Margarita, Benedicta y Ana María: los tres diferentes destinos de las hijas de un rey

El balcón del palacio de Christiansborg se prepara para la llegada de una nueva era: este domingo 14 de enero la reina Margarita dejará el trono después de 52 años y su hijo mayor será proclamado rey con el nombre de Federico X. Él nació siendo príncipe heredero y ahora se convierte en el jefe del Estado danés. Su destino estaba escrito y, de momento, nada lo ha desviado. Dentro de una casa real el futuro puede ser algo previsible, sin embargo, no está exento de vaivenes. Su abuelo, Federico IX, lo vio así cuando propuso la reforma legislativa para que su hija Margarita pudiera sucederle algún día, de lo contrario la corona hubiera pasado a su hermano. El rey que tenía tres hijas consiguió su propósito y su primogénita llegó al trono como Margarita II. ¿Qué ocurrió con las otras dos? Las princesas danesas Benedicta y Ana María experimentaron los distintos caminos que puede tener la hija de un rey.

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El trono para Margarita

El camino de Margarita quedó claro: en 1953 el parlamento danés la designó princesa heredera y cuando cumplió los 18 años – el 16 de abril de 1958- se le asignó un asiento en el Consejo de Estado y comenzó a presidir las reuniones en ausencia de su padre. Margarita estudió filosofía en la universidad de Copenhague, arqueología en la universidad de Cambridge y distintos grados sobre ciencias políticas y relaciones internacionales entre las universidades de Aarhus, la Sorbona de París y la London School of Economics. Aprendió a hablar sueco, francés, inglés y alemán y realizó el servicio militar voluntario con el Cuerpo Aéreo de Mujeres.

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Durante su tiempo de formación en Londres conoció al francés Henri Marie Jean André, hijo del conde de Laborde de Monpezat y que trabajaba como secretario de la embajada francesa en el Reino Unido. Con la autorización del Rey y del Parlamento, la princesa heredera se casó con el diplomático francés el 10 de junio de 1967 en la Copenhague. Su boda fue un acontecimiento nacional, tanto su padre (Federico IX) como su abuelo (Christian X) habían sido monarcas muy populares, en parte por el papel que adoptaron durante la invasión de Dinamarca por la Alemania de Hitler.

El rey Federico IX falleció en enero de 1972, marcando el inicio del reinado de su hija. La princesa Margarita asumió la jefatura del Estado con tristeza y compromiso, entonces tenía 32 años y su hijo mayor, el príncipe Federico, tenía solo cuatro. Así inició la reina Margarita un reinado de 52 años que termina este 14 de enero de 2023. Su destino fue llevar la Corona y se pensaba que la llevaría hasta el final. empieza un tiempo distinto y aunque abdica sigue conservando el titulo de Reina, el tratamiento de Su Majestad y será regente, pudiendo hacer funciones de jefe de Estado.

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Benedicta, una pieza clave

La princesa Benedicta nació cuatro años después que la princesa Margarita y como hija del príncipe heredero recibió todos los honores desde la cuna del Palacio de Amalienborg, a pesar de venir al mundo en un tiempo complicado, ya que por aquel entonces Dinamarca estaba ocupada por la Alemania nazi. Su madre, princesa sueca de nacimiento, introdujo a sus hijas desde bien pequeñas en las labores institucionales. Por aquel entonces no estaba previsto que Margarita llegara al trono pero ellos, los príncipes Federico e Ingrid, sí iban a reinar y sus hijas tendrían un papel destacado.

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Si desde el principio el rey Federico IX comenzó a instruir a la princesa Margarita con el fin de que algún día la sucediera, la reina Ingrid vio en su hija Benedicta a la segunda de a bordo que todo barco necesita. La princesa Benedicta solo tenía tres años cuando sus padres accedieron al trono y entonces empezó a acompañar a su madre en actos oficiales y, en cuanto tuvo edad, comenzó a sustituirla en labores honoríficas a las que la reina consorte no podía acudir por motivos de agenda. Este papel -clave, discreto y de segunda fila- es el que ha desempeñado toda la vida.

