Mama Cass: el horrible mito sobre su muerte que terminó por oscurecer el legado musical de la cantante
Sobre el escenario del Festival Internacional de Música Pop de Monterrey, en junio de 1967, junto a su banda The Mamas & the Papas, la cantante Cass Elliot, decana del mundillo musical del legendario barrio californiano de Laurel Canyon, charló con el público con el ingenio de una auténtica artista de vodevil. “Hoy alguien me preguntó cuándo iba a tener a mi bebé ¿Qué gracioso, no?, dijo, revoleando los ojos. El remate implícito del chiste –si puede llamárselo así– era que había dado a luz a su hija seis semanas antes. “Una de las cosas de mi mamá que atrae a la gente es cierto nivel de triunfo sobre la adversidad”, dice hoy esa hija, Owen Elliot-Kugell. “Tenía que demostrar que ella podía, una y otra vez.”
Cass Elliot era una carismática intérprete que exudaba una alegría contagiosa, y una magnífica vocalista que dotes para la actuación, que no tuvo tiempo de explorar más a fondo. El 29 de julio se cumplirán 50 años de su prematura muerte a los 32 años, una tragedia que sigue suscitando preguntas sin respuesta. ¿Cass Elliot, de haber vivido, se habría convertido en la primera mujer en conducir un late-night show? ¿Habría accedido al estatus de EGOT, habiendo ganado el Emmy, Grammy, Oscar y el Tony?
Medio siglo después de su muerte, su condición de artista relegada sigue inspirando a muchos. El año pasado, el tema “Make Your Own Kind of Music” —un hit solista menor de 1969 que sin embargo tuvo su potencia cultural— se viralizó de tal manera en TikTok que hasta mereció una sátira en Saturday Night Live, con un desopilante sketch donde la anfitriona, Emma Stone, interpreta a una productora musical con extraños poderes de clarividencia. “Esta canción va a sonar en todas partes, te lo aviso Mama”, le dice a Cass Elliot, interpretada por Chloe Troast. “Después se lo van a olvidar durante mucho, mucho tiempo, pero dentro de 40, 50 años, siento que va a empezar a sonar en un montón de películas, porque es la canción perfecta como fondo de una de esas escenas en cámara lenta donde al protagonista se le suelta la cadena y sale a matar.”
En el sketch no se hace un solo chiste sobre el peso de Elliot, algo impensable hace medio siglo. En el clímax de su fama, Elliot incluso parecía refrendar con una sonrisita algunos de los chistes que le gastaban. “Nadie engorda, excepto Mama Cass”, cantan The Mamas & the Papas con ajustada armonía en su éxito autorreferencial de 1967 “Creeque Alley”. Después de la separación de la tumultuosa banda, al año siguiente, Elliot se convirtió en una asidua invitada a El show de Carol Burnett, donde a veces era objeto de risa fácil. En un sketch, por otra parte graciosísimo, sobre dos mujeres muy pacatas que revisan la sección de “libros prohibidos” de una librería, Elliot levanta un libro titulado Comer y bajar de peso, y dice: “Llegué hasta la palabra ‘Comer’ y el resto no lo entendí.”
“Ella aprendió desde muy temprano que la mejor manera de enfrentar una situación incómoda era con humor”, escribe su hija, que tiene el mismo ingenio seco y la misma cascada de cabello que su madre, en su nuevo libro de memorias, My Mama, Cass. Pero Elliot-Kugell se ocupa de aclarar que internamente su madre no siempre era pura risa. “El dolor se va acumulando en alguna parte. Cuando pienso en todas las cosas que supuestamente le dijeron en vida, pienso que es imposible escuchar eso una y otra vez sin que te duela.”
Pero por supuesto, la broma más perdurable que hicieron a expensas de ella fue el que no tuvo vida para repetir o rebatir. ¿Nunca escucharon la broma del sándwich de jamón?
Durante muchos años, nadie sabía el origen del mito de que Cass Elliot había muerto atragantada con un sándwich de jamón, uno de los inventos más crueles y persistentes de la historia del rock. Recién en 2020, la amiga de Elliot y periodista de espectáculos Sue Cameron admitió haberlo publicado en su obituario para la publicación especializada The Hollywood Reporter a instancias de Allan Carr, el manager de Elliot, que no quería que su clienta quedara asociada con el consumo de drogas [Elliot murió de un infarto, probablemente provocado por años de abuso de sustancias y de dietas estrictas]. Pero ese rumor caricaturesco, propagado al infinito en referencias de la cultura pop, desde Austin Powers hasta Lost, tiñó el legado de Elliot y sigue amenazando con eclipsar su talento.
