Mariano Tenconi Blanco: de la adolescencia con Borges y el amor por Nancy Dupláa a recrear en teatro el rico universo femenino
Un maestro lee a sus alumnos de cuarto grado El fantasma de Canterville. Mariano Tenconi Blanco, un estudiante del aula, es capturado por el entusiasmo de su docente y la historia de un alma en pena que vive en un castillo y se anima a hacer su propia versión del relato. Escribe a mano en un bloc de hojas del trabajo de su papá, que tenían el sello de una conocida marca de vermut. Junta el montón de papeles, los abrocha y le pone como título El fantasma de Greenwich, ya que lo asocia con el meridiano, otro tema que aprendía por esos días en la escuela. De ese primer libro a convertirse en un autor y director de teatro que sostiene espectáculos en cartel durante más de seis temporadas, que puede estrenar en los circuitos comerciales, independientes y oficiales sin soltar la complejidad de sus propuestas, sucedió un punto de inflexión: dejar la prosperidad de un trabajo como vendedor y asumir el riesgo de consagrar su vida a un dios que para él se llama “Teatro”. “Es más complejo y profundo creer en los dioses griegos que creer en el dinero”, dice, y revuelve la bombilla del mate a días de viajar a Madrid, donde presentará La mujer fantasma, obra en coproducción con la compañía catalana T de Teatre en el Centro Dramático Nacional de España.
Antes del famoso salto al vacío que significó dejar todos los caminos previsibles por el teatro, la vida de Mariano Tenconi Blanco era el claro ejemplo de una familia de clase media trabajadora, que le inculca a su hijo la importancia de tener un estudio que le diera una rápida salida laboral. Su papá arrancó a los 16 años, cuando se instalaba en el hall de un edificio y ayudaba a descargar cajas a un vendedor, con tanta insistencia que un día le dijo: “¿Querés trabajar? Estas son máquinas de escribir, necesito que las vendas” y así comenzó a viajar por el país vendiendo un objeto que será, mucho después, el principal motor de pasión y trabajo para su hijo: la escritura. Pero esa noción todavía no estaba tan clara para esta familia que le pedía al joven Mariano que aprenda inglés y elija una carrera que le dé trabajo. A los 14 años, ya era un lector de Céline, Dostoievski y Borges. Un mundo interior que puede convivir con el del adolescente promedio de la época, que mira con devoción Montaña rusa y siente que Nancy Dupláa es la primera mujer que amó.
Al igual que su papá, la vida de Mariano en modo vendedor arrancó muy joven. Pasó de empresas chicas hasta una multinacional. Lo primero que hizo fue vender papeles y dispensers para baños, para secarse las manos. Estamos a comienzos de 2000 y estos dispensers se traían desde Suecia. “¡Toallas hechas con papel sueco! Yo iba a los bares de Parque Patricios que tenían colocados estos dispensers y la crisis era fatal, estaban todos los restaurantes vacíos, las peluquerías vacías, los cafés vacíos. Los clientes me decían: ‘Flaco, con suerte voy a poner un rollo de cocina para que la gente se seque las manos, no te voy a comprar nada. ¿No ves cómo estamos?’. Yo mismo pensaba: ¿Por qué nos tenemos que secar las manos con toallas suecas? ¿No se pueden fabricar acá? Iba con un maletín, una cara de nene terrible y me sacaban en dos minutos. Creo que lo poco que vendí, fue porque me tuvieron lástima”.
Charly García y el fitito rojo
El hijo cumple con el mandato familiar y se recibe a los 22 años de licenciado en Marketing. Lo más cercano que pudo encontrar al uso de cierta versión de la imaginación, si su vida iba a estar dedicada a la publicidad. En su mente, navegan desordenados cierto acceso a las artes: su lectura autodidacta, la música que escuchaba su papá, sobre todo Charly García, en un fitito rojo que siempre estaba arreglando y las películas que veía con su mamá. “Una canción o una película me fue llevando a otras. En un momento me compré un álbum que se llamaba Artaud y luego quise ver quién era esa persona. Eso me llevó a leer a Rimbaud y así fui armando una constelación de artistas ”, cuenta.