Cuando Margarita se convirtió en reina, tanto su madre como su hermana, entendieron que su papel era crucial para el sostenimiento de la monarquía y nunca se movieron de su lado, tanto en la vida oficial como en la familiar. Ambas, la reina madre Ingrid y la princesa Benedicta, retomaron los patrocinios y las labores que hasta entonces cubría la princesa heredera, mientras esta se enfrentaba a una jefatura del Estado en un clima a veces hostil; ya que si bien la mujer danesa avanzaba rápidamente en la vida pública, había quien se cuestionaba si la joven reina sería capaz de compatibilizar el trono con la maternidad. En esto la reina madre también tuvo un papel desatacado, ya que ella hizo de madre con los príncipes Federico y Joaquín cuando Margarita II tenía que ausentarse.

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La princesa Benedicta ha sido, como todos los segundos, mucho más libre, pero nunca ha puesto a su hermana en una situación comprometida. Ella también acudió a los mejores internados de la época pero no tuvo una formación universitaria comparable con la de su hermana mayor. Se casó en 1968 con un noble alemán (Ricardo de Sayn-Wittgenstein-Berleburg) y tuvo tres hijos. Mientras se convirtió en mucho más que una hermana para Margarita, la princesa Benedicta ha sido consejera, amiga, protectora e, incluso, regente, es decir, es de las pocas personas que pueden representar a la jefa del Estado, un papel que la reina Margarita le confió a ella y nunca, por ejemplo, a su marido el príncipe Henrik. A estas alturas es impensable imaginarse los 52 años de reinado de la soberana danesa sin su hermana a su lado.

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Ana María, de princesa danesa a reina de los helenos

El destino de la tercera hija que tuvieron el rey Federico y la reina Ingrid de Dinamarca un año antes de llegar al trono es otro de los posibles: protagonizar una de las historias de amor de la realeza moderna y cambiar de reino. La princesa Ana María tenía solo trece años cuando se enamoró de Constantino, que entonces era príncipe heredero de Grecia. Tanto el rey Federico de Dinamarca como el rey Pablo de Grecia acordaron que tendrían que esperar a los 18 años de la princesa pasa casarse, sin embargo, uno de los dos no vivió para presenciar la boda. Pablo de Grecia murió en marzo de 1964: entonces su hijo se convirtió en rey de los helenos y se casó seis meses después con la princesa danesa Ana María, que en ese momento se convirtió en reina de Grecia.

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Constantino y Ana María se convirtieron en los reyes más jóvenes del mundo (él con 24 años y ella con 18) pero su reinado fue breve: en abril de 1967 estalló un golpe de Estado que llevó a la Familia Real griega a la exilio, en 1973 fue depuesto como monarca y la familia se estableció en el Reino Unido, donde fueron bien recibidos por la reina Isabel II y por toda la familia Windsor. Tuvieron cinco hijos, de los cuales solo los dos mayores (los príncipes Alexia y Pablo) nacieron en Grecia, un país al que durante un tiempo no pudieron volver, pero donde consiguieron establecerse para vivir los que fueron los últimos años del rey Constantino, fallecido en enero de 2023 y cuyos restos mortales descansan el cementerio real del palacio de Tatoi, el lugar que un día también fue el hogar de la reina Sofía.

"La familia lo era todo para ti y nuestra madre. Creaste una familia unida por el amor y el deber a la Patria" , dijo Pablo de Grecia como nuevo jefe de la Casa Real durante el funeral que se celebró en Atenas en memoria de su padre. Esa frase lo resumía todo: Constantino vivió para Ana María y Ana María para Constantino. El destino de la hija pequeña del rey danés resultó ser el amor, a su marido, a sus hijos y a sus nietos. Ellos la arroparon en la durísima pérdida y consiguieron que este verano volviera a sonreír. Para la reina Ana Maria y para los suyos (igual que sucede con la princesa Benedicta) siempre ha habido un lugar en la corte danesa, no en vano, los hijos de Ana María de Grecia son príncipes daneses.

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Las tres hijas del rey Federico IX y la reina Ingrid siempre se han cuidado entre ellas, sin embargo, ahora se enfrentan al eterno retorno: las tres están viudas y coincide que sus papeles institucionales pasan a un segundo plano, como cuando eran niñas.

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