Ellen Naomi Cohen, su verdadero nombre, nació en el seno de un hogar amante de la música de los suburbios de Baltimore. Su nombre artístico surgió en parte de la tendencia de su padre a llamar a su enérgica hija “Cassandra la loca”. Ellen era una niña precoz y extraordinariamente brillante, y en la secundaria era conocida por su audaz estilo personal y ligeramente descuidado, que chocaba con el decoro propio de la década de 1950. Según su biógrafo Eddi Fiegel, la joven a veces usaba “una alocada combinación de bermudas con tacos altos, y guantes blancos para ocultar que se comía las uñas.”
Muchas personas que fueron parte de la vida de Elliot afirman que su lucha contra el sobrepeso comenzó a la edad de 6 años, cuando se fue a vivir con sus abuelos mientras se recuperaba de un brote de tiña. La alimentaron bien, como suelen hacer los abuelos, y rápidamente Elliot empezó a estar pendiente de su peso. Cuando estaba en la secundaria le recetaron Dexedrina, una anfetamina que por entonces se usaba como supresor del apetito. De todos modos, Elliot demostraba una notable confianza en sí misma. El libro recuerda que le decía a todo el mundo que tarde o temprano se convertiría “en la gorda más famosa que haya existido.”
Llegó a un acuerdo con sus padres: si se mudaba a Nueva York y no lograba triunfar con su música en cinco años, volvería a casa y estudiaría una profesión más respetable, como medicina. Dejó su casa a fines de 1960 y “California Dreamin’” se estrenó en diciembre de 1965: “¡Realmente lo logré!”, diría tiempo después en una entrevista.
El primer amor de Elliot era Broadway, pero en la moda de la época se imponía la música folk. Le aportó su sello distintivo a sus primeros grupos, los Big 3 y luego los Mugwumps, que incluía a un tenor canadiense llamado Denny Doherty. Tras la separación de los Mugwumps, Doherty huyó a las Islas Vírgenes con sus nuevos amigos John y Michelle Phillips para componer material para un grupo aún sin nombre. Elliot había cantado con todos ellos en algunas salidas juntos—al menos una de esas veces, todos bajo los efectos del LSD—, y sabía que su voz era la pieza que les faltaba.
Pero John Phillips, el director de la banda, no quería saber nada. Según Scott G. Shea, biógrafo de The Mamas & the Papas, “la visión del grupo que tenía Phillips en su cabeza no solo era una banda que sonaba como Peter, Paul y Mary en versión eléctrica, sino que también lucía como ellos”. El biógrafo lo dice sin pelos en la lengua: “Michelle iba a ser el foco, y en su opinión Cass estaba demasiado gorda siquiera para ser tomada en cuenta.”
La imagen de amistad grupal que proyectaba la banda era fundamental para su atractivo, pero pocos saben cuánto tuvo que esforzarse Elliot para que aceptaran incorporarla. Hasta se apareció sin previo aviso en las Islas Vírgenes con la esperanza de congraciarse, pero Phillips no cedió, hasta que intervino el destino. Mientras Elliot caminaba por el callejón de la isla de St. Thomas que más tarde The Mamas & the Papas inmortalizaría en una canción, cayeron escombros de una obra en construcción que le golpearon la cabeza y la dejaron inconsciente. Tiempo después John Phillips dijo que la contusión cerebral que sufrió Elliot modificó su registro vocal, y fue otra de esas historias que Elliot aprendió a repetir como riéndose de sí misma. “La verdad es que a John no le gustaba que mamá fuera gorda –escribe Elliot-Kugell–. Inventó esa historia del aumento del rango vocal de mamá para justificar su decisión de sumarla a la banda un par de meses después.”
Elliot sigue siendo una heroína subestimada en la historia de la escena artística de Laurel Canyon, el legendario barrio de Los Ángeles, no solo como música, sino también como esa amable anfitriona que sabía cómo poner en contacto a personas con ideas afines. “Te doy cien dólares si me traes a una sola persona que te diga que odiaba a Cass”, le dijo el cantautor David Crosby a la biógrafa de Elliot. A Doherty le gustaba llamarla “la gran titiritera”.
