¿La ‘manosfera’? Es el planeta Tierra
El mes pasado, Mark Zuckerberg se sentó con el podcastero Joe Rogan y lanzó un mensaje audaz: la cultura empresarial estadounidense necesita recuperar su virilidad.
“El mundo empresarial está bastante castrado culturalmente”, opinó Zuckerberg, director ejecutivo de Meta. “Una cultura que celebra un poco más la agresividad tiene sus propios méritos”.
“La energía masculina, creo, es buena”, añadió.
En cierto sentido, fue una declaración sorprendente. Zuckerberg, un hombre que ha sido caricaturizado como un robot liberal durante gran parte de su carrera y que durante más de una década dejó el manejo de las operaciones cotidianas de su empresa en manos de Sheryl Sandberg, la principal defensora del feminismo corporativo del país, estaba proclamando una corrección sobrada de su mundo hacia lo femenino.
Pero también es cierto que se hizo esperar. Desde hace años, ha ido creciendo una corriente masculinizante en la cultura y la política estadounidenses, en gran medida en espacios digitales fuera de los medios de comunicación y el entretenimiento tradicionales. Ahora, ya inundó las orillas de la corriente dominante.
Zuckerberg ofreció su oda a las virtudes masculinas apenas unos días antes de que Donald Trump regresara a la Casa Blanca, donde muchos de sus partidarios esperan que encarne una energía similar. Durante su campaña presidencial, Trump recorrió una serie de pódcast con grandes audiencias, en su mayoría masculinas (entre ellos “The Joe Rogan Experience”, “Impaulsive” y “This Past Weekend w/ Theo Von”) en un esfuerzo por atraer a los jóvenes desligados de la política.
Desde las elecciones, muchos observadores políticos han intentado encontrar un lenguaje para hablar no solo de estos podcasteros, sino de la resurgente formación masculina a la que le dan voz. “Manosfera” se ha convertido en el término más común para referirse a una amplia gama de contenidos mediáticos dirigidos a los hombres. En un extremo, incorpora a influentes explícitamente misóginos como Andrew Tate, que ha dicho que las mujeres no deberían votar y que son responsables de las agresiones sexuales que reciben. En el otro, está el canal de YouTube del influente de superación personal y neurocientífico Andrew Huberman, que da consejos sobre la higiene del sueño.
No hace mucho, el término “manosfera” solo se refería a la franja más extrema de las comunidades online. En estos espacios, a menudo denominados “rincones oscuros de internet”, merodeaban los “incels”, abreviatura de “célibes involuntarios”, que están convencidos de que no pueden encontrar pareja sexual y culpan a las mujeres de ello; los “PUA”, o artistas del ligue, que intercambian estrategias para manipular a las mujeres y lograr que se acuesten con ellos; y los miembros del movimiento por los derechos del hombre, que creen que las mujeres oprimen a los hombres.
Está claro que ya no es así. ¿Cómo se puede hablar de una esfera masculina separada cuando sus avatares han llegado al centro de la mirada nacional?
En la toma de posesión de Trump, entre los invitados se encontraban el luchador de MMA Conor McGregor; el director ejecutivo de Ultimate Fighting Championship, Dana White; el boxeador e influente Jake Paul y su hermano Logan, luchador e influente. Sentado cerca del presidente, con sus compañeros multimillonarios, incluido Zuckerberg, estaba Elon Musk, cuya plataforma de medios sociales X se ha convertido en la página de inicio de esta masculinidad revigorizada. Eran celebridades en la ceremonia más importante de la política estadounidense, no hombres marginales.
Observemos también ese paisaje de Washington desde una perspectiva más amplia. Un grupo de hombres machistas reunidos para presenciar el ascenso de su líder: se trata de una escena que se ha repetido sin cesar a lo largo de la historia de la humanidad, se ha entonado en canciones, celebrado en pinturas y registrado en libros. Se podría decir, apenas un poco en broma, que la verdadera “manosfera”, en sentido estricto, es el planeta Tierra.