La incertidumbre laboral cambió con el paso del tiempo y el título bajo el brazo. A los 25 años, consigue un trabajo para una empresa norteamericana que fabricaba vasos térmicos. “Me pagaban un fangote de plata, me daban un auto para trabajar y la nafta gratis y viajaba dos veces por año a los Estados Unidos”. Ahí, cuando las condiciones eran inmejorables, cuando Mariano ya no daba lástima, entiende, también, que no es feliz y decide renunciar. Para sus padres, la decepción es total. Un hijo que estaba bien plantado en la vida, ¿deja todo por el teatro?
La decisión se había masticado un poco antes, durante sus clases en Puán, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Empieza a leer dramaturgos argentinos como Rafael Spregelburd, Alejandro Tantanian, Daniel Veronese y Javier Daulte, se hace amigo de actores y actrices que lo invitan a sus clases de teatro y hasta participa como oyente de los famosos cursos del director Ricardo Bartís. La universidad le ofrece un sistema de lectura. “Aprendí a poner en relación los textos, es una lectura creativa, que es una forma de enseñarte a escribir”, dice. Ya en este momento, llega la que considera la mejor decisión de su vida: Alejandro Tantanian le ofrece ser asistente de dirección en el espectáculo Las islas, una versión escénica de la novela de Carlos Gamerro sobre Malvinas. Si en su trabajo le pagaban 10, en esta propuesta como mucho iba a ganar dos y además eran solo dos meses de trabajo, pero él aceptó. Renunció a todo, devolvió auto, viajes, sueldo, maletín y empezó a ensayar. Se dice a sí mismo: encontré mi deseo, después veré de qué vivo.
La primera obra
En 2010 estrenó su primera obra, Montevideo es mi futuro eterno, con el foco puesto en los movimientos políticos armados que surgieron en la década del 60. Desde ahí, su trabajo comienza a navegar entre distintos puntos de la historia del Río de la Plata, la tradición de sus escritores y los juegos del teatro. Espectáculos como La vida extraordinaria, Todo tendría sentido si no existiera la muerte y Las cautivas fueron una auténtica irrupción en el mapa del teatro porteño. Su vuelo literario y el diálogo que establece con los grandes textos de la literatura universal, las relaciones con la historia y la reescritura desde la ficción de ciertos mitos fundacionales, el humor desenfrenado y la vuelta a la narración, han sido los puntos fuertes con los que Mariano Tenconi Blanco consolidó su carrera como dramaturgo y director. “Me conmueve pensarme en relación con la historia de la literatura. Cuando escribo no pienso que soy un tipo de 40 años en 2025 que está haciendo una obra para estrenar en un mes, sino que hay un montón de hombres y mujeres que hicieron cosas y yo estoy con ellos, de alguna manera. Desde Shakespeare en el 1600 hasta Manuel Puig. Hay algo que nos trasciende. Cuando ensayo en el Teatro San Martín y dice “Hall Alfredo Alcón”, pienso en él y en tantos actores y actrices geniales y directores que han pasado por ahí. Siento que tiene un peso muy potente estar haciendo eso, en tiempos donde todo es efímero, donde una historia en Instagram dura 24 horas, donde se impone la urgencia y nada importa mucho y todo es éxito y productividad, yo siento un hogar en la idea de trabajar con la tradición a la que pertenezco”.
El sello de Mariano Tenconi Blanco no terminaría de definirse si no se habla de la insistencia por retratar personajes femeninos en su teatro. Su recurrencia, como casi todo, se explica en la patria de la infancia. Fue a un colegio solo para varones en La Paternal. Su recuerdo de esa experiencia no es nada estimulante: compañeros que únicamente juegan a la pelota, se empujan sistemáticamente y compiten para saber quién patea más fuerte, quién da el primer beso a una mujer, luego quién tiene sexo primero. De ese ambiente hostil, la contrapartida era el campo femenino de su casa, compuesto por su mamá y su abuela. Ese espacio era el lugar del cuidado, la seguridad y también dónde podía expresar inquietudes que eran atacadas en el entorno masculino: escribir, leer, dibujar. “La posibilidad de inventar un mundo mejor estaba asociada a las mujeres. Con mi abuela sentía que no era juzgado, que no tenía que cumplir con las demandas de la masculinidad, que son estúpidas y densas ”, piensa. Mariano viaja por estos días a Europa para estrenar la historia de cuatro maestras tomadas por la melancolía cuando la aparición de una mujer fantasma les permite conectar con un portal a otro mundo. En su caso, su umbral hacia lo distinto es, está claro, el teatro sagrado.