Mónica Ayos, de una relación tormentosa a vivir un romance “inevitable” con Diego Olivera con quien ya llevan 23 años juntos
Nadie apostaba por la historia de amor de Mónica Ayos y Diego Olivera, no creían que una vedette mediática y un galán de perfil muy bajo pudieran formar una pareja sólida. Pero contra todos los pronósticos, hace 23 años que se aman. Se conocieron a fines de 2000, se casaron un año después, tuvieron una hija y ensamblaron familia con el hijo de ella de una pareja anterior. Hoy los cuatro viven en México y se muestran unidos y felices.
La primera vez que se vieron fue en una reunión antes de comenzar las grabaciones de Matrimonios y algo más. Para Diego fue un flechazo y muchas veces contó que quedó impactado al verla entrar. Pero Mónica estaba en otra, llegó con su hijo Federico, de 7 años, y solamente quería tener buena onda con su compañero de elenco y trabajar en un ambiente cordial. Sin embargo, ni bien empezaron a trabajar se notó que tenían buena química y que la pasaban muy bien juntos. “Se dio de manera natural, y pegamos una onda que parecíamos conocernos desde siempre. Venía de unos años de mucho laburo y de mucha exposición. Diego apareció en mi vida cuando yo transitaba un cambio fuerte , una búsqueda de identidad genuina, correrme un poco del ojo de la tormenta hacia un puerto más calmo, en el que deseaba anclar y que él haya aparecido en esa etapa fue una señal hermosa y muy oportuna. Fue de esos amores inevitables , hacíamos grandes esfuerzos por corrernos, alejarnos, pero estábamos como imantados”, contó Ayos en LA NACION hace unos años.
Convivencia y boda
Ese verano hicieron temporada en Mar del Plata y probaron convivencia. Tan bien les fue que, de vuelta en Buenos Aires, el actor le propuso mudarse al departamento de ella. Un año después , el 29 de noviembre de 2002, se casaron en la Iglesia de Guadalupe de Palermo, y celebraron con una gran fiesta.
La luna de miel fue de a tres: “Nos fuimos con Fede para no dejarle un laburo extra a mi madre, que se estaba ocupando de la recuperación de papá y nos sentíamos más tranquilos llevando al enano, como le decíamos de chiquito. Nos recontra divertimos y fueron días en los que Fede y Diego fortalecieron aún más el vínculo. Mi hijo se parece en muchas cosas a Diego y tienen un diálogo maravilloso, se adoran, se respetan”.
Ayos también contó: “Nunca pensé en un hombre para toda la vida hasta que llegó Diego. Siempre tuve la batuta de mi vida, aunque debo admitir que muchas veces me murmuró cierta necesidad de lo hogareño, esas ganas de armar una estructura familiar sólida, pero no fue hasta que sentí ese viento cálido que me hizo un clic; ese vientito de verano con el que uno siente que realmente vale la pena levantar vuelo para arriesgarse y emprender un nuevo rumbo, y, tal vez, por qué no, compartir la batuta. Ese viento cálido en mi vida se llamó Diego Olivera”.
¡Es una nena!
En 2004 nació Victoria y se completó la familia . “Fue una bebé buscadísima, deseada, ambos queríamos una nena. La familia entera la esperaba y mi contexto era otro, muy diferente, más estable, menos precario, ameno, cómodo, y con un papá desde el vamos. Diego es un padre de la pos modernidad, me ayudó en todo y a la par mía: la bañaba, la cambiaba, la hacía dormir. Victoria parecía que tenía dos madres. Si bien Dieguito ya había practicado con Federico, a él ya lo agarró más grande, sin pañales ni mamaderas, así que venía una parte nueva y desconocida que lo emocionaba y para él fue todo un desafío, ya que esperó tener un bebé a sus 36 años, su calidad de tiempo fue impecable. Una etapa nueva de agrandar la familia, que elegimos juntos. ‘Vicu’ llegó y nos unió más aún. Federico amó a su hermana desde el minuto cero”, contó la actriz en LA NACION. Ella hace referencia a la amorosidad de Diego y la diferencia con Mario Valencia, padre de Federico Ayos y con quien la actriz vivió situaciones de abuso antes de separarse.
