Lola Índigo: el maltrato de un reality, la experiencia en China que la marcó y su emoción al conocer a Florencia Bertotti
¿Qué estás dispuesto a hacer para que tu sueño se haga realidad? ¿Dejarías algo atrás? ¿Te animarías a perseguirlo? O incluso, un paso más atrás: ¿sabés cuál es? Hay personas que pasan toda la vida sin encontrar su pasión, pero otras... otras simplemente no podrían concebirse ni siquiera a sí mismas sin ese norte marcándoles el pulso. Ese es el caso de Lola Índigo, la bailarina y cantante española de 30 años que se presentará el martes 21 de marzo en el Quality Espacio de Córdoba, el 22 en el Teatro Broadway de Rosario y el sábado 25 en el teatro Vorterix de Buenos Aires. “Fui a la Argentina la primera vez con el objetivo de hacer una gira ahí y lo conseguimos, así que es un orgullo”, dice a LA NACION y afirma que conserva las mismas ganas de venir al país que cuando debutó en esta tierra al presentarse en Lollapalooza 2022.
-Esta gira se da en la previa al lanzamiento de tu próximo disco: El dragón. ¿Por qué decidiste llamarlo de esta manera? ¿Qué cuenta este álbum de vos?
-Creo que es una evolución de mi persona, como alguien que ha crecido. El dragón es una cosa enorme y yo cada vez estoy más grande (risas). He aprendido mucho y me siento fuerte. Por eso me parecía una manera muy bonita de englobar el concepto del disco.
De este lado del Atlántico, quizás muchos la conozcan por sus canciones y su vínculo con artistas argentinos como Lali, Tini o María Becerra, pero sacando la fuerza de los flashes y el sonido de la música, la historia de esta joven que se crio en Huétor Tajar —un pueblo de Granada que tiene tan solo 10 mil habitantes— es la de una mujer que hace diez años se animó a saltar al vacío, consciente de que para ser feliz debía vivir entre canciones.
A los 20 años, Miriam Doblas Muñoz (su nombre de pila) decide que la crisis económica de España no afectará su progreso. Como tampoco lo afectó su paso por el reality de baile Fama Revolution, donde sufrió el maltrato y la crueldad que en ocasiones es moneda corriente en este tipo de ciclos. Sueña con poder vivir de la danza, entonces hace sus valijas y se va bien lejos, nada menos que a China. Allí vivirá dos años con conocimientos elementales del idioma, solo los necesarios para sobrevivir: “adelante”, “atrás” y los números del 1 al 8. El lenguaje de cualquier coreografía.
-¿Qué sentís que esos años marcaron en vos?
-Era muy pequeña y siento que la inconsciencia te hace hacer muchas cosas que ahora quizás no haría tan así. Fui muy rebelde y atrevida porque hubo cosas que, de verdad, incluso pusieron en peligro mi vida. Pero, no sé... sentía que, cuando no tienes nada, no tienes nada que perder, y yo no tenía nada. La gente (en España) no tenía dinero para ir a clases de baile y yo me dedicaba a ser profesora de baile, entonces, me fui a donde había trabajo de lo mío. En ese momento había una queja en el país: “No hay trabajo de lo mío”. “Bueno, no hay en España, pero puedes intentarlo afuera”. Yo era muy jovencita, pero intentaba ganarme la vida con eso y no quería renunciar a mi sueño. La comodidad no es para los valientes.
-¿Cuándo sentiste que estabas corriendo peligro?
-En ese momento una bailarina sufrió una intoxicación alimenticia y la dejaron estar porque pensaron que no era un problema grave. Nadie la ayudó y falleció. Muchas veces también había situaciones con la policía que no tenían sentido porque, incluso cuando tenías los papeles en regla, solías tener problemas. No es un lugar fácil ni ibas con un manager real, sino que ibas a pelear cada día para que te pagaran o por una vivienda digna. A veces, cuando llegábamos a un sitio teníamos que limpiarlo de arriba a abajo: una desinfección y una limpieza total del lugar. De todo. No se puede explicar. Era una aventura tras otra. Sobrevivir. Y un montón de cosas que no puedo ni contar, aunque antes de que me muera seguro las contaré.
Uno de los momentos más crudos de aquella experiencia fue cuando, en Pekín, la echaron de un trabajo como bailarina con la frase más dura: “Si quieres trabajar en China tienes que estar delgada como un palillo”. Los golpes de los cánones de belleza: una herida que se potenciaría en su estadía en Los Ángeles, adonde fue para invertir el dinero ahorrado para perfeccionarse en las prestigiosas escuelas de baile de California. Pero esta joven pudo sobreponerse a esto y se vistió de resiliencia, al punto de que donó el sueldo entero de su trabajo en el doblaje de la película Space Jam: una nueva era para contribuir con la Unidad Multidisciplinaria de los Trastornos de la Conducta Alimentaria y con la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y la Bulimia de Granada.
