Netflix: Maestro es un retrato imperfecto y a la vez fascinante de la vida de Leonard Bernstein
Maestro (Estados Unidos/2023). Dirección: Bradley Cooper. Guion: Bradley Cooper y Josh Singer. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Leonard Bernstein. Edición: Michelle Tesoro. Elenco: Carey Mulligan, Bradley Cooper, Matt Bomer, Sarah Silverman, Maya Hawke. Duración: 129 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Maestro es un retrato imperfecto y a la vez fascinante de la vida de Leonard Bernstein (1918-1990), el primer director de orquesta de origen estadounidense en lograr un reconocimiento global. Dispuesto a atrapar desde todas las facetas posibles la existencia de una personalidad extremadamente compleja, Bradley Cooper eligió el camino más desafiante. Su acercamiento a las múltiples capas vitales de Bernstein está lleno de riesgos, y al zambullirse en ellos tropieza en más de una oportunidad. Pero al mismo tiempo Cooper parece creer que no hay otra manera de entender al personaje, de ponerse en su cabeza para exponer y entender los enigmas de su apasionado paso por el mundo.
Como en su magnífica versión de Nace una estrella, Cooper se interroga sobre los avatares existenciales de un artista atormentado. En esa ópera prima, orgullosamente clásica en su postura narrativa y de puesta en escena, hacía la disección del personaje (que él mismo interpretaba) desde el vínculo emocional que se establecía con sus seres más cercanos: una pareja, su hermano mayor, su padre.
En Maestro, ese tipo de conexión queda expuesta de un modo más oblicuo y complejo. El prólogo nos muestra a un Bernstein ya anciano, primero frente al piano y luego dispuesto a dar con alguna incomodidad a la vista un reportaje televisivo. Todo el resto de la película podría verse como el esfuerzo que hace Cooper por extraer de la memoria, la conciencia y los recuerdos del músico, como en una sinfonía visual, los episodios más trascendentes de su vida.
Solo desde ese ejercicio, parece sugerirnos Cooper, sería posible atrapar ese torbellino permanente de contradicciones que Bernstein trata de mantener siempre en inestable equilibrio. No podría vivir sin ellas como una suerte de combustible que alimenta sus mejores decisiones creativas y emocionales. Pero a través de ellas queda al mismo tiempo a la vista que nunca encontrará calma o sosiego. Su existencia es una interminable fuga hacia adelante, tratando de escapar de esos mismos demonios interiores que terminan atrapándolo. Y Berstein deja que lo hagan. No encuentra antídoto para enfrentar las consecuencias de sus impulsivas decisiones.
El eje del conflicto es el martirio que Bernstein se inflige a sí mismo a partir de sus elecciones sexuales. Cooper nos muestra cómo el músico experimenta el vínculo con los hombres que lo atraen desde un placer casi voluptuoso y una sensación única de libertad. Pero cuando conoce a la actriz Felicia Montealegre, que se transformaría luego en su esposa y la madre de sus tres hijos, aquel impulso homosexual empieza a mezclarse con la culpa y el remordimiento.
En la mirada de Cooper, Bernstein está profundamente enamorado de Felicia y se esfuerza como puede para ser un marido devoto y ejemplar. Esa conexión, expuesta en distintas capas (y en una secuencia que pasa con inteligencia del blanco y negro al color), deja más que nunca ante nuestros ojos ese mundo de contrastes irresueltos. Cuando, por fin, Bernstein parece dispuesto a asumir sin complejos sus relaciones con otros hombres, la dura enfermedad que sufre su esposa lo lleva con la misma decidida pasión a quedarse todo el tiempo con ella.
Cooper se acerca a este entrañable vínculo con esmero, compromiso y mucha concentración en los detalles más valiosos. Con una interpretación llena de sensibilidad, atenta todo el tiempo a los abruptos cambios de humor que la propia relación soporta, Carey Mulligan concibe a una inolvidable Felicia Montealegre. No ocurre lo mismo con el resto de los lazos que Bernstein mantiene con sus lazos más cercanos: ni sus hijos, ni su hermana (una muy desaprovechada Sarah Silverman) ni sus ocasionales amantes alcanzan el espesor que la propia historia pretende asignarles. Otra contradicción.
Como Bernstein, Cooper nos entrega una actuación portentosa. Se viene hablando mucho del maquillaje que lo acerca a la verdadera fisonomía del músico, pero todo indica que los reparos iniciales van mutando en una tendencia firme a convertir a la película en favorita para llevarse el próximo Oscar en ese rubro.
Detrás de esa máscara, el actor asume todos y cada uno de los infinitos matices de una figura irresistible, a la vez arrolladora y piadosa. La cumbre de ese compromiso aparece en la minuciosa y mimética reproducción de aquel memorable concierto de 1973 en la catedral inglesa de Ely, con Bernstein dirigiendo la Segunda Sinfonía de Mahler. Toda una invitación a ver y escuchar esta película.