Miguel Ángel Rodríguez: del recuerdo de su ilustre exsuegro a la invitación fallida a su actual pareja
MAR DEL PLATA.- “Quieto fue siempre una propuesta muy interesante de encarar. La comenzamos haciendo en un teatro alternativo, algo diferente para mí, una calle que nunca había caminado, como también me sucedió con Edmond en el Teatro Alvear”.
Punto de inflexión en la carrera de Miguel Ángel Rodríguez. El actor, que comenzara su tarea en los medios detrás de cámaras y se hiciera popular por sus intervenciones de humor -generalmente con logradas imitaciones- en el programa de Marcelo Tinelli, viene transitando un tiempo de búsquedas artísticas. Quizás emparentadas con sus cambios personales: se divorció, luego de muchos años de matrimonio, de la madre de sus hijos y conformó hace tiempo una nueva relación .
“Quieto ha tenido un gran camino, pero siento que, en algún momento, va a tomar un vuelo aún mayor. El día que vino a ver la obra Carlitos (Rottemberg), también lo hizo Andrea Stivel, amiga y responsable de la programación del Teatro Astros”.
El actor hace hincapié en esas simbologías. Productores del circuito comercial que husmean con sensible curiosidad la escena off en busca de pequeñas grandes perlas, generan un saludable intercambio que rompe barreras poco estimulantes y permite expandir el paladar de los espectadores. Quieto, la obra que actualmente protagoniza en la sala Bristol de Mar del Plata, es uno de los saludables hallazgos de la temporada 2024 de Buenos Aires y de la actual cartelera de La Feliz.
Al día siguiente de ver la obra en la sala Nün de Villa Crespo, Carlos Rottemberg se mensajeó con el actor y le dijo: “Pocas veces lloré con una obra de teatro, esta es una de esas. ¿Quieren ir a Mar del Plata?”. Hacía poco tiempo que había fallecido Miguel Rottemberg, el padre del empresario, lo cual le confirió a la expectación de la pieza connotaciones muy personales. Corría el mes de noviembre y dos días después de ese mensaje, el equipo responsable de Quieto estampaba los dedos sobre una hoja, la forma en la que “el señor de los teatros” y su hijo, el productor Tomás Rottemberg, acuerdan con sus artistas la confirmación de una temporada.
Quieto, escrita y coprotagonizada por Florencia Naftulewicz y dirigida por Francisco Lumerman, es un conmovedor encuentro entre un padre viudo -detenido en el tiempo ante la ausencia de su esposa- y una hija que intenta despertarlo de ese estado de vida latente y en duelo prolongado. Renzo, el anciano entregado, no se mueve de su sillón. Símbolo puro. El intercambio entre ambos es un duelo poético y filosófico sobre la existencia. Un material que permite que el espectador se encuentre con un actor diferente. “Es una obra como para (Luis) Sandrini”. No erra. El humor y la emoción se amalgaman como le sucedía a personajes como el recordado Felipe.
Entorno
A un actor de su popularidad, la postal de los edificios del Casino Central y el Gran Hotel Provincial de Mar del Plata le sientan muy bien. Los turistas -de sombrilla y heladerita en mano- que se lo cruzan lo saludan con afecto y con la cercanía de un viejo conocido.
Como distanciado de su propia existencia, observa la baldosa de la vereda del Hotel Hermitage donde alguna vez estampó sus manos junto los nombres de grandes celebridades. Juega esa suerte de “otro yo” impregnado en el cemento. Antes de retomar la charla con LA NACIÓN, aparece un turista impensado, el actor Diego Pérez, generacional y de códigos cercanos a los de Rodríguez. Escuchar a ambos recordar anécdotas en plena calle es un deleite que bien podría ser capitalizado por un historiador del teatro popular argentino. Dan ganas de invitarlos a comer y que la sobremesa se extienda por siempre.
En el señorial salón del Hermitage alguien ofrece café, pero Rodríguez pide agua caliente para reponer su termo y continuar con la ronda de mates. Campechano a más no poder. Auténtico.
–¿Cómo te llevás con la popularidad?
