Manada de lobos: artística puesta de una obra de Ibsen poco conocida
Autoría: Henrik Ibsen. Versión: Helena Tritek y Liliana Escliar. Dirección: Helena Tritek. Dirección artística: Eugenio Zanetti. Intérpretes: Monina Bonelli, Agustín Rittano, Josefina Bocchino, Juan Luppi, Nicolás Dominici, Martín Henderson, Milagros Almeida, Junior Pisanú, Ariel Pérez de María y Rolo Sosiuk. Escenografía y vestuario: diseñador asociado Mauro Puppo. Iluminación: Eli Sirlin. Música original y sonido: Gustavo García Mendy. Puesta de video: Juan Bautista Selva. Sala: Presidente Alvear (Av. Corrientes 1659). Funciones: miércoles a domingos, a las 20. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
Una mujer atraviesa la nieve en su trineo, cargado con todos sus hijos, perseguida por una manada de lobos. Para ganar tiempo, arroja a los animales hambrientos, uno a uno, a sus descendientes con el fin de salvarse.
Esta historia es contada por Elina a su madre, la señora Inger, quien niega toda verosimilitud al relato que, según su opinión, de ninguna manera reflejaría la supuesta abnegación materna. Pero es en este breve cuento donde está la puerta de entrada a Manada de lobos, título de la adaptación realizada por Helena Tritek, la directora de la obra, y Liliana Escliar, escritora y guionista, de una de las primeras piezas de Henrik Ibsen, Dama Inger de Ostraat, escrita en 1854 cuando el autor noruego tenía 26 años y era director del teatro de Bergen sin demasiado éxito.
La obra pertenece a la primera época del “padre del realismo”, caracterizada por la poética romántica y el interés folklórico. Por aquellos años hacia poco que Noruega se había separado del dominio danés -bajo el que había vivido desde el siglo XIV- y, a causa de las guerras napoleónicas, quedado en manos de Suecia, de la que se independizó en 1905.
Dama Inger de Ostraat se sitúa en las primeras décadas del siglo XVI, cuando en una Noruega aún medieval está candente la tensión frente al avance de los países escandinavos. En el centro de esta lucha, una enérgica terrateniente, noble, viuda y madre, Inger de Ostraat (1475–1555), juega fuerte en la política del momento en búsqueda de sus propios objetivos de poder. Es en este personaje histórico que se basa Ibsen para crear a su protagonista, una mujer poderosa y compleja, atravesada por capas de conflictos, el de su historia personal y el de las rivalidades e intrigas en su país. A partir de este drama histórico de cinco actos (que también podría considerarse una tragedia), que nunca se había hecho en los teatros argentinos, surge entonces Manada de lobos, la versión libre de Tritek y Escliar acerca de las ambiciones de poder y las consecuencias trágicas que esas sinuosas tácticas pueden provocar.
La obra abre y cierra con un cortejo fúnebre. La diferencia es que al final sabemos quién ha muerto mientras que al principio se instala un augurio de desgracia. La imagen, con un cielo nublado en sepia proyectado sobre el telón de fondo, es de una gran belleza y cuidado estético como suele serlo en espectáculos dirigidos por Tritek en sociedad artística con Eugenio Zanetti . Las escenas pueden verse como cuadros en los que la escenografía virtual se plasma con la materialidad tanto del trono en el centro del escenario, ubicado sobre una tarima con varios escalones, como del magnífico vestuario de época prestado por el Teatro Colón (donde el ganador del Oscar ha dirigido varias óperas). La pregnancia visual, con la música de Gustavo García Mendy y el sonido del viento en un lugar que se imagina inhóspito, arman en conjunto una experiencia sensorial casi inmersiva que constituye el precioso acierto de la puesta.
El otro es el afinado elenco, muy comprometido con la propuesta. Monina Bonelli es la señora Inger, toda de negro pero con unos contrastantes guantes rojos que presagian manos manchadas de sangre. Contenida, siempre parece saber algo que el resto desconoce, secretos que la atormentan pero que a la vez atesora en pos de sus planes. En un aspecto, Inger se parece a la Madre Coraje brechtiana por el manejo utilitario de los hijos. Una de las hijas de Inger es Elina (Josefina Bocchino), distanciada de la madre a quien compara con la del cuento del trineo y los lobos: la responsabiliza del casamiento obligado de su hermana con un noble danés, es decir, del bando opresor; por la muerte por amor de otra hermana; y por lo que teme que haya pergeñado para ella.
Hay otro hijo de otro padre que aparece después, Jonás Eckberg (Juan Luppi), crucial en el desenlace ya que será la víctima de la tragedia. Quien dialoga con Inger, con Elina y con Jonás, por diferentes razones pero siempre en la búsqueda de su beneficio es Erik Likke, interpretado por el brillante Agustín Rittano . Su personaje es un enviado danés que trata de evitar que Inger apoye la revolución de los locales contra su gobierno. Pero también es una especie de Don Juan, un seductor compulsivo que intentará conquistar a Elina. Su objetivo es salir bien parado y conseguir la embajada en París para no regresar a Dinamarca. Sabemos de sus ingeniosos ardides porque los cuenta aparte ante el público, al igual que Elina que confiesa su atracción por Likke.
La obra tiene cercanía con dramas históricos shakespearianos porque de algún modo reescribe la historia política con multitud de tramas y personajes. En este caso, al haber compactado una obra más larga y a la vez desconocida por la mayoría del público, se vuelve complicado por momentos seguir las intrigas cruzadas, los apoyos de distintas facciones a Inger, el pasado y las relaciones con los aristócratas daneses. Un ejemplo: Ariel Pérez de María, un gran actor, interpreta a Gregorio Olsen a quien vemos apoyar con lealtad a la señora Inger. Pero esa acción no parece relevante en el balance general, salvo para informar sobre el incómodo lugar que ocupa esta mujer poderosa. Tampoco adquiere grosor el momento en que Inger se muestra trastornada por los fantasmas de sus antepasados, queda como algo al pasar.
Por esta cantidad de información que hay que procesar durante la obra es que la tragedia que sufre al final la protagonista (no se trata de contar cuál es), producto de su ambición, de presiones y de una decisión equivocada, no llega a conmover del todo aunque la actuación de Bonelli sea impecable. El lenguaje visual, en cambio, resulta contundente. El famoso cuadro de Juana la Loca, junto al féretro del marido, del pintor español Francisco Padrilla (de 1877), que Tritek ubica de fondo, acerca emocionalmente la obra y le da más hondura al bello final que encuadra el inicio y cierre de esta puesta.