Madame Isabel, la hermana de Luis XVI que les acompañó en el cadalso
Era la hermana menor de Luis XVI y una gran desconocida para la historia. Vivió en Versalles y compartió con Maria Antonieta ciertas frivolidades de la corte, pero se negó a abandonar Francia cuando la Revolución amenazaba sus vidas. Compartió celda con el delfín y se ocupó del cuidado de la princesa Maria Teresa, hija de los reyes y única superviviente de la Revolución. Robespierre quiso salvarla de la guillotina, pero el Terror estaba decidido a terminar con todos los Capetos. Isabel hizo el paseo hacia la muerte vestida de blanco, con la entereza y la fe de una princesa de Francia.
Nieta de Luis XV, se quedó sin padres cuando apenas había cumplido los tres años y bajo el cuidado de María Luisa de Rohan. Había nacido en 1764 en Versalles y era la menor de las hijas de Luis de Francia y de María Josefa de Sajonia. En la infancia mantuvo una relación muy cercana con su hermana mayor, Clotilde, que con los años llegaría a convertirse en reina de Cerdeña. También con sus hermanos varones, Luis Augusto –Luis XVI- y los menores, el duque de la Provenza y de Artois, quienes, pasada la era napoleónica, llegarán a reinar en Francia como Luis XVIII y Carlos X. Pero la suerte de madame Isabel, como se la conocía, fue muy diferente.
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Tenía apenas diez años cuando su hermano Luis XVI comenzó su reinado. Era 1774 y María Antonieta llevaba ya cinco en la corte, primero como delfina y ahora como reina. Con ella siempre congenió y aunque menos frívola que la "loba austriaca" -apelativo con el que era conocida María Antonieta por los franceses- también disfrutaba del esparcimiento de un Versalles que vivía ajeno a la ruina económica que se cernía sobre el país, entre otros motivos, a causa de la ayuda francesa a los colonos americanos en su lucha contra los ingleses por la independencia.
Luis había regalado a Isabel, una finca en Montreuil, para que pudiese gozar de los placeres de una vida campesina, algo, por otro lado, propio de las costumbres de la realeza de la época. Una especie de “plebeyismo” que convertía a las princesas en aldeanas y lecheras. Además, la diplomacia francesa también se volcó en la búsqueda de un marido acorde con los intereses dinásticos de Francia. Sin embargo, tanto la propuesta portuguesa como la austriaca –el hermano de la propia María Antonieta- serán rechazados por lo ajustarse a la conveniencia política. Isabel, estaba destinada a la soltería.
Isabel estaba en Versalles cuando, en julio de 1789, la convocatoria de Estados Generales dio paso a una Asamblea Nacional con la que comenzó la Revolución Francesa. Ella tuvo la oportunidad de marcharse al Piamonte con su hermano Carlos, conde de Artois, aunque prefirió acompañar a los reyes y sus hijos a París, al Palacio de las Tullerías en el ocaso de los Borbones. Orgullosa, defensora de la monarquía absoluta y muy devota, nunca aceptó la constitución civil del clero y se dedicó a organizar cadenas de oración. Isabel jamás comprendió porqué en Francia tenía que aprobarse una Constitución y mucho menos, los aires republicanos y la amenaza revolucionaria que se cernía sobre ellos. Por eso, a la altura de 1791, ya sólo les quedaba la posibilidad de huir.
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Isabel iba disfrazada de campesina cuando en la conocida “fuga de Varennes”, les descubrió un tabernero cerca de Montmédy, en la actual frontera con Bélgica y entonces posesión austriaca. Sus esperanzas de salvación habían terminado. Tuvieron que regresar a París para ser juzgados como “contrarrevolucionarios”. Se refugiaron en la Asamblea, aunque aquello sirvió de poco. Pronto fueron conducidos a prisión y sometidos a una farsa en la que se les culpó de todos los males de Francia.
El primero en ser ejecutado fue Luis XVI. Era el 21 de enero de 1793. A María Antonieta se la llevaron a la Conciergerie, al joven delfín lo dejaron en una celda bajo la vigilancia del zapatero Simón e Isabel se quedó en la torre del Temple, al cuidado de su sobrina María Teresa. Nunca supieron que María Antonieta había sido ejecutada el 16 de octubre. Estaban aisladas de cualquier comunicación con el exterior.
Pero, ¿qué hacer con la hermana del rey? Algunos revolucionarios pensaron que quizá sería suficiente con un exilio. Isabel no tenía entre los franceses la mala reputación que se había ganado su cuñada. El propio Robespierre quiso, con ella, mostrar cierta complacencia. Pero Hebert, se negó. El terror era implacable. Tras ser juzgada por un Tribunal Revolucionario en el que hubo de escuchar toda suerte de agravios, madame Isabel fue condenada a muerte. Dicen que en la carreta que la condujo hasta el cadalso dio apoyo espiritual a los veinticuatro reos que la acompañaban. Murió en la guillotina el 10 de mayo de 1794 y su cadáver se enterró en una fosa común. El libro “El sacrificio de la tarde”, del historiador Jean de Viguerie, nos cuenta su vida apasionante.