Una aventura mexicana
Cuando Victoria tenía 4 años, Olivera recibió una atractiva propuesta para ir a trabajar a México y protagonizar una novela. Él se entusiasmó, pero su mujer no quería saber nada con irse del país. Llegaron a un acuerdo: él viajó solo y ella iba a visitarlo con sus hijos cuando la agenda laboral se lo permitía. Así estuvieron durante varios años, entre la Argentina y México, hasta que finalmente ella decidió mudarse. “Jamás se me pasó por la cabeza vivir en otro lado que no fuera la Argentina. Fue una posibilidad que Diego tuvo de poder abrirse a otro mercado de manera internacional y, en cuanto sucedió, fue un efecto en cadena y no podíamos dejar pasar estas puertas del destino. Como familia fue un proceso que tuvo su tiempo de digerir, de poner en la balanza, de decisiones, de contradicciones y de nuevos horizontes. Y siempre los grandes cambios vienen aparejados de ciertos temores, pero nunca fui fan de quedarme en mi zona de confort y finalmente me animé, previo minucioso y hábil trabajo de Diego para convencerme frente a una realidad que nos daría expansión en el terreno profesional y mantendría a la familia unida. Nobleza obliga, mi carácter inquieto hizo que no me quedara en casa o de compras ni turisteando sino en la búsqueda de mi propio destino, y así fue que con tiempo y perseverancia y luego de 1000 castings llegó mi turno de expandirme y encontrar mi lugar de nuevo. Me tomé mi tiempo, no lo decidí al toque; desde que arrancó la movida hasta que se ejecutó tardó tres años y entre viajes interminables y una logística durísima de sostener a nivel emocional y familiar. Un día nos sentamos, pusimos en la balanza y decidimos entre todos esta realidad de hoy, que sin dudas fue una decisión inteligente y productiva, que además nos fortaleció como familia”.
Llevan 23 años juntos y el secreto es el humor y elegirse todos los días “sin mandatos ni compromisos más allá de las ganas y el amor”. “Construimos un proyecto de vida y de familia. Decidimos caminar juntos a la par, salimos fortalecidos de todas nuestras diferencias”, le confió a LA NACION. Y agregó: “El humor siempre preponderó en cada situación y así hemos salvado enormes diferencias, desde cierta ideología pasando por gustos musicales, iluminación y decoración de espacios hasta formas de doblar una toalla (risas). Siempre desdramatizamos e imprimir la cuota de humor nos descontracturaba, así fue que se relajó, me relajé y nos adaptamos”.
Hace algunos años, Ayos compartió en sus redes sociales un conmovedor mensaje para su marido: “Amanezco hace casi 17 años con el hombre que escribió en un café de una callecita de Buzios en una servilleta de papel: ‘Te encontré, amor de mi vida, lo tenés todo, lejos de la perfección, llegaste como un combo explosivo que provoca en mí, sensaciones que no conocía, ¿envejecemos juntos?’ Me la acuerdo porque hicimos un cuadrito hace mil años con ese escrito de él. Los años pasaron y sigue resonando en nosotros aquellas cosas que nos escribíamos porque hoy son tangibles, la teoría pasó a la práctica y somos los mismos de ayer, que hoy despiertan despeinados y abrazados aunque haga calor. Nos conocemos cada centímetro y nos seguimos eligiendo”.
Y en un cumpleaños más reciente de su amor, escribió: “Brindo por vos, porque te amo, y porque sos como el vino, con los años te vas poniendo más bueno, por cada continente visitado, cada ciudad desconocida, cada pueblito explorado. Con tu pésima memoria a corto plazo y tu dislexia oral que nos regala cada año más anécdotas. Con nuestros opuestos que son complementarios y con cada coincidencia hermosa desde chicos, que no son pocas. Brindo por el tiempo que está de nuestro lado enseñándonos a compartir y racionándolo cada vez mejor, un tiempo que nos trajo hasta este presente, en familia y completos”.