Locomía y la soberbia que se cargó su futuro quedan en evidencia en la serie documental de Movistar+

A inicios de los 90 era imposible no reconocer o saber de la existencia de Locomía. Por aquel entonces yo era tan solo una niña, pero tengo grabado a fuego sus actuaciones coloridas en diferentes programas de televisión. En mi caso, en Argentina, donde el fenómeno fan por esta banda formada por cuatro hombres bailando con abanicos, hombreras gigantes y zapatos de punta fue bestial. Sonaban en la radio, ilustraban revistas y no dejaban de pasar por la pantalla de casa. Cantaban fatal pero era imposible no quedarse prendado a la estética visual y canciones pegadizas, desde Loco Vox a Rumba Samba Mambo y, por supuesto, Loco Mía.

Sin embargo, la gracia les duró poco. Menos de tres años para ser exactos. Se plantaron con libertad en una España que respiraba aires de cambio, sin hablar de sexualidad pero siendo referentes evidentes para la comunidad LGBT. Lo tenían todo para llegar muy lejos pero el éxito y el fracaso terminó yendo de la mano. Y por culpa de la absurda soberbia.

Imagen de Locomía (cortesía de Movistar+)
Imagen de Locomía (cortesía de Movistar+)

Movistar+ ya tiene disponible una serie documental que ahonda en el fenómeno y su final a través del testimonio de todos sus protagonistas. A lo largo de tres episodios tan bien desarrollados que se devoran con ahínco maratoniano, Locomía circula por cada recoveco de la historia, haciéndonos testigos de los sueños de todos ellos pero también de la inmadurez, la soberbia y las traiciones que terminaron hundiéndolo todo.

Dirigida por Jorge Laplace, Locomia se erige como una digna sucesora de otras apuestas previas del servicio, como las series documentales Raphaelismo y Lola, repasando cronológicamente, al detalle y sin tapujos, una historia que carece del glamur de otras producciones de estrellas musicales -como Halftime de Jennifer Lopez recientemente estrenada en Netflix- pero, a cambio, aporta la honestidad (que no humildad en este caso) que derrocha el fracaso humano.

Locomía nunca fue un concepto puramente musical en sus inicios, sino un grupo creado por Xavier Font que representaba la movida ibicenca como epicentro de libertad para la comunidad homosexual, a través de esos chicos vestidos con zapatos de arlequín y hombreras. El diseño fue llamando la atención hasta llegar a oídos del productor musical José Luis Gil, quien aportó el otro sello inconfundible del grupo. Y es que si Xavier Font creó una estética que no dejaba indiferente, Gil se encargó de darles el sonido pegadizo de la era, adentrándolos en el terreno musical que los haría saltar al estrellato. Sin el uno ni el otro no habría existido el Locomía que dio la vuelta al mundo hispano. Les guste o no. Y digo esto porque estos dos hombres y su ego se terminaron convirtiendo en los personajes centrales detrás del fin repentino de la banda.

Imagen de Carlos Armas, Locomía (cortesía de Movistar+)
Imagen de Carlos Armas, Locomía (cortesía de Movistar+)

La serie documental lo expone colocándolos a ambos bajo la lupa de la entrevista más sincera, separados y sin verse las caras, pero lanzando suficientes azotes que nos hablan de un choque de ideas que terminó cargándose a Locomía en lugar de buscar soluciones pensando en los fans, el resto de integrantes y el futuro que tenían por delante. Porque ahí está la revelación que a mí, personalmente, me dejó a cuadros: y es que José Luis Gil había cerrado un acuerdo con Sony en EE.UU. Es decir, el futuro de Locomía tenía sus miras en el terreno americano, aquel que ya estaban pisando Ricky Martin, Los del Río y Julio Iglesias. Ya habían conquistado España y Latinoamérica, el siguiente capítulo era el salto definitivo. Pero se lo cargaron ellos solitos.