–Siento que bien. Haber aprendido a limpiar las herramientas en los talleres te hace entender muchas cosas y te hace valorar el trabajo de los que están atrás, porque antes estuve ahí.
–Y junto a figuras relevantes.
–Estuve atrás de Juan Alberto Badía y Jorge Guinzburg, por nombrar solo algunas de las grandes personalidades con las que trabajé; con ellos, aprendías o aprendías.
Juan Alberto Badía, Jorge Guinzburg y Roberto González Rivero fueron algunos de los que le insistieron para que actuase frente a cámaras. Él se negaba una y otra vez. Lo suyo, según su entender, era la producción. Sin embargo, todos le veían “algo”. Eso llamado histrionismo, chispa. También Alejandro Dolina fue uno de los que le ofrecieron mutar de rol cuando Rodríguez formaba parte de la producción de La barra de Dolina, en el antiguo Canal 11.
Hubo un día en el que, finalmente, la historia mutó su rumbo. En la década del noventa, Telefe sufrió un incendio. Tiempos donde Miguel Ángel se desempeñaba en la producción del ciclo de Marcelo Tinelli. “Eduardo Husni me propuso grabar algo en la calle, porque nos faltaba material”. Salió a la vereda, se encendió la cámara e imitó a un hombre -que había sido invitado al programa de Susana Giménez- que resolvía dificultosos cálculos matemáticos de memoria y apelando al tic de tocarse la corbata. “Me peiné con gomina, me compré unos anteojos, me puse un traje y salí a hablar con la gente”. Aquello gustó mucho y fue el disparador de su carrera artística. Lo que no pudieron Badía, Guinzburg y Dolina, lo logró la emergencia de un canal diezmado por un incendio.
–¿Cuándo y cómo te desvinculás de la producción y decidís dedicarte a la actuación?
–Claudio Villarruel me dijo: “Da el paso adelante, animate”. Obviamente era un tema que él también ya había hablado con Marcelo (Tinelli). Ellos me ayudaron mucho, lo mismo que Alejandro Stoessel. Tuve suerte.
Dejó la coordinación de producción y pasó a formar parte de ese staff de humoristas en tiempos de bloopers, cámaras ocultas, notas a celebridades, imitaciones y sketches. En 1998 y 1999 hizo Los Rodríguez, un ciclo de humor propio, y luego llegaría una versión de La peluquería de Don Mateo. “Gustavo Yankelevich fue otro de los que confió en mí”, sostiene, y recuerda que otro gran paso importante fue su mudanza a eltrece para trabajar en ficción. “Fue muy lindo entrar a Polka y trabajar con Adrián (Suar)”.
Si se destacó como humorista en ShowMatch, como actor fue muy efectivo en las comedias de televisión Son amores y Los Roldán, en tiempos de cifras de rating importantes, esas que daban popularidad con mayúsculas.
“El Ruso”
–¿Cómo era la “escuela Gerardo Sofovich”?
-Cuando hice La peluquería de Don Mateo, Gerardo llegaba al piso y nos indicaba oralmente qué decir y dónde pararnos. Armaba el juego y se iba al control para empezar a grabar.
–¿Sin libro escrito?
–Él indicaba verbalmente, tenía en su cabeza la situación y había que salir a jugar ese partido. Fue una gimnasia impresionante.
–¿Permitía sugerencias?
-Había que saber cómo decirle las cosas. Bajito, al oído: “Gerardo, te parece tal cosa”. Y, como no era tonto, si le gustaba la idea te decía “hacelo”, pero el subtítulo era: “es una idea mía”. Era vivo, inteligente, periodista y arquitecto. Hablaba cinco idiomas.
–Y con un llamativo olfato para lo popular.
–Conocía como nadie lo que le gustaba a la gente. Supe sacarle el juego y aprender, siempre fui muy entregado.
–”Primero que te crean, después que te quieran”.
–Me lo dijo China Zorrilla y no me canso de repetirlo. Hizo de mi mamá en Los Roldán y fue otra de las enormes que me enseñaron tanto. Yo decía: “laburo bien, porque la tengo a ella al lado”. Cada tanto, ligaba un almuerzo a solas, porque todos querían comer con ella, y no paraba de escucharla, era una esponja.
