Para mí, para vos bucea en los vínculos familiares mixturando la comedia con el dolor chejoviano
Para mí, para vos. Autor: Christopher Durang. Adaptación: Ricardo F. Hornos. Dirección: Héctor Díaz. Intérpretes: Soledad Villamil, Boy Olmi, Laura Oliva, Paula Ransenberg, Tupac Larriera y Ailín Zaninovich. Música: Mauro García Barbe. Diseño de iluminación: Stefany Briones Leyton. Diseño de escenografía: Lucila Rojo. Diseño de vestuario: Romina Giangreco. Producción general: Tomás Rottemberg, Valentina Berger, Morris Gilbert y Ricardo F. Hornos. Sala: Multitabaris Comafi, Av. Corrientes 831. Funciones: los miércoles, jueves y domingos, a las 20; los viernes y sábados, a las 19.30 y 21.30. Duración: 90 minutos. Apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena
Al modo de una caja china o una mamushka de múltiples capas, las revelaciones, cuentas pendientes y reproches de tres hermanos van emergiendo a medida que avanza el fin de semana en el que transcurre la acción de Para mí, para vos, obra del dramaturgo norteamericano Christopher Durang que ganó el premio Tony a la mejor comedia en Broadway.
Durang maneja en sus materiales cierto tono absurdo y suele focalizar en los vínculos enfermos . En esta obra aparece todo eso y la referencia, que puede leerse como un homenaje, a algunos universos chejovianos . De hecho, los nombres de los personajes principales remiten a criaturas de Las tres hermanas y Tío Vania. Y también hay una referencia clara a La gaviota a través del personaje de Soledad Villamil. Pero la influencia del autor ruso va más allá y Durang traspoló a la contemporaneidad algunas de las decadencias familiares exploradas por el maestro, incluido un jardín de cerezos bien simbólico. La pieza original –Vanya and Sonia and Masha and Spike– fue adaptada por Ricardo F. Hornos, buscando cierta cercanía con nuestro alrededor.
De la no aceptación se trata, como en aquellos venidos a menos que dibujó Chejov. En Para mí, para vos, dos hermanos aletargados, muertos en vida y sin vida propia –valga el juego de palabras– ya con sus padres fallecidos, reciben en la casona familiar a la hermana actriz, una mujer snob, exitosa en lo suyo, que irrumpe con soberbia y acompañada de un jovencito que suele tener el hábito de pasearse ligero de ropas. Entre ellos, una empleada doméstica algo sabia y con cierta magia innata para la predicción de sucesos y una aprendiz de actriz que se entrelaza en la acción.
A poco de la llegada de la hermana triunfadora y bien vestida, comenzarán a aflorar las miserias y reproches mutuos . La que partió y mantuvo económicamente desde la lejanía a sus parientes; los que se quedaron y echan en cara los cuidados a los padres y la vida ofrendada a esa tarea alejados de la realización personal y, sobre todo, de la posibilidad del amor.
La dirección de Héctor Díaz, un gran actor que ha formado parte de los equipos de Javier Daulte, Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert, buscó pivotear entre la profundidad del pseudodrama chejoviano y el tono hilarante , comedia al fin que debe responder a algunos tópicos del género. Por momentos, Díaz ha logrado comodidad en ambos extremos, pero, en ciertas escenas, aparece un forcejeo por la veracidad de la paleta de colores de sus intérpretes .
En este entramado, sobresalen las interpretaciones de Laura Oliva, una de las hermanas anclada en el caserón familiar lúgubre sembrado de humedades, y Paula Ransenberg, la empleada doméstica alocada y con una lucidez de la que el resto carece. Ambas actrices, estupendas en sus composiciones , sin dejar de despertar más de una carcajada, apelan a una profundidad que les da peso específico a sus personajes. Oliva conmueve en la piel de ese ser detenido en sus sentimientos, pero que no claudica.
Soledad Villamil, que regresa a un escenario de texto luego de 17 años, compone a la mujer urbana que llega para romper el statu quo y mirar un poco desde arriba, aunque también termine presa de sus falencias emocionales. Boy Olmi, en la piel del varón de la casa, muestra a su personaje desvalido y reprimido sin poder expresar su ser más genuino. Villamil y Olmi cumplen con sus roles, aunque con cierta monocromía . El monólogo aleccionador de la criatura del actor es innecesariamente explicativo y aspiracional.
Tupac Larriera, noviecito desprejuiciado de la hermana snob, y Ailín Zaninovich, aspirante ilusionada a actriz que busca dejar su pueblo, podrían haber sido más explotados desde la dirección. La escenografía de Lucila Rojo recrea con exactitud lo que Chejov hubiese querido.
Se trata de ahondar en los vínculos, que, a veces, suelen ser el gran conflicto. Y en los reproches que suelen germinar en la aceptación y en lo no dicho, con un jardín de cerezos como testigo.