba interpretación.
Su primer trabajo relevante fue en el film de suspenso Eye of the Devil, filmado por la MGM en Francia e Inglaterra en 1965, con David Niven y Deborah Kerr. En la cinta, Sharon es Odile de Caray, una joven con poderes místicos que representa una amenaza para una familia que se establece en un chatêau que tiene una maldición.
La cinta, hoy considerada de culto, fue su primer paso hacia una carrera que, si bien por razones obvias no logró consolidarse, tuvo algunos momentos estelares; su siguiente película fue The Fearless Vampire Killers, en cuyo rodaje conoció a Roman Polanski, su futuro esposo. En esa cinta Tate da muestras de la vena cómica y el timing que tenía para la comedia, detalle que hoy en día varios críticos han rescatado, señalando que pudo llegar a ser una comediante del nivel de Anne Bancroft (que combinaba sus roles cómicos con dramáticos) o Carole Lombard (que tampoco pudo consolidarse: murió en un accidente aéreo en 1942).
No hay quien la haya conocido que no tenga algo afectuoso que decir de ella, desde la misma Didion, que la trató más bien poco, hasta amigas íntimas como Mia Farrow, Julie Christie o Candice Bergen; o el propio Polanski, que jamás superó la pérdida. Para los productores era una suerte de Deneuve a la americana con un futuro como movie star que nunca fue.
La injusticia de que hoy día Manson siga siendo una figura reconocida y que Sharon solo sea recordada por su muerte brutal es abominable. Disociarla de esa imagen parece casi imposible: por mucho tiempo no se habló de ella más que en términos del crimen, que ahora Tarantino utiliza como uno de los elementos de la trama de su película, incluyendo versiones de Tate y otros personajes reales como Manson y sus seguidores, e incluso el actor y experto en artes marciales Bruce Lee, que en la vida real fue amigo de Tate y le dio clases de karate en 1968 como preparación para la cinta The Wrecking Crew.
En su interpretación, Margot Robbie – que en una cinta tan mediocre como Suicide Squad fue capaz de dar profundidad y textura a un personaje como Harley Quinn, y que deslumbró como la atribulada Tonya Harding en 2017—retiene el aspecto de Tate, aunque queda claro, y es más evidente conforme avanza la trama, que en realidad es solo un pretexto, una distracción, y que Tarantino pudo perfectamente haber inventado un personaje ficticio que sirviera para esto en su filme: valerse de una figura icónica (por la razón que sea) y finalmente reducirla a una rubia tonta sin substancia alguna en este retrato imaginario, que nada tiene qué ver con su contraparte real, es un desperdicio arrogante y una falta de consideración a los versátiles talentos de Robbie y Tate.
Hay otras razones para reconocer a Sharon Tate, pese a su final. No solo como una actriz intuitiva y sensible – esto se aprecia en su interpretación como Jennifer North en Valley of the Dolls (1967), un melodrama que tiene intenciones de ser un exposé sobre el decadente mundo de Hollywood y cómo degrada a las aspirantes a estrella, pero que acaba siendo el epítome del camp cinematográfico: un deleite de humor involuntario, diseño de producción exagerado, moda extravagante (hasta estrafalaria) y diálogos eminentemente citables – con una elegancia natural que en algunos aspectos la ha mantenido como una figura clave en la resurrección del estilo fashion de los 60, en esta parte del siglo XXI, con una nueva oleada de admiradores que han descubierto su estilo gracias a revistas de moda como Vogue (para la que llegó a posar, en la época de oro de la legendaria editora Diana Vreeland).
La otra vertiente del resurgimiento en la cultura pop de Sharon es muy distinta. En 1981, su madre organizó una campaña pública para contrarrestar la creciente popularidad en los medios de la “familia” Manson, y protestar ante la posibilidad de que los implicados (en ese caso, Leslie Van Houten) pudieran obtener la libertad bajo palabra, toda vez que en 1972 sus condenas de pena de muerte fueron conmutadas a cadena perpetua al abolirse temporalmente la pena máxima en California.
Tuvo tal éxito su campaña –reunió más de trescientas mil firmas– que se creó la llamada Proposición 8, que solicitaba enmiendas a las leyes penitenciarias. Al año siguiente la legislación estatal aprobó la Ley de Derechos de las Víctimas que permitía a las víctimas de crímenes o sus familiares y supervivientes presentar declaraciones de impacto en las vistas de sentencia y juntas de libertad condicional. En 1984, Mrs. Tate fue la primera persona en hacer uso de la nueva ley, al presentarse en una audiencia de petición de la libertad condicional de uno de los asesinos de su hija, Charles “Tex” Watson, misma que fue denegada.
A las puertas de la corte, declaró que creía que los cambios en la legislación habían dado a su hija la dignidad que se le había arrebatado, y que había permitido “ayudar a transformarla de víctima de asesinato a símbolo de los derechos de las mismas”. A su muerte en 1992, la fundación siguió en funciones, encabezada por sus hijas menores, Patti (fallecida en el año 2000) y Debra, quien en 2014 lanzó Sharon Tate: Recollection, un libro de suntuosa edición que, sin ser una biografía tradicional, compila un extenso acervo de f otografías clásicas e inéditas tomadas por David Bailey, Richard Avedon, Shahrokh Hatami y otros fotógrafos de la época, así como textos, que incluyen una carta de amor escrita por Polanski (como introducción), y comentarios anecdóticos sobre Sharon escritos, tanto en la época como en la actualidad, por Jane Fonda, Mia Farrow o Steve McQueen.
“El objetivo”, declaró Debra durante la campaña de lanzamiento del libro “es proporcionar a los actuales y futuros fans el verdadero significado de lo que Sharon fue: un espíritu único y gentil que trascendió más allá de la pantalla”.
Aunque Polanski no fue consultado por Tarantino (y no fue necesario: finalmente el Polanski que aparece en la cinta brevemente, no lo representa realmente), Debra Tate ha afirmado a los medios que ella prestó a la producción joyería de fantasía que auténticamente perteneció a su hermana y ha elogiado a Robbie, aunque ni Tarantino ni la producción han hecho alusión a estas declaraciones.
Más allá de Charles Manson y sus crímenes o las actitudes del director, se demuestra que Sharon Tate no es una mártir sino una musa. Aunque merecía un retrato mejor, y es una pena que la primera imagen que generaciones de espectadores tendrán de ella, sea un desperdicio.