La afirmación de la energía y los intereses de los hombres es un rasgo recurrente de la vida estadounidense, que fluye y refluye en respuesta a las conquistas del feminismo.
Tras la aparición de la “liberación de la mujer” en los años sesenta, que exigía el fin de la discriminación de la mujer en el trabajo y en las universidades, surgió el movimiento por los derechos del hombre, que sostenía que la mujer controlaba la sociedad y oprimía al hombre mediante leyes sobre el matrimonio, el divorcio y la custodia.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, una respuesta cultural más cruda a la segunda ola del feminismo definía la corriente dominante. Las mujeres estadounidenses se incorporaban al mercado laboral en grandes cantidades, los tribunales y la decencia común desafiaban por igual los códigos discriminatorios de expresión y comportamiento. En respuesta, millones de fans gravitaron hacia voces como la de Howard Stern, un locutor ofensivo de difusión nacional que creó nuevos espacios para un tipo de discurso de despedida de soltero que ya no era bien visto en muchos lugares de trabajo. La idea era crear espacios seguros para los hombres que se sentían rechazados por el feminismo.
Entonces llegó internet y derribó las barreras a la participación en la conversación nacional, conectando al público con los escritores —y entre sí— como nunca antes. A partir de finales de la década de 2000, llegó una nueva generación de críticas feministas nativas de internet y sitios web de mujeres como Jezebel y Feministing crearon un enorme número de lectores. Sus escritoras popularizaron términos como “masculinidad tóxica” e influyeron en la cobertura de las cuestiones de género en los principales medios de comunicación.
A medida que las marcas, los famosos y otros medios de comunicación de masas empezaron a adoptar el feminismo, las figuras crasamente misóginas se replegaron a internet, donde prosperaron. Este ciclo se vio sobrealimentado por la elección de Trump en 2016.
Trump, acusado de conducta sexual inapropiada por más de 20 mujeres a lo largo de los años, parecía la encarnación de época de la misoginia que las mujeres habían aprendido a reconocer en la televisión y el cine, en las portadas de las revistas y en los anuncios, en los campus universitarios y en las salas de juntas.
La sensación de que la misoginia era omnipresente en la vida estadounidense culminó con el movimiento #MeToo. Decenas de hombres de alto perfil se vieron obligados a abandonar la esfera pública, al menos por un tiempo, tras ser acusados de conducta sexual inapropiada.
Existía una especie de sospecha generalizada sobre las actitudes y los apetitos masculinos, sujetos a un torrente de oprobio con un solo tuit. Así que no es de extrañar que el contenido abiertamente dirigido a lo que antes se llamaba “el macho estadounidense de sangre roja” haya sido objeto de burla.
A medida que este tipo de entretenimiento perdía adeptos en los medios tradicionales, florecía en internet. Barstool Sports y “The Joe Rogan Experience”, libres de las normas de corrección dominantes, formaron un mundo reflejado de una cultura de masas que intentaba purgarse de la masculinidad tóxica. Surgieron imitadores más impertinentes y desagradables.
Ahora que la “manosfera” disfruta de su nuevo estatus como brazo mediático del estilo de vida de los jóvenes partidarios de Trump y ejerce su propio poder político, muchos feministas y liberales están temerosos. Alarmados por el auge de la “manosfera”, algunos han sugerido que los liberales necesitan su propia versión de Joe Rogan.
Estos esfuerzos a menudo parecen no tener claro el trasfondo. Esto se debe a que aplicarle una sola etiqueta divisoria a una gama tan amplia de contenidos solo puede intensificar el creciente ciclo de acción y reacción impulsado por las redes sociales en la vida pública estadounidense.
Para quienes no ven nada rescatable en la “manosfera”, puede ser útil mantenerlo todo en perspectiva histórica. La fanfarronería de algunos de sus defensores puede hacer que parezca que estamos al principio de una era totalmente nueva. En realidad, cualquier momento dado es un punto en la curva sinusoidal de la política de género que está en constante estado de cambio. Sin la distancia del tiempo, es difícil saber cuán cerca estamos de la cresta de una onda.
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