Xavier Font ya no estaba en la banda, habiéndola abandonado previamente cuando se planteó un dilema a raíz de su relación tóxica con otro integrante, Carlos Armas, pero sí se mantenía como parte de la formación fuera de los escenarios. Era el creador pero José Luis Gil dirigía el cotarro en su función de manager, creando una lucha de titanes. “Todo se disipó, se destruyó con la acción de un bobo llamado Xavier Font que en un momento dado no usa la cabezasentencia José Luis Gil en el documental. Y es que Font asegura haber descubierto, por parte del futuro manager de la banda, Luis Balaguer, que Gil habría cobrado unos $250.000 por el acuerdo con Sony y no les había dicho o pagado nada. Font se lo contó a sus compañeros de banda, contagiando tantas dudas que decidieron terminar la relación con José Luis Gil. Sin embargo, el ex manager explica que fue “todo un puro montaje” porque el dinero era un adelanto para promocionar al grupo y, en su rol, no tenía ninguna obligación de contarles nada. Pero al hombre “le dolió la traición” después de haberlos llevado hasta el éxito y así, entre uno y otro, se cargaron a Locomía.

Imagen de Xavier Font en la serie documental 'Locomía' (cortesía de Movistar+)
Imagen de Xavier Font en la serie documental 'Locomía' (cortesía de Movistar+)

Yo sí que fui un poco puta con eso” admite Xavier Font.Utilicé mi fórmula para joder un poco a José Luis. Yo estaba jodido y tenía que joder” añade.

Sin embargo, y sinceramente, cuando estás viendo la serie documental, recuerdas el furor que generó la banda y te hacen testigo del futuro que tenían por delante, no das crédito a tanta soberbia. Lo tenían todo para triunfar y en pleno momento de salto al terreno estadounidense donde, quizás, podrían haber dejado una huella mayor, ni siquiera buscan soluciones, sino que Font lleva la banda con otro manager sin plantearse que quien tiene la cesión de marca es José Luis Gil mientras el productor se encarga supuestamente de dinamitarles el terreno enviando comunicaciones a productores y salas de Latinoamérica y EE.UU. sobre la situación. “Nadie mide las consecuencias de los actos que están haciendo por ignorancia pero también por maldad” sentencia Gil. Es más, el productor musical saca otra versión de Locomía con un tercer disco y bloquea a la banda original legalmente para que no puedan continuar, pero ni un bando ni el otro tuvo éxito. Hasta Xavier Font admite haberse encargado de contactar a los clubs de fans de Latinoamérica para que rechazaran a la nueva banda. “Pobrecitos, se los hice pasar fatal” asegura.

Las puertas entonces se cerraron. Mientras ellos se bloqueaban mutuamente, las oportunidades que habían conseguido en EE.UU. desaparecieron y se fueron volviendo a España a trabajar de camareros, bailarines y hasta en el AVE. El golpe a tierra fue brutal, llevando a algunos de ellos a quemar las penas en la noche y las fiestas y pasar muchos años de “sufrimiento”. “El viaje de sentirse un Dios a sentir que ya no lo eres es muy duro porque había que seguir viviendo y para vivir hay que comer” dice Carlos Armas.

Con el tiempo, algunos se arrepintieron de haber seguido el consejo de Xavier Font y poner fin a la relación con el manager original. “Lo que hicimos no estuvo bien hecho, el peor fallo en mi vida [fue] hacer eso con Jose Luis Gil, una persona que había hecho por mi mucho y todo lo que había hecho había sido bueno” dice Manuel Arjona. “Entiendo que me cargué el grupo y a lo mejor fui muy egoísta” añade Xavier Font.

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Todos ellos se creyeron poseedores de la verdad” sentencia Gil para luego calificar a Font de “patético” por seguir pensando en recuperar a Locomía décadas más tarde. Es más, habla de demanda si se atreve a hacer un reencuentro mientras Xavier Font sigue en sus trece diciendo que lo “subestimó”, que “él no pensaba que un niño de 25 años en el 92 en Miami le jodiera”.

Pero si algo nos deja claro la serie documental -más allá de revivir con nostalgia cañera aquella época- es que ellos mismos lo jodieron todo. Que aquí la culpa no la tendría un cambio de aires comercial, un escándalo o que pasaran de moda, sino dos egos que sin mediar lo suficiente o buscar soluciones, dejaron el éxito grupal a un lado para dinamitarse el camino. Font cree que él y su estética diseñada para el grupo es lo que caracteriza a Locomía. Gil dice que fue la música que él impulsó. Pero creo que fueron los dos factores. El uno no podía haber funcionado sin el otro porque, en el recuerdo de aquellos que vivimos su época de éxito, tenemos grabados los abanicos y zapatos de punta mientras se nos viene la frase “Locovox” a la cabeza.

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