El suegro ilustre
Miguel Ángel Rodríguez tuvo dos hijos -Imanol y Felipe- con Maribel Altavista, hija del recordado prócer del humor Juan Carlos Altavista. Vueltas del destino artístico, Rodríguez hizo una formidable recreación de Minguito Tinguitella, el querible personaje que interpretaba su suegro, tanto en teatro como televisión.
En una de las últimas temporadas del programa Polémica en el bar, cerraba cada envío con un monólogo de su personaje. La Guerra de Malvinas o el Día del padre fueron disparadores de textos sumamente emotivos.
“Ya estaba separado cuando hicimos eso. Recuerdo que, luego que salió al aire el primer monólogo, donde homenajeaba a los héroes de Malvinas, llegué a mi casa y escuché un mensaje que me habían dejado los excombatientes; no lo podía creer”.
–¿Cómo era Juan Carlos Altavista?
–Muy profesional, había estudiado en el Instituto Labardén y era un obsesivo del laburo. Sabía cantar y bailar.
–¿Te llegó a ver actuar?
–No, falleció antes que yo pasara de atrás a delante de cámara. De hecho, la ropa que yo usaba cuando recreaba a Minguito la busqué mucho, pero no era la original del personaje.
–¿Se acabó el humor en televisión?
–Hay humor, lo que pasa es que cambió de formas.
–¿Dónde encontrás humor?
–Hoy un noticiero lo conduce un chico con tatuajes y aros que bromea con sus compañeros y que, segundos después, te cuenta que hubo un crimen.
–Es una práctica un tanto irresponsable...
–No es una crítica, estoy describiendo. Por otra parte, el humor también está en los teléfonos, porque mucha gente hace humor en sus propios canales.
–¿Funcionaría hoy un formato de humor en la televisión abierta?
–Creo que sería un suceso una buena comedia familiar que tocase los temas actuales. A mis 64 años, estoy con ganas de hacer eso, de poder hablar de lo que sucede hoy en las familias, de pensar en los temas de género, en el aborto y también en cuestiones más pasatistas, pero en el marco de una ficción familiar. Son formatos que afuera funcionan, como Modern Family.
Sus hijos continúan sus pasos artísticos. Felipe es músico e Imanol pivotea en la actuación y el streaming, actualmente formando parte de Una familia de locos, comedia que se da en el Provincial y cuyo elenco encabeza Mariano Iúdica. Miguel Ángel Rodríguez no puede evitar su orgullo al observar por la ventana la marquesina que anuncia a su hijo.
–¿Los aconsejás?
–Más que nada desde lo personal, no me meto tanto en sus decisiones profesionales. Aunque me gusta, sobre todo a Imanol, darle tips sobré cómo moverse en el escenario, que piense en la dicción, que se lo escuche. A pesar de que yo, en mi vida cotidiana, hablo rápido y no se me entiende todo, pero, en el escenario, soy otra persona; ahí me transformo.
Sonata de amor
–¿Cómo es el amor en esta etapa de la vida?
–Mirá...
Señala a Marcela Gargano, su pareja, que se encuentra a unos metros revisando su teléfono. El actor deja el mate por un momento. El tema lo atraviesa y conmueve especialmente. “En marzo se cumplirán siete años desde que comenzamos nuestra relación”. Rodríguez le lleva diecisiete años a su mujer , algo que no atentó contra el sostenimiento y trascendencia de la relación. “Me contagié y me veo muy joven, pero a ella no sé si le vino tan bien contagiarse mi edad”.
–Así como en el teatro, en lo vincular también rompiste prejuicios.
–Lo bueno es cuando no buscás algo y aparece.
–¿Así fue?
–Sí. Lo que aparece de golpe tiene un encanto muy particular. No he sido un tipo de salir a levantar por ahí.
Miguel Ángel Rodríguez y Marcela Gargano se conocieron en una cena, pero comenzaron a salir un año después. “Luego de aquella reunión con amigos, le mandé un mensaje y le propuse seguir la noche yendo a tomar algo”.
–¿Qué te respondió?
–Me clavó el visto.
–¿Cómo se reencontraron?