Pero la afinidad de Elliot con todos esos hombres también tenía algo agridulce. “En parte, creo que todos ellos la adoraban porque no les resultaba amenazante”, dice su hija. “Esos tipos tenían con ella una relación más profunda que la que tenían con sus esposas o novias”. Y agrega con risa irónica: “¿Eso quiere decir que no quería acostarse con la mitad de ellos? ¡No, y probablemente lo hizo!”
El amor no correspondido de Elliot por su compañero de banda Doherty fue quizás el más difícil de soportar, especialmente después de que él y Michelle Phillips tuvieron una aventura que casi rompió la banda antes del lanzamiento de su primer álbum. Elliot estaba enamorada de Doherty desde la noche en que se conocieron en un bar de Greenwich Village. Como lo expresó Doherty sin tapujos en un especial sobre el grupo: “Sabía que ella me amaba y yo también la amaba, pero no de la forma que ella quería. Pesaba 150 kilos y yo no era lo suficientemente hombre para lidiar con eso.”
Los pasajes más difíciles de My Mama, Cass son aquellos en los que Elliot-Kugell explora la persistente soledad de su madre. “Después de cada show donde gritaban su nombre, ella era la única que se volvía sola al hotel”, dice su hija. “Todos los demás tenían a alguien, y ella no.”
Tal vez esa necesidad de amor y compañía la llevó a tomar la decisión, bastante drástica para una mujer famosa de fines de la década de 1960, de convertirse en madre soltera. Cuando supo que estaba embarazada, en el apogeo del éxito del grupo y después de un breve romance con el bajista de la gira, defendió a muerte su decisión de criar a su hija sola.
Volviendo al mito del sándwich de jamón, finalmente logré contactar a la responsable, Sue Cameron, que lleva más de 50 años como periodista de espectáculos y es autora del libro Hollywood Secrets and Scandals (“Secretos y escándalos de Hollywood”). “Tenía una sonrisa enorme y un rostro abierto a recibir a todos –recuerda Cameron–. Era imposible no amarla inmediatamente y no querer hacerse amiga de ella.”
Su recuerdo más triste es de mediados de 1974, cuando salieron a cenar antes de que Elliot se fuera a Londres. Cameron nunca la había visto tan feliz. “Lo recuerdo como un momento mágico. Estaba plena, había tenido un par de especiales en TV y estaba por actuar en un gran club nocturno. Le estaba yendo bárbaro.”
Después de dos días corridos de fiesta en Londres, Elliot le dijo a su amigo Joe Croyle, un bailarín que se alojaba con ella en casa de Harry Nilsson, que se iba a bañar y a acostarse temprano porque estaba agotada. Croyle supuso que también tendría hambre, así que le preparó un sándwich de jamón, lo único que encontró en la heladera. El famoso sándwich de jamón, símbolo cruel de sus últimos momentos, fue en realidad el gesto de cariño de un amigo.
Cameron se enteró de la muerte de Elliot en la redacción de The Hollywood Reporter, donde trabajaba entonces: “Me puse en modo profesional y dije: ‘este obituario lo hago yo y nadie más’”. Localizó por teléfono a Allan Carr, el agente de Elliot, que estaba en el departamento de Nilsson. “Apenas podía hablar”, recuerda Cameron. Le preguntó qué había pasado y él dijo que no sabía. “¡Esperá!”, recuerda haber escuchado Cameron del otro lado del teléfono. “Veo un sándwich de jamón a medio comer en la mesita de luz. Eso va a servir. Decile a todo el mundo que se atragantó con un sándwich de jamón, ¿me entendés?” “Lo hice”, agrega Cameron, “porque quería proteger a Cass”.
¿Pero protegerla de qué? “Yo no estaba al tanto de que consumía tantas drogas, simplemente no pertenecía a ese círculo”, dice. “Pero sí tenía sospechas de que cuando iba a Londres tomaba alguna clase de pastillas, pero en realidad no sabía nada”. Y así, en una fracción de segundo, Carr y Cameron decidieron que era menos vergonzoso que una mujer ridiculizada por su sobrepeso se atragantara hasta morir que revelar que tenía problemas con las drogas. “¡Qué terrible!”, dice Cameron. “Pero estaba en tal estado de shock que no supe qué más hacer.”
Y a ella también la desconcierta que esa historia haya sobrevivido hasta nuestros días. “La historia de ese sándwich me ha atormentado toda la vida.”
(Traducción de Jaime Arrambide)