Linda Ronstadt recurre a las recetas para su último acto
TUCSON, Arizona — Linda Ronstadt, otrora la mujer mejor pagada del rock, es famosa por muchas cosas. Su voz siempre perfecta le granjeó 11 premios Grammy por canciones como “You’re No Good” y “Blue Bayou”. Le fue de maravilla en Broadway y puso la música de mariachis en las listas de popularidad. Tanto el presidente Barack Obama como la rana René estaban enamorados de ella.
Algo por lo que es especialmente famosa en su familia y amigos es que no cocina, aunque uno de sus abuelos inventó la parrilla eléctrica y el otro era un maestro de la carne y el mesquite.
Esa carencia en su lista de habilidades hace que sea aún más curioso que Ronstadt, de 76 años, haya escrito un libro de cocina. Pero “Feels Like Home: A Song for the Sonoran Borderlands”, publicado el 4 de octubre por la editorial Heyday de California, le sirve para explicar por qué la tierra árida que comienza en Arizona y se extiende a la costa oeste de México es su asidero en el mundo.
Es una historia que ha contado a través de la música, y que ahora quiere contar —en la medida de sus posibilidades— a través de la comida. Pero está ese problemita de que no cocina. Es que nunca aprendió realmente.
“Me gusta la comida, pero no soy buena para hacer muchas cosas a la vez”, explicó una tarde de hace poco mientras nos relajábamos en su suite en el Arizona Inn, el hotel histórico en el que pernocta cuando deja su casa en San Francisco para visitar su ciudad natal, lo cual hace cada vez menos.
En 2013, Ronstadt anunció que llevaba años lidiando con una forma de párkinson. Su carrera como cantante había terminado. Para una artista de quien Dolly Parton alguna vez dijo que era “un dolor en el trasero a veces porque es muy perfeccionista”, cantar con una voz debilitada no era una posibilidad.
Resulta que ese enfoque perfeccionista que Ronstadt aplica a la música se extiende a la comida. Ella cree que el brócoli debe hervirse precisamente por 3 minutos y la vinagreta nunca debería hacerse con vinagre balsámico. Ella puede ahondar sobre las ventajas de la agricultura sin labranza y el significado cultural de la exitosa serie culinaria “El oso”.
“Ahora los chefs van a tener más sexo”, dijo. “Ya son como los guitarristas de una banda de rock”.
En su cumpleaños, Ronstadt siempre va al Hayes Street Grill en San Francisco por un sundae de chocolate derretido con crema batida, sin nueces. Le gusta organizar el almuerzo de los domingos en su casa de estilo colonial holandés, cerca de Presidio. Pone la mesa con platería antigua que ha ido coleccionando desde sus tiempos de giras. La comida la prepara Jon Campbell, antiguo cocinero de Chez Panisse, quien dice que ella es una crítica dura pero justa. “No creo que le guste el bullicio en su comida”, comentó.
No es que nunca haya cocinado. Antes tenía una parrilla eléctrica que le decía exactamente a qué temperatura hacer los pancakes y el pollo frito. Le gustaba hornear tartas de frutas, incluso practicaba toda la semana si iba a recibir invitados a cenar.
Sentarse a comer juntos a la mesa siempre ha sido importante. Ronstadt se aseguraba de que sus dos hijos, a quienes adoptó de recién nacidos después de cumplir 40 años, empezaran el día desayunando en una mesa puesta con todo y servilletas de tela, aunque alguien más preparara la comida.
Su hija, Mary Clementine, quien se mudó con su mamá cuando la enfermedad avanzó más, contó que ella y su hermano se rieron a carcajadas cuando Ronstadt les confesó que estaba trabajando en un libro de cocina.
“Va a tener cuatro páginas: CACA-HUATE y MERME-LADA”, dijo.
Los sándwiches de crema de cacahuate con mermelada o miel eran tan habituales cuando estaba de gira que Neil Young, para quien fue telonera en los setenta, todavía se burla de ella y le envía mensajes que solo dicen “crema de cacahuete”.
Y por supuesto que Ronstadt es muy específica sobre cómo se deben preparar: primero, unta mantequilla en un pan suave de harina integral y usa solo crema de cacahuate crujiente de Laura Scudder.
Su gastronomía favorita es algo que ella llama “comida saludable jipi”, pero últimamente no ha dejado de pensar en la comida mexicana de Sonora que comía de niña. En el libro se encuentran algunos de sus platillos favoritos, como caldo de queso, transparente con cubitos brillantes de queso, y enchiladas sonorenses con tortillas de maíz gruesas y fritas.
El libro contiene recetas de antiguos alimentos del desierto, como los frijoles teparianos de cocción lenta, y algunos platillos exclusivos de Tucson, como el queso crujiente, el bocadillo nocturno que solía pedir en El Minuto, un restaurante situado frente al edificio donde su hermano trabajó como jefe de policía.
La cantante procede de una familia a la que le encantaba comer, por lo que el libro incluye algunas de las preparaciones favoritas de la familia Ronstadt, como las albóndigas, picantes y escalfadas en agua, y un invento interesante y moderno llamado atunapeños, que básicamente son chiles jalapeños cortados por la mitad y rellenos de ensalada de atún.
El libro dedica cuatro páginas a las tortillas de agua: un alimento básico de Sonora que se hace con harina de trigo, agua, sal y un toque de manteca de cerdo o vegetal y se convierte en una tortilla escamosa y casi translúcida más grande que un volante.
“Para mí representan mi hogar”, comentó.
En total hay solo 20 recetas. El resto del libro son historias entretejidas sobre su familia y la historia, política y música de la tierra fronteriza y bicultural que ama.
“Considéralo como un viaje en carretera con Linda Ronstadt por la parte del mundo de donde ella es y que más ama”, explicó Lawrence Downes, el periodista que coescribió el libro con ella y que, según Ronstadt, hizo el trabajo pesado.
Aunque es una lectora voraz y pensadora analítica, “Nunca he hecho una investigación profesional en mi vida”, comentó. Ronstadt y Downes se conocieron cuando él investigaba sobre música tradicional mexicana. Volvieron a hablar cuando él le pidió su opinión sobre la inmigración, un tema que a ella le apasiona. En 2013, hicieron un viaje en carretera de Tucson a Banámichi, el pueblo sonorense donde su abuelo paterno vivía de niño antes de inmigrar a Tucson y establecer el negocio familiar de la ferretería. Este viaje se convirtió en un artículo de The New York Times, donde Downes trabajaba como editor y redactor.
El libro de cocina fue idea de su amiga CC Goldwater, cuyo abuelo Barry Goldwater, senador republicano por Arizona y candidato a la presidencia, tenía una famosa receta de chile con carne. CC Goldwater imaginó el libro como una recaudación de fondos para la investigación del párkinson basada en las recetas de tres familias de Arizona: los Ronstadt, los Goldwater y Bill y Athena Steen, viejos amigos que se han hecho famosos enseñando a la gente a construir casas de adobe y fardos de paja en su complejo rural cerca de Canelo, la sombra de un pueblo a unos 16 kilómetros de la frontera mexicana.
Los proyectos de libros de cocina en grupo suelen ser inabarcables. Al final, la vida de Ronstadt se convirtió en el centro de atención y Steen colaboró con las fotografías.
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