Luis Humberto Crosthwaite y El Gran Preténder
Leí El Gran Preténder a mediados de los convulsos años noventa, cuando en el cine se proyectaba la cinta Cry-Baby, de John Waters, con Juanito Profundo (Johnny Depp), como El Lágrima, protagonista de esa historia, parodia de musicales adolescentes tipo Grease, a la par que Taylor Hackford estrenaba su Sangre por Sangre, que aunque se asemejaba a la realidad que yo vivía en aquél momento en el Estado de Guerrero, México, no dejaba de ser también una caricatura del cholismo que se vivía en tierras aztecas, porque aquello de que: “cuando un perro está boca arriba, se acabó todo”, era tan sólo un eufemismo; de donde yo provengo, a la muerte le gusta hacerse la muda.
Entre rayuelas, páramos y parodias, me encontré por fin, con una narrativa que podría haber salido de la garganta de mis hermanos, una prosa que corta como los vidrios de las botellas rotas en las bardas de los vecinos, cuando querías saltarte a robar, ese espanglish que de remedo no tenía nada, más que el espejeo de la cultura, engulléndose a sí misma; ya sabes, los objetos en el espejo retrovisor están más cerca de lo que aparentan, así como los cholos en El Gran Preténder son más reales de lo que parecen.
Jamás pensé que una novela pudiera brincarse los cánones, para hablar como el prójimo de a pie, como tu compa de pantalones guangos y la mente cuarteada, y sin embargo, lo hacía. Le hacía justicia a una contracultura que defendía el barrio, amparaba su territorio. Se había abierto una brecha, Luis Humberto Crosthwaite le hizo un boquete con tirabuzón o más bien, con Media Nelson, a la literatura hispanoamericana, para introducir en ella la imagen del Cholo, sin ambigüedades, y nosotros, acostumbrados al remedo o la mala imitación, estuvimos ahí para evidenciarlo, porque hasta ese fuckin´ momento, si se moría un cholo, nadie la hacía de tos.
Celebro los veinte años de la primera publicación de El Gran Preténder, con este diálogo frente al maestro Luis Humberto Crosthwaite, acerca de la exegesis creativa de la novela.
¡Cámara, Dragón!
¿Es El Gran Preténder un retrato fidedigno del “cholismo” de la frontera?
Nunca intenté hacer un retrato fidedigno sino uno literario, nostálgico. Tomé parte de mi memoria e inventé lo demás. El truco es dar apariencia de realidad. Y no es un truco sencillo. Si no se realiza bien, el lector descubre la falsedad de la historia. El escritor se tiene que convertir en sus personajes para volverlos reales.
¿Es un severo enfrentamiento a la aculturación, o más bien, una apropiación cultural?
Es un retrato. Si sólo un cholo podría escribir sobre cholos, entonces yo no podría haberlo escrito. Nunca fui cholo, al menos no como los que aparecen en el libro. Ellos pertenecían a otra época. Yo escribí desde el recuerdo que tenía de ellos. Sin embargo, si vemos al cholo como un fenómeno fronterizo, propio de la confluencia entre la cultura americana y la mexicana, entonces nuestras raíces son las mismas. Desde ese punto de vista, escribí sobre ellos con conocimiento de causa, desde esa parte interior, íntima, que compartimos.
¿Cómo definirías al “cholismo”, entendido como un movimiento social fronterizo?
Pregunta para sociólogos. Recuerdo que cuando yo iba en la secundaria, en los setentas, había morros que portaban el uniforme escolar pero se peinaban distinto, actuaban distinto. También yo tenía primos y primas mayores que se identificaban como cholos. Aunque ser cholo era malo para cierta gente que los identificaba con vagancia y violencia, yo siempre los vi como defensores de lo que consideraban suyo, el barrio y la gente que lo formaba. Había que defenderlo de bandas rivales, de otras colonias, o de la policía que con frecuencia usaba a los cholos como chivos expiatorios. Ahora la palabra “cholo” se usa como sinónimo de malandro. Para mí eran grupos de jóvenes que se oponían a lo convencional, que buscaban su propia forma de ser y de actuar, que tenían sus propios códigos de honor. Los admiro por su originalidad. Me refiero, por supuesto, a los cholos que yo retrato en el libro.