Otro de los puntos de quiebre en su carrera fue su paso —fugaz— por Operación Triunfo 2017, competencia de la que fue eliminada en primer lugar, pero que marcó con más fuerza algo que ya venía dándose en las discotecas en las que trabajaba: la combinación de su voz con su talento al bailar. Entonces, se animó a lanzarse como cantante con el single “Ya no quiero na” (2018) y ahí fue cuando empezó el ascenso. Un año más tarde, en 2019, se consagró como “artista del año de España” en los MTV Europe Music Award.
-¿De qué te agarraste para transformar esa derrota y salir para adelante con más fuerza?
-Supongo que va mucho en la personalidad de uno cuando cree en sí mismo. Eso es algo que no se aprende. Uno le puede decir a alguien “confía en tí”, “creé en tí”, “se fuerte”, pero eso va de nacimiento y de espíritu, no se puede hacer. Yo salí de Operación Triunfo con cero personas creyendo en mí, en mi arte y en mi proyecto. Cero. Pero yo creía y, entonces, me dediqué a trabajar.
Así lo lleva tatuado en su piel: “Creer es crear”, y ese fue el mensaje que les transmitió a los participantes del ciclo siguiente, un año después de dejar el reality: que sean fieles a sí mismos más allá de lo que les digan en esos programas y que trabajen. “Cuando me fui [de Operación Triunfo], me busqué la vida como lo llevaba haciendo desde siempre, cogiendo el micro y subiendo [al escenario]. Me da igual cuánto me paguen o cómo sea el sitio. Que no se os caigan los anillos jamás, porque, ¿qué es el éxito, ser conocido o ganarte la vida haciendo lo que te gusta?”.
En su nueva búsqueda apareció Instagram, que resultó una aliada no solo para que Lola difundiera su arte sino también para que encontrara a otras personas afines. De hecho, fue esa misma plataforma la que la hizo viajar a la Argentina: le escribió a María Becerra y así nació el vínculo que la llevó en 2020 a participar del remix de “High”, junto a la quilmeña y Tini y, al año siguiente, a hacer “La niña de la escuela” con Belinda y la exprotagonista de Violetta.
Hoy, La Niña -como tituló su segundo álbum- llena su pasaporte con nuevos sellos, un equipo detrás, un público que la espera y menos riesgos. En el último año pasó, por Ezeiza en varias ocasiones y la conexión con la Argentina resultó tal que esta amante del dulce de leche llegó a decir que siente que en otra vida nació en suelo albiceleste.
-¿Por qué sentís que tenés ese vínculo con nuestro país?
-Es que no lo sé, pero es verdad que siempre estoy rodeada de argentinos y que no podría explicar cuántos amiguísimos argentinos he tenido a lo largo de toda mi vida, incluido mi profesor de canto. Además, cuando era pequeña me encantaban todas las series argentinas: Rebelde Way, Floricienta, Casi Ángeles. Conecté mucho con todo eso, con el carácter de los argentinos y con la cultura, y siempre tuve muchas ganas de ir para allá. De hecho, conocí mucha gente, pero nunca he tenido tanta impresión al conocer a alguien como cuando conocí a Florencia Bertotti. Despertó en mí algo de mi infancia que me hizo emocionar muchísimo, de una época en que yo soñaba mucho con ir [a la Argentina] y fue como un shock decir: “Wow, ahora estoy aquí”.
-Del universo de Cris Morena ya conocías a Lali...
-Yo amaría hacer una serie de Cris Morena, sería mi top. Todo lo que ha hecho ha tenido un sentido muy guay en mi vida. Y Lali... la veía de pequeñita, pero con ella fue diferente porque la veía muy chiquitita y la conocí ya de adulta, entonces no me dio tanto shock. Es que a Florencia Bertotti la vi y era la misma persona: ¡era Floricienta!
-Has dicho que, para protegerte de la hostilidad de la industria, creaste una muñeca llamada Lola Índigo. ¿Cómo es ese escudo?
-Es un escudo del metal más fuerte. Es impenetrable porque, cuando me subo al escenario, nada me afecta. Hubo un día que fue horrible porque tenía un concierto en una ciudad de España y tuve un problema de trabajo muy duro, justo antes de subir al escenario, en el que me sentí muy manipulada. Me dio un ataque de pánico y me puse a llorar. Entonces, todas mis bailarinas me hicieron un corral alrededor, no sabían qué hacer conmigo, y les dije: “Yo no quiero ser una marioneta. No tengo fuerzas para salir. Creo que no puedo”. Subí las escaleras secándome las lágrimas y ahí me di cuenta de cuánto tengo que proteger mi integridad mental y mi tranquilidad para estar preparada cada día para subir al escenario, pase lo que pase. Es un escudo y la gente [que te sigue] forma parte de ese escudo porque lleva días, con toda la emoción del mundo, esperando ese momento. Tienes que darlo todo.
-¿Cómo te gustaría que sea tu futuro?
-No sé, lo voy haciendo sobre la marcha. Los sueños se van apareciendo por el camino y los voy pillando.