Marcos Zucker, el actor que fue maestro en el arte de hacer reír y sufrió una pena que le cambió la vida para siempre

Marcos Zucker, el actor que fue maestro en el arte de hacer reír y sufrió una pena que le cambió la vida para siempre
RAFAEL YOHAI

Era “todo un caballero”, “un artista sensible” y “un porteño de ley”. Así definen colegas y amigos a Marcos Zucker, el actor que murió un día como hoy, pero hace 19 años, de un infarto. Tenía 82 años y una vasta carrera que había vuelto su rostro familiar y querible para miles y miles de argentinos .

Había nacido el 15 de febrero de 1921, en el barrio porteño del Abasto. Hijo de inmigrantes polacos judíos, creció en una familia humilde, llena de carencias pero con el amor de 9 hermanos. Decía que en su casa “se vivía con la lágrima a flor de piel, tanto que hasta las alegrías se lloraban”. Solía contar que nunca supo si eligió su vocación o si ella lo adoptó a él, porque debutó en teatro con apenas 6 años, formando parte del elenco de Rosa de Oro, de Arturo Capdevila, donde interpretó al rey de los enanos .

“Estaba en la compañía infantil de Angelina Pagano y me acuerdo que canté las estrofas de ‘Garufa’ en un patio criollo. Por eso los pibes del barrio me llamaban ‘Garufa’, hasta que cumplí los 20 y eso ya sonaba feo”, recordaba sobre sus comienzos. Nunca más se bajó del escenario y se lució en teatro, cine y televisión. Le gustaba cantar tangos, sobre todo ese que Juan Antonio Collazo había compuesto hacia finales de los años 20 del pasado siglo; su especialidad, de hecho, era recitarlo al “vesre”. Otro de sus hermanos fue cantor de tangos bajo el seudónimo Roberto Beltrán.

Vida de actor

Marcos Zucker y Cipe Lincovsky, en 1968
Marcos Zucker y Cipe Lincovsky, en 1968


Marcos Zucker y Cipe Lincovsky, en 1968

Simpático y muy conversador, Zucker repetía que le resultaba imposible imaginar una vida sin teatro: “Si naciera de nuevo, haría de mi vida la misma puesta en escena. Y si el teatro no existiera, lo inventaría”. Se jactaba de no haber tomado nunca una clase de teatro, porque lo suyo era innato. “ Ningún maestro te puede enseñar el fuego que llevas en tu interior. Pero ¡ojo!, cuando hacía mis pequeños papelitos al lado de tipos enormes como [Florencio] Parravicini, Pepe Arias o Luis Arata, yo los miraba y luego imitaba sus gestos y los practicaba cuando llegaba a mi casa ”, decía.

En teatro trabajó muchos años de la mano de Luisa Vehil, con quien protagonizó La alondra. Hizo teatro de revistas en Buenos Aires y en Mar del Plata y estuvo durante siete temporadas en Chile, con la comedia musical El violinista en el tejado. “ Yo tenía 20 años e hicimos un sketch en el Maipo. Como compañero era una maravilla, un caballero. No volví a cruzármelo, pero era un actor admirable ”, rememora Mimí Pons, en diálogo con LA NACION.

Debutó en cine en 1938, con El casamiento de Chichilo, película a la que le siguieron muchas otras, entre ellas Corazón, El Crack, La cigarra no es un bicho, El verso, Los insomnes, Tiro al aire, Departamento compartido, Así no hay cama que aguante, El divorcio está de moda, Amor a primera vista, ¡Qué noche de casamiento!, La otra y yo, Juvenilia, Nosotros... los muchachos, y tantas más. Sus últimos trabajos en cine fueron Ángel, la diva y yo y El mar del Lucas, de 1999, y Gallito ciego, de 2000.

Graciela Alfano compartió con Zucker el set de la película Gran valor, en 1980. “El personaje de él era Rusestein y aunque no fueron muchas las escenas en que coincidimos, lo recuerdo como a una persona muy amable, alegre y comprometida con su trabajo. Me decía que tenía que prepararme mucho para hacer comedia porque hacer reír es tan difícil como emocionar . Que tan importante era el ritmo y el tono en los diálogos para no romper la magia de esa carcajada o sonrisa que queríamos lograr. Es lo que ocurre con los buenos maestros, no olvidamos sus palabras”.

“ Marcos era gran actor con el que compartí escenas de películas inolvidables. Se destacaba por su gracia natural. El mejor de los recuerdos para él ”, le confió a LA NACION Chico Novarro, quien trabajó con él en Los caballeros de la cama redonda, en 1973.

Inolvidables personajes

Tincho Zabala y Marcos Zucker, en 1999
FOTO: AGENCIA MAR DEL PLATA


Tincho Zabala y Marcos Zucker, en 1999 (FOTO: AGENCIA MAR DEL PLATA/)

La época de mayor popularidad de Zucker fue cuando hizo La tuerca, en la década del ‘60, luciéndose con improvisaciones, toda una audacia en ese entonces, y una nutrida galería de personajes, entre los que se destacaban “El jubilado” e “Isolina”, junto a Carmen Vallejos, Nelly Láinez y Guido Gorgatti. También hizo El chupete, Operación Ja, Ja, Ja, la novela Las tres caras de Malvina, Un verano con Olmedo, Calabromas, El contra, Supermingo, y los ciclos Los machos, De corazón, Compromiso, Son de Diez.

Zucker hablaba de sus éxitos, pero también de sus fracasos, y muchas veces recordó el mal momento que vivió cuando cancelaron su personaje en la tira Cebollitas: “ Cuando me sacaron de Cebollitas me sentí muy mal porque la falta de respeto me duele, y que los productores jóvenes no conozcan a los actores de mi generación no es culpa nuestra ”. También se quejaba de que no hubiera personajes para personas mayores dentro de los programas televisivos y se sentía desplazado.

El dolor más grande

El actor tuvo cuatro hijos: Ricardo Marcos, Cristina, María Leticia y Leonardo. El mayor, Ricardo, fue secuestrado en plena dictadura militar, y desde entonces Zucker andaba por la vida con una pena en el alma que le era difícil disimular. Nunca volvió a ser el mismo de antes .

Cuando hablaba de su propia muerte, decía: “El día que me vaya, pocos se darán cuenta, serán unos cinco o seis... No es que no me sienta querido, es que los que podrían llorarme ya no están. Y, además, para ese día no querré lágrimas: me gustaría un aplauso cerrado”.

Le gustaba tomarse un whisky cada noche, pero su médico de cabecera se lo prohibió en el 2000, luego de un susto por el que estuvo internado varias semanas. “Está bien, el alcohol lo entrego, pero las ‘chichis’ no. No se puede vivir sin vicios”. Cuando se refería a las chichis hablaba de las carreras de caballos; “su perdición”, decían en su familia. Le gustaba ir a las carreras y, claro, no siempre ganaba y entonces se justificaba: “Debe ser feo ser siempre un ganador”, bromeaba.