¿En dónde encuentra sus referentes El Saico, un cholo muy respetado y valeroso, protagonista de El Gran Preténder?
El Saico como personaje anda en buscas de respuestas, quiere saber cómo era su padre. Se guía por las reglas éticas de un papá que él ha construido en su imaginación. Tenemos eso en común. A falta de padre y hermanos, en mi vida inventé personajes que pudieran llenar esa ausencia. El Saico era mi hermano imaginario. Un hermano con quien caminaba las mismas calles de Tijuana y con quien compartía formas similares de pensar y ver el mundo.
¿Cuál es el verdadero significado del título, reposa quizá, en sus conflictos internos y un mal matrimonio y que pese a todo, finge siempre estar bien?
¿De dónde sacaste eso de un mal matrimonio? El Saico es feliz con la China. Discuten, se reclaman, tienen pleitos como cualquier pareja; pero es imposible imaginarlos separados. Los gritos se han vuelto parte de su cotidianidad. Es verdad que él ya no baila con ella como antes, pero no es por desamor sino porque su amor se ha transformado, se ha vuelto costumbre. Y como dice el profeta: a veces “la costumbre es más fuerte que el amor”
En cuanto al título del libro, “preténder” es una palabra que no existe en español, es la suma del inglés “to pretend” con el verbo en español, “pretender”. La palabra en inglés se refiere a quien finge ser alguien que no es. El que esconde su tristeza, el que no puede mostrar su cara verdadera para no ser considerado débil. A la vez es un homenaje a la canción “The Great Pretender”, que interpretaban los Platters.
Pretende, en español, tiene un significado totalmente distinto, se refiere a quien busca obtener algo.
El Saico, tal como lo concebí, se adecua a ambos significados. Es el que finge para obtener algo. La palabra “preténder”, así, con acento, es una invención mía. Esto no solo es porque quiero que se pronuncie como su equivalente en inglés, sino porque conlleva ambos sentidos.
¿Cómo un cholo puede ser fanático de un grupo como The Platters?
Quizás no tengamos la misma idea de cholo, por eso tu pregunta. Los batos a los que me refiero amaban las canciones oldies but goodies. No escuchaban la música de su época sino lo que escuchaban sus papás. Canciones de Buddy Holly, Del Shannon, The Kingsmen, The Everly Brothers… Eran un homenaje viviente al movimiento pachuco que los antecedió. Eran los sucesores. Dentro de ese mundo, los Platters eran tan reales como Elvis Presley y muchos otros.
¿Sobrevivir es la única salvación en la frontera?
Sólo si la quieres interpretar desde un punto de vista específico. Eso me hace recordar la última vez que visité España. Me llamó la atención que tanto en Madrid como en Barcelona y Sevilla había restaurantes que se llamaban “Tijuana”. Visité uno de ellos y me sorprendió que estuviera decorado al estilo Tex-Mex, donde combinaban parafernalia western con fotos de la Revolución Mexicana. En la fantasía española, Tijuana representaba tanto a Clint Eastwood como a Pancho Villa. La frontera es un poliedro con distintas caras, cada quien la observa a su manera, y todas las interpretaciones son válidas.
Háblame de la estructura novelística de El Gran Preténder, la cual es muy singular, en la que a veces sólo se nos da una descripción de algún personaje, otras un suceso actual, muchas veces uno pasado, sin olvidar aquellos fragmentos donde nos detallas parte del contexto, en el que los personajes se desarrollan.
