Crítica: una maravilla por donde se la mire, Misión imposible 7 es un salto al vacío de Tom Cruise, y un gran acto de fe en el cine
Misión imposible: sentencia mortal, parte 1 (Mission Impossible: Dead Reckoning, Part One, Estados Unidos/2023). Dirección: Christopher McQuarrie. Guión: Cristopher McQuarrie y Eric Jendresen. Fotografía: Fraser Taggart. Música: Lorne Balfe (tema original de Lalo Schifrin). Edición: Eddie Hamilton. Elenco: Tom Cruise, Hayley Atwell, Simon Pegg, Ving Rhames, Rebecca Ferguson, Esai Morales, Henry Czerny, Vanessa Kirby, Pom Klementieff, Shea Whigham, Cary Elwes. Distribuidora: UIP. Duración: 163 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: excelente.
Un hombre solo sobre una moto pisa el acelerador, pone rumbo decidido hacia el precipicio y salta al vacío. Lo hace ante nuestra vista en un solo plano, para mostrarnos que no hay simulaciones, engaños o trucos escondidos detrás del prodigio. La pantalla no nos miente: el vuelo se hace sin red, sin recursos artificiales, sin una sola trampa digital. Es la apuesta temeraria de alguien que pone el cuerpo y se arriesga por completo. Para cumplir el propósito fijado vale la pena jugarse la propia vida.
Desde la butaca contemplamos la caída con la respiración contenida y empezamos a preguntarnos cuáles son las razones últimas y verdaderas que llevan a Tom Cruise a insistir con esas apuestas extremas. En el fondo, la verdadera misión imposible que Cruise y un inspirado guionista y director llamado Christopher McQuarrie están cumpliendo, porque decidieron aceptarla, es la salvación de aquello que durante algo más de un siglo venimos llamando cine.
Ese salto al vacío es el precio bien alto que Cruise paga de muy buena gana por ese rescate. Para reconocerlo hay que ver Misión Imposible 7 de la manera en la que el actor y McQuarrie nos piden que lo hagamos: compartiendo el asombro de manera colectiva, sentados a oscuras en un gran espacio, frente a la pantalla más grande, y con la mejor imagen y el mejor sonido a nuestro alcance.
Esa portentosa escena, que se nos viene anticipando desde los tiempos de un rodaje muy problemático en plena pandemia, le da además completo sentido a la primera parte del séptimo capítulo de Misión Imposible en el cine. “Dead Reckoning”, título original reemplazado aquí por el utilitario “Sentencia mortal”, es el término que en inglés se usa para fijar la posición de una nave o un avión a partir de la distancia recorrida desde un punto determinado.
En el comienzo de Misión Imposible 7 se utiliza esa referencia a propósito de los desplazamientos de un poderoso submarino ruso. En su interior está la clave que desatará una frenética (e inconclusa) búsqueda de dos horas y 45 minutos de la que participa Ethan Hunt (Cruise) junto a un grupo de antiguos y nuevos aliados y adversarios.
Antes de zambullirnos en esta extraordinaria aventura conviene refrescar la historia completa con una revisión de las seis películas previas, todas disponibles en streaming. En ese viaje el concepto de “Dead Reckoning” adquiere sentido completo. McQuarrie es el gran autor intelectual de la etapa más reciente (escribió la cuarta película y dirigió la quinta y la sexta), pero aquí, junto a Cruise, encara un recorrido de tres décadas a través de la historia personal de Hunt y de la propia saga cinematográfica. En esencia, ambas son lo mismo.
Más de una vez se invocan textualmente esos 30 años y el pasado regresa ahora a un personaje que, como se escucha en un momento de la primera película, pasó toda su vida comportándose como un fantasma. Todo empieza a crecer aquí en escala, magnitud y complejidad si lo vemos a través de un lente retrospectivo: qué lugar ocupa Hunt en el IMF (la agencia secreta encargada de ejecutar misiones imposibles), cuáles son sus atributos como espía, cómo se relaciona con su equipo (el que lo viene acompañando es el definitivo, después de varias entradas y salidas en los films previos) y por qué insiste en rebelarse y desobedecer las órdenes de una línea de mandos tan vertical.
