Matilda, el musical: entretenimiento y un gran despliegue escénico puesto al servicio de un mensaje potente
Matilda, el musical. Autores: Dennis Kelly y Tim Michin, sobre el relato de Roald Dahl. Dirección general: Ariel Del Mastro. Dirección de actores: Marcelo Caballero. Dirección vocal: Sebastián Mazzoni. Intérpretes: Laurita Fernández, Agustín “Soy Rada“ Aristarán, José María Listorti, Fernanda Metilli, Deborah Turza, Lionel Aristegui, Eluney Zalazar, Rodrigo Villani, Emiliano Pi Álvarez, Catalina Picone/Isabella Sorrentino/Victoria Vidal (Matilda) y Benjamín Pintos Salgado/Dante Barbera/Francisco Barrera Oro (Bruce) y elenco. Escenografía: Jorge Ferrari. Diseño de coreografía: Analía González. Coreografía: Rosario Asencio. Iluminación: Gaspar Potocnik. Vestuario: Alejandra Robotti. Maquillaje: Marcos Aranda. Peinados: Camila Araujo. Duración: 120 minutos. Sala: Teatro Gran Rex, Av. Corrientes 859. Funciones: miércoles, jueves y viernes a las 20, sábados a las 15 y 19, domingos a las 14.30 y 18. Nuestra opinión: muy buena.
Matilda se ha convertido en un personaje icónico, en su recorrido desde las páginas de la novela escrita por Roald Dahl, pasando por la película con Danny DeVito y el musical de largas temporadas en Broadway y Londres, hasta la reciente remake en Netflix. Con el estreno de Matilda, el musical en el Gran Rex, con una puesta en escena de Ariel Del Mastro, cobra ahora una fuerte presencia en la escena local. La historia de la niña que se sobrepone a un entorno negativo, de padres que la desprecian y una directora de escuela dictatorial, es un canto a la resiliencia infantil .
Pero hasta que ello se concrete, es Tronchatoro, la implacable directora de la escuela de Matilda, la verdadera protagonista de buena parte de la obra. Agustín “Soy Rada“ Aristarán le impone a su personaje una fuerza avasalladora, cargada de feroz comicidad. Redobla así la apuesta inicial que representa el sesgo caricaturesco de la disfuncional familia de Matilda, encabezada por un padre misógino y estafador, interpretado por José María Listorti con histrionismo marcado con precisión para evitar el desborde y con buena proyección en el canto. Y por una madre (Fer Metilli) que sólo piensa en diversiones superficiales.
Finalmente, tras humillaciones y arbitrariedades, se le opone a esta constelación de obstáculos la rebelión de los niños, encabezados por Matilda y por Bruce, el chico que peor la pasa, al ser sometido por Tronchatoro a un feroz castigo por haber probado la torta de la directora.
En la versión del musical no es tanto el poder mágico de Matilda, puesto en primer plano en la película, el que pone contra las cuerdas a la directora, sino la firme voluntad de la niña de no resignar sus convicciones y la forma en que transmite este sentimiento a sus compañeros. Es en ese final arrollador de los chicos cantando sobre los pupitres, encabezados por Matilda y Bruce empoderado (interpretados en la función de estreno por Catalina Picone y Francisco Barrera Oro, respectivamente), donde se pone en juego el potencial del elenco infantil, denotando un contagioso entusiasmo por el triunfo de la libertad lúdica.
Sobre un dispositivo escenográfico que se mantiene a lo largo de la obra, ampliando el espacio del escenario propiamente dicho, se suceden variaciones visuales atractivas, eficazmente apoyadas por los efectos lumínicos. Desde el desfile de cochecitos de bebés recién nacidos que abre la obra, hasta las hamacas en que se columpian niños hacia la platea, imágenes que otorgan una dinámica de movimiento singular a los temas musicales que las acompañan.
Llega incluso el momento en que la acción involucra a la platea, primero marcando el clima opresivo impuesto por Tronchatoro, pero luego en una expansión de jubiloso desorden lúdico, con un vuelo multitudinario de avioncitos de papel.
Se intercala hábilmente en el desarrollo de la trama el ámbito más recogido de la biblioteca a la que asiste Matilda para encontrar espacio en que explayarse en su capacidad no solo de lectora, sino también de creadora de historias. Allí le narra la niña a la bibliotecaria (Déborah Turza) un cuento que parece emerger de su fantasía, cuya trama circense de acrobacia y escapismo de trágico final se representa a modo de telón de fondo.
Pero más que en estas escenas con la encargada de la biblioteca -claves para el desenlace posterior de la trama, pero un tanto frías en su desarrollo-, se genera una particular empatía e intimidad en el vínculo entre Matilda y la maestra Señorita Miel. Laurita Fernández se destaca como la docente que se identifica con Matilda, tanto en los matices que imprime a su canto, como por la sutileza con que hilvana la relación de su personaje con la niña.
El elenco infantil, que se rota en tres formaciones por la frecuencia de las funciones, exhibió en el estreno la solidez con que emergió del extenso ciclo de selección, formación y ensayos que se inició a fines del año pasado. El rodaje que les dará la sucesión de funciones les agregará previsiblemente más soltura, como lo mostraron incluso en la misma noche de estreno, a medida que avanzaba la función, en el canto solitario de Matilda del bello tema “Calma” y en esa explosión de alegría en el final.
Roald Dahl y quienes retoman su relato reivindican la infancia y en particular a las niñas como sujetos de una capacidad de juego e inventiva que se articula con el placer del conocimiento, confrontados con un mundo adulto, en el que hay mucha negación de esta elección vital, pero también posibles aliados valiosos. El musical, con su cuota de humor y su dinámica agilizada por las canciones, es en este caso, en el estilo encarado por Del Mastro y sostenido por la producción de Carlos Rottemberg y sus asociados, un formato que conjuga el entretenimiento con un mensaje potente: no dejemos a los niños a merced de quienes los coartan, encontremos en ellos interlocutores para vivir con plenitud. Es decir, nunca mejor dicho, una obra para grandes y chicos.