El Gran Preténder es un relato fragmentario, formado por múltiples escenas, postales, grafiti, crónica, una variedad de recursos. Es el primero de mis libros, más no el último, que escribo de esa forma. Tiene que ver con mi forma de pensar, la manera en que articulo ideas como si tuviera un channel surfing mental. Muestro una escena, la redondeo, luego cambio de canal. Permanezco en la historia pero muevo el punto de vista y la voz narrativa.
En toda la novela, se teje un juego de palabras, que se refuerza con el uso continuo del spanglish, fenómeno idiomático típico de la frontera de Estados Unidos y México. Producto de un proceso de hibridación, que recibe aportes culturales provenientes de ambos países. ¿Cómo fue estructurar esa prosa, bajo este lenguaje utilizado por los cholos?
Es algo que me surge de manera natural. Cuando era niño, mi madre se iba a trabajar y yo quedaba al cuidado de la televisión (o tal vez viceversa). Antes del cable, Tijuana sólo tenía un canal en español pero recibíamos todos los canales de San Diego, California. Crecí viendo películas y series de televisión americanas. Para los tijuanenses de esa época, al menos para los niños, no había diferencia entre el español y el inglés. Hoy no sucede tanto, pero entonces mezclábamos palabras de los dos idiomas. No solo era un fenómeno lingüístico, también cultural. Deambulábamos entre lo mexicano y lo americano. Eso le dio forma a mi manera de ser y pensar, y obviamente se manifiesta en lo que escribo.
Sin embargo, se deja de lado el estereotipo del cholo delictivo, donde de manera ágil, nos vas envolviendo en la psique del colectivo fronterizo, retratándolo de una manera para que el lector pueda percibir toda esa “realidad”.
Como yo los retraté, los cholos están más interesados en sobrevivir el día a día. Algunos son honestos, otros no tanto. Son un reflejo de la vida. Un barrio que representa a la sociedad entera. No me interesaba el estereotipo sino que buscaba resaltar su humanidad.
¿En toda novela, el mapa es el territorio?
Siempre sugiero a los jóvenes escritores que escriban sobre lo que conocen. O sea, el territorio propio. No importa si ubican su historia en otro planeta, debe ser su propio terreno lo que recorren. Se trata de trasplantar al barrio, siempre llevarlo con ellos. Usarlo como el filtro a través del cual se observa todo lo demás.
¿Está latente en la novela el intento del autor por narrar esa vida de quienes siempre han sido vistos como Lo Otro, la alteridad?
No fue escrita con esa intención; sin embargo, el hecho de que, a través de la historia del Saico, se haya mostrado a ese “otro” es una sorpresa y una satisfacción para mí como escritor. Es decir, que mi ficción sirva para espejear la realidad es un valor agregado.
¿La literatura se torna de este modo en un gesto de reivindicación, un acercamiento, lo que hace posible que se haga visible lo invisible, que la otredad narre, exista?
La otredad existe. La literatura es una de las bellas artes y también un entretenimiento. Y es justamente en el momento en que la realidad se plasma en las letras, cuando la literatura se vuelve un medio para denunciar, reivindicar, mostrar, celebrar lo que se está retratando. La otredad no se hace visible a través de la literatura porque existe desde antes de la literatura. Ésta lo único que hace es mostrarla.
¿Escribirías una segunda parte de El Gran Preténder?
No. El Gran Prétender es tan perfecto e imperfecto que no necesita secuelas ni precuelas. Aún así, escribí hace unos años una novelita que ubiqué en el mismo espacio que El Gran Prétender, se llama Aparte de mí este cáliz. Tal vez la hermandad no sea tan obvia, pero está ahí en espíritu.
¿La novela perfecta rechazaría al lector o la historia es una novela escrita por el pueblo?
La Historia es la gran novela de la humanidad. La novela perfecta aún no se ha escrito.
¿Toda novela es del autor y es el autor?
La novela es su autor, pero la obra terminada pertenece a sus lectores, quienes le dan su propia interpretación, le aportan sus propios valores y experiencias de vida. La propiedad intelectual es del autor, pero la obra en sí, su significado, es de todos sus lectores.
Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.