–Al año siguiente vino con amigos en común a ver Justo en lo mejor de mi vida, una obra que hice en el Metropolitan.
–Entonces...
–Luego de la función nos fuimos a cenar y comenzó todo.
–Esa vez no te clavó el visto.
–Vio mi talento y dijo: “no me puedo perder esto”. Acá estamos.
Entre su matrimonio con Maribel Altavista y su actual relación solo transcurrió poco más de un año. “No soy un tipo al que le guste quedarse solo”. Su pareja también tiene dos hijos, fruto de un matrimonio anterior. “Logramos el ensamble, no nos costó tanto”.
Marcela se introduce en la charla y reconoce que al tener ambos hijos varones pudieron entenderse desde lo lúdico y compartir intereses comunes. “Hicimos un viaje a Nueva York y los chicos salían solos”, dice él, mientras que su pareja afirma: “Nada fue forzado, a pesar de las edades diferentes”. La pareja convive, aunque los hijos mayores ya tomaron sus propios caminos.
Rumbos
–La experiencia de Edmond implicó una puesta donde se rompía la cuarta pared y recibías el aplauso a telón abierto, mientras el público ingresaba a la sala. Además, significó la apertura del teatro Alvear.
–El llamado del San Martín fue muy gratificante. Audicioné con Alexis Michalik, el director, y poder hacer a Constant Coquelin, el personaje que hizo el primer Cyrano, fue maravilloso.
Además de Quieto y Edmond, las obras Justo lo mejor de mi vida y 7 años ya le habían permitido pivotear en una cancha diferente, en partidos tan difíciles como también lo son el vodevil teatral y el humor televisivo, géneros y formatos que Rodríguez ha transitado con destreza durante décadas. “Después de ver Quieto, muchos autores me escriben para mandarme materiales”.
–¿Aún persiste cierto prejuicio hacia el género de la comedia?
–Entre los colegas y el público, no. Quizás prevalece en cierto sector de la crítica, en algunos productores o en el mismo Teatro San Martín.
–Soledad Silveyra jamás fue convocada por el Complejo Teatral de Buenos Aires...
–Es un buen ejemplo, siendo “Sole” una gran actriz. Ernesto Bianco hacía Cyrano y, en paralelo, era parte de Operación Ja Ja en televisión. Javier Portales escribió La sartén por el mango, obra que se terminó haciendo en el San Martín. Los pruritos existieron y existen, pero hay que romperlos.
Miguel Ángel Rodríguez no transitó los talleres de los grandes maestros, pero demuestra su enorme talento en cada rol que le toca interpretar. “Estudié de otra forma, limpiando las herramientas, no está ni bien ni mal, no es mejor ni peor”, argumenta con no poca razón.
–Tu padre falleció mientras hacías Quieto en Buenos Aires...
–La forma de caminar de Renzo, mi personaje, la tomé de él. Estuvo lúcido casi hasta el final. Un miércoles, ya en terapia intensiva, me dijo: “El viernes tenés función”.
–¿Recordás lo último que hablaron?
–Era muy inteligente, se daba cuenta de todo. Me decía “lo único que me funciona es la cabeza, pero yo durar no quiero”. Dos días antes de morir estaba con mucha bronca, no paraba de pensar. Decía: “Mamá fue inteligente, habló con los médicos”.
La madre del actor murió en 2011 y hubo una charla secreta con su esposo, casi un mandato que él también quiso cumplir. “La doctora que nos daba los partes, el día anterior a que falleciera, nos habló llorando”.
–Todo dicho...
–Fue una forma de decirnos “ya está, se va apagando”. Pero, dos días antes de morir, antes de dormirse, mi viejo dejó el enojo y nos dijo: “La vida fue muy buena conmigo” y comenzó a contar su vida completa, desde que nació hasta el final. Habló durante quince minutos.
–Curioso que él buscase emular cierta actitud final de su esposa, continuar con un pacto secreto con ella...
–Al punto tal que murió un 20 de septiembre, el día del cumpleaños de mi mamá. Se fue a las doce menos cinco de la noche. Llegó al cielo cinco minutos antes para poder festejarle el cumpleaños.