Cruise y McQuarrie nos proponen en esta nueva aventura el juego más fascinante: que participemos, como en las grandes aventuras del cine del pasado, del descubrimiento de la posición que ocupan en el tablero. Ese “Dead Reckoning” del que están escapándose todo el tiempo. Además de encontrar el lugar de Hunt dentro de su propia historia, tenemos que reconocer el punto desde el cual se apoyan para encontrar a su enemigo.
Esta vez no hay personas para enfrentar y derrotar. Ya quedaron atrás el temible Sindicato y su diáspora, los Apóstoles. Ahora el adversario es inasible y casi indeterminado, porque tiene la elusiva e intangible forma de la inteligencia artificial (IA). Otra genialidad de McQuarrie: se le ocurrió una trama en la que el algoritmo es el enemigo a vencer mucho antes de que la IA ganara terreno entre las grandes inquietudes del futuro de la humanidad. Como las dos primeras aventuras de Terminator (otra gran fábula sobre este tipo de posibles amenazas) las películas de Misión Imposible resisten con gracia y seguridad el paso del tiempo.
Eso también es posible por el lugar en el que se plantan Cruise y McQuarrie para hacer lo más importante de todo: una gran declaración de principios en favor del cine. Identificar al algoritmo como el rival a vencer significa afirmarse en los recursos artesanales (o analógicos, como la propia trama lo sugiere) para enfrentarlo.
Y lo hacen con las armas que siempre distinguieron a Cruise y sus amigos en toda la historia de Misión Imposible: los golpes duelen, las peleas son crudas y verosímiles, la sensación de que el tiempo se acaba (esa clásica imagen hitchcockiana del suspenso insoportable frente al conteo previo al estallido de la bomba) no ofrece un solo artificio. Ethan Hunt es un artista del movimiento permanente. Nunca está quieto, corre y transpira de un modo que siempre nos resulta natural, creíble, cierto.
Las secuencias de acción son perfectas y resultan todo un muestrario de la imaginación infinita que tiene McQuarrie para la puesta en escena de una aventura entendida como cine en estado puro. Desde una secuencia extraordinaria, narrada con la elegancia de un gran pase de danza, en el aeropuerto de Abu Dhabi (llena de juegos basados en el cambio de identidad) hasta una increíble persecución automovilística por las calles de Roma llena de detalles cómicos, parecidas por momentos a las del cine mudo. También hay correrías en el desierto con espíritu de western y otra caza del hombre (visualmente extraordinaria) en la noche de Venecia.
Esta misión (¿final?) es la única que Hunt parece en un momento dispuesto a no hacer. Pero, paradójicamente, es la misión que lleva al máximo el compromiso del personaje con el sentido de su existencia. Lo mismo parece ocurrir con Cruise. A los 61 años parece haber encontrado su lugar en el mundo, su destino. Un viaje que empezó en 1997, con aquella primera película dirigida por Brian De Palma, con una escena en el tren de alta velocidad que une París con Londres, y encuentra hora su séptimo capítulo a bordo del Expreso de Oriente –protagonista de otra secuencia inolvidable–, ejemplo de suspenso bien entendido a través de la armonía perfecta y el equilibrio absoluto entre imagen, sonido, montaje, movimiento, gestos, miradas, reacciones.
Cine puro, hecho con inevitable ayuda tecnológica, pero a través de un concepto originario artesanal, analógica, apoyada en la historia y la memoria del mejor entretenimiento masivo. El salto al vacío de Tom Cruise es un acto de fe en el cine. Tal como la última gran estrella lo concibió junto a un director grandioso como Cristopher McQuarrie, algo así solo puede entenderse y disfrutarse a pleno dentro de una sala de cine. Misión Imposible 